miércoles, 24 de abril de 2013

De cómo adquirir conocimientos


¿Qué es aquello que llaman experiencia, o conocimiento? ¿Es este sedimento de lecturas semiolvidadas que anidamos? ¿Es esta incongruente suma de fragmentos que se pegan a la memoria por quien sabe qué mágicas empatías? ¿Es, en fin, una acumulación lenta, inconciente, sin un objetivo, que vegeta allí adentro de nuestra cabeza y de vez en cuando se asocia con una idea y le da otro color al pensamiento? La melancolía o los minutos perdidos en salas de esperas atestadas, nos hacen (como decía Yupanqui) mirar para adentro y entonces, en este examen desganado, uno se da cuenta de que no es el mismo de hace veinte años. Y no me refiero a las esperanzas y los sueños, ni al cuerpo que se empieza a sentir, sino a aquello que hemos ido aprendiendo a lo largo de las lecturas.

En el caso de este que escribe ese aprendizaje no estuvo acompañado por una enseñanza formal. Mi acceso a todos los barrios de la literatura es la de aquel curioso ensoñado que se asoma a todo balcón creyendo que quizás, más allá, todos los paisajes son bellos como la bahía de Nápoles. Ningún profesor ni catedrático me ha dictado (de dictar, de dictador) lo que era conveniente que leyera. Paralelas a las lecturas obligadas por mis estudios formales, una comunidad heterogénea y vociferante de artistas, poetas, novelistas, historiadores, sociólogos, filósofos, y por supuesto, escritores de tercer y cuarto orden, pululan en la memoria.

En este sentido sólo me he impuesto dos reglas a la hora de seleccionar lo que leo. No marginar ningún tema por ajeno que parezca a mis intereses, y no perder la curiosidad. Hasta ahora esas dos reglas sencillas me han dado buenos resultados. Es raro que algún texto bien escrito me aburra (cualquiera sea el tema que aborde); y es raro que cualquier tema, repito, si está bien escrito, no me interese. Desde luego, ciertos libros especializados y técnicos están fuera del alcance de mi comprensión y por tanto no me aventuro en ellos. Pero aquellos libros de divulgación, aquellos primeros peldaños para entrar en un tema (el átomo, el pingüino emperador o el croché a una aguja) son de mis lecturas favoritas porque los nuevos universos -siempre- son los más atractivos.

Pero, contrariamente a lo que puede suponerse, este sedimento, esta acumulación, no es una bolsa de gatos; un hojaldre sin concierto de conocimientos apilados sin ton ni son. Mi razón o mi sentimiento, con personalísimo afán, clasifica, ordena, tabica todos esos saberes dispersos. Y aunque esos tabiques son bajitos, lo suficiente como para poder saltar de un campo a otro (gracias Bordieu) y que esos saberes se comuniquen y dialoguen entre sí, no quiere decir que no existan. Sin embargo, como ya dije, no he echado mano de ninguna educación formal para esa clasificación, simplemente mi (¿cabeza, mente, memoria?) los dispone de un cierto modo cuya intimidad y génesis ignoro, para que en cualquier conversación yo eche mano de ellos que estupefactos y desubicados se ven impelidos fuera de mi boca, para aterrizar sobre el mantel de un asado, la sala de espera del dentista o el grosero contexto de un colectivo.  Así, me he sorprendido hablando de física cuántica en la cola del supermercado (lo juro), o de relojería con el oculista.

Fácilmente advertirá el interlocutor especializado que mi conocimiento sobre la mayoría de las ciencias y praxis es estrictamente superficial. No obstante eso puedo sostener el engaño, a veces, por períodos de tiempo considerables, sobre todo dejando hablar al otro.  En ese momento es que, como advertido de una trampa no demasiado sutil, pero en la que el interlocutor ha caído por el entusiasmo de hablar del tema que le interesa, hago mi jugada preferida: vampirizar sus conocimientos. Me convierto así en un preguntón inquisidor y detallista, al borde de lo insoportable. Someto al especialista a un interrogatorio entre periodístico y policiaco hasta dejarlo vacío. Lo más curioso de todo: el interlocutor a pesar de agotado se irá feliz. Ha tenido la oportunidad de hablar de lo que le interesa con alguien que se interesa. No como su esposa y parientes a quien tiene hartos con referencias a un tema que ya ha advertido ellos le toleran con paciencia y por cariño.

