sábado, 5 de agosto de 2017

UNA DE CINE El padrino I, II y III

Por Andrés G. Muglia


¿Quién no ha escuchado decir que segundas partes nunca fueron buenas? ¿Y terceras? ¿Y primeras? Llegué a El padrino a través de Marlon Brando. Siguiendo a Brando después de leer su biografía. Naturalmente había visto películas suyas, pero sin seguir la cronología obligada que propone una biografía, por eso vi de nuevo algunos de sus films y descubrí otros. Cuando abordé la trilogía de Coppola ya estaba un poco lleno de Brando, pero así y todo seguí adelante.

Se llega a El padrino como el peregrino a Compostela, o el musulmán a La Meca, precedido por una larga serie de alabanzas de acólitos y fans. El padrino es como una especie de Star Wars seria, con actores de culto, inversiones millonarias, director famoso y guión aparentemente inmejorable. No puedo explicar por qué no la vi antes, mi cultura tiene amplias lagunas que no pretendo justificar.

El padrino (El padrino I digámosle para ser claros) es una película extraña en muchos sentidos. El primero, el protagonismo es compartido. Media película para Brando, media para Pacino. La primera parte es de Brando. No hay mucho que decir de su papel que no se haya dicho ya, aunque considero no es el mejor de su carrera, no supera al de Un tranvía llamado deseo, o al de Nido de ratas (La ley del silencio - On the waterfront). Hay que decir de todos modos que Brando crea el villano más imitado de la historia del cine (el tipo sentado acariciando un gato y decidiendo vida y muerte de todos sin mucho interés). 

En la segunda parte Brando desaparece (lo cagan a tiros) y aparece un Pacino inexpresivo e inquietante, que va a profundizar esa frialdad en el Padrino II para ser un malvado escalofriante prácticamente sin gesticular. Lo bueno, la ambientación, lo flojísimo, los estereotipos, algo de lo que se ve Coppola disfruta a rabiar. Para Coppola (o para Mario Puzo, el escritor) los italianos (todos) son violentos, bullangueros hasta cuando estás solos, gritan, cantan, se enojan a los gritos también, se la pasan todo el día en camiseta musculosa comiendo pasta y sus mujeres son matronas gordas o putas platinadas, sin término medio.

En fin, la estigmatización del italiano, del latino, del afroamericano (como se dicen ellos mismos), del indio (como iluminó Brando), del soldado alemán pavote que siempre se deja sorprender, no es una novedad para cualquiera que mire películas de Hollywood. Pero Coppola se va de mambo. ¿La mafia norteamericana es igual a lo que Estados