Cualquier agrimensor, abogado, zapatero o médico especialista promedio, porta un corpus de conocimientos adquiridos en largos años de estudio y práctica. Aunque parezca sorprendente, buena parte de ellos se pueden condensar en una conversación de sobremesa; ni que hablar de si hay asado y vino de por medio.

Cuando este señor suba al auto que dejó al sol en la tarde del domingo, pletórico porque ha comido bien y ha tenido una charla que disfrutó (aunque fue más parecida a un monólogo), le dirá a su señora esposa:

- Che, que simpático el gordito este… el cuñado de fulano.
- ¿Te parece? Yo le veía cara de boludo - responderá ella con gesto ausente.

El agrimensor pondrá primera y arrancará con un encogimiento de hombros, quizás ignorando que le he robado algo (¿conocimiento, experiencia, saber?); y ese algo caerá, impávido y manso entre tabiques ya preparados. Sentirá la nebulosa sensación de estar acompañado. Una mano peluda se abrirá paso por encima de una de las finas divisiones, escuchará una voz:

- Bienvenido, soy el reglamento de rugby.

jueves, 4 de abril de 2013

BUENOS AIRES VIDA COTIDIANA Y ALIENACION

Juan José Sebreli
Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965.

 

Tiro al blanco

Este libro me llego como un regalo. Un vecino, que se enteró de mi afición por los libros, me obsequió varias cajas llenas. El mejor presente que le pueden hacer a un biblioadicto como yo. Entre ellos (desde luego todos no eran de mi gusto) encontré este conocido ensayo.

El autor

Sociólogo, filósofo, periodista; Juan José Sebreli cuenta con la virtud o el defecto de ser todavía un autor vivo y polémico. Polémico porque no es un pensador que se mantenga al margen de los acontecimientos políticos, sino que se implica en ellos, con su verbo pero también con sus escritos como periodista y en este caso, como ensayista. En estos momentos (momentos que en realidad no interesan porque en pocos años esta misma información será irrelevante) algunos lo sindican como cercano a la corpo (léase Clarín) y opuesto al kirchnerismo. He visto entrevistas que en 2004 lo revelan cercano al López Murphi, Carrió, Bullrich. También lo he escuchado y leído reivindicándose como social demócrata (a la manera de Felipe González), tendencia política que en Argentina lo exime de acción alguna porque es un partido que no existe. Criticado, amado u odiado; a Sebreli parece no importarle, o quizás lo disfrute.

En fin, de algún modo la contingencia de lo político, que lo inserta en estos momentos en uno u otro lugar de un escenario que él mismo no se cansa de comentar; pierde relevancia a la luz de la obra. Cuando Sebreli desaparezca finalmente, su ideología importará en tanto se entremezcle en sus ensayos, pero poco interesará establecer a quién apoyaba políticamente (los nombres de los políticos se olvidan más rápido que cualquier otra cosa), si era protagonista o comparsa. La obra de cualquier escritor trasciende su contingencia, sus amistades o simpatías políticas y en última instancia su época. Borges o Lugones han tenido expresiones y actitudes políticas que hoy resultan criticables por reaccionarias. En sentido inverso (en términos ideológicos) también podemos encontrar multitud de ejemplos: Alberti, Vallejo (más mediatizados por lo simbólico), o Maiakovski. Sin embargo conocer la posición política de un autor o un artista no sirve más que para indicarnos desde dónde nos está hablando, para no sorprenderse con ciertos juicios de valor que puedan emerger dentro de su obra. La calidad de ésta no tiene que ver con eso. Si esto no fuera así sería imposible disfrutar a Wagner o a Heidegger.

Lo que sí importa de la ideología de Sebreli, será la parte de ella que se incluya en su obra como herramienta de desarrollo. En este sentido Sebreli se reivindica, en términos llamémosle "procedimentales", como hegeliano-marxista. Esta aclaración resulta casi redundante cuando vemos que la división de los capítulos que componen Buenos Aires vida cotidiana y alienación responde exactamente a una división de clases al modo marxista.

La obra

Buenos Aires vida cotidiana y alienación, será el libro que en los ´60 lleve a la fama a Sebreli. Lo cierto es que por aquella época (Sebreli mismo lo aclara en alguna entrevista) la sociología no estaba muy difundida en Argentina (el autor pertenece a la primer promoción egresada de la UBA), y este libro, que trata puntualmente de Buenos Aires como ciudad y como escenario de la lucha de clases, tenía que llevar para la época un indudable impacto de novedad. Ayuda en este caso además, que Sebreli escribe bien y transforma lo que podría ser un paper académico dirigido a un puñado de iniciados, en una obra accesible al lector que no tenga idea de qué va lo sociología. Para eso Sebreli echa mano de un estilo cercano muchas veces a una expresión más adecuada a otros géneros, como la novela (una de sus fuentes favoritas) o la poesía. Por otro lado, y en eso hace equilibrio a veces en una frontera que parece extraña a un estudio que si bien no se reivindica científico, bien podría pretenderse académico, los permanentes juicios de valor lo alejan de un mirada objetiva de lo que se empeña en describir.

Esto es bastante patente en el caso del largo capítulo dedicado a la pequeña burguesía y a su protagonista el pequeñoburgués. Sebreli se dedica a destrozar esta "clase" describiéndola como una especie de membrana que se adapta a una oligarquía que admira e intenta imitar, y a un proletariado que desprecia. En esta crítica despiadada a la clase media llega a límites que ponen en duda todo el discurso del autor, como cuando describe al pequeñoburgués como un consuetudinario onanista, basándose en el famoso informe del sexólogo norteamericano Alfred Kinsey (hay una linda película: "Kinsey", sobre su vida) que no se cómo Sebreli extrapola tan ligeramente a nuestra propia realidad. Es evidente que el contexto de la época (principios de los ´60, revolución sexual en puerta, etc.) y la propia ideología del autor, hacen del pequeñoburgués un blanco fácil sobre el cual disparar.

Paradójicamente, lo interesante o mejor, lo picante del ensayo, es precisamente cuando desbarranca su objetividad para usar una ligera pero persistente ironía en la descripción de las realidades que estudia. Así la lupa que pone sobre la realidad o mejor, la realidad que construye (valga la contradicción) en torno a cada clase, tendrá que filtrarse (el lector la tendrá que filtrar) para que la distorsión de esa lente (el juicio de valor del autor): permanente, documentado, a veces convincente; no se nos imponga como verdad. Si se lee en esa clave, el ensayo se disfruta, como precisamente lo que es: una descripción crítica de una sociedad en la que indaga los orígenes que la llevaron a lo que es; utilizando como fuentes no tanto otros estudios sociológicos (pocos había en la época) como fuentes literarias: novelas, poesías; cinematográficas y hasta radiales; además de las históricas.

Lo que más me gustó: el capítulo sobre la oligarquía: un compendio de lo que uno puede encontrar en otras fuentes (por qué la oligarquía se mudo al norte, etc.) más otros datos jugosos; y el capítulo referido al universo lumpen, que describe la evolución de los bajos fondos desde la época del malevaje, aquella misma que cuenta con azorada admiración Borges; hasta el mundo de las villas miserias, surgidas de la emigración interna. Hay dos páginas que se meten con Gardel, ejemplo del lumpen devenido en personaje que se codea con la oligarquía; que prefigura otro estudio más extenso de Sebreli del año 2008: Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos.

Conclusiones

Una mirada sobre Buenos Aires, su historia y su composición social, hasta los ´60. Un trabajo de fuentes tomadas en sentido amplio, como que la novelesca se convierte muchas veces en la principal. Poca estadística, Sebreli advierte al principio que la escuela norteamericana de sociología no es su favorita; y mucho, pero mucho, juicio de valor; a veces, hasta el prejuicio. De ese coctel surge Buenos Aires vida cotidiana y alienación. Interesante, suelto, agradable y rápido de leer. Evidentemente polémico (aún hoy), como el propio autor; y, a veces, veraz. Hasta ocasionalmente se descubre uno mismo o alguien a quien uno conoció, quizás un escenario, inserto entre sus líneas.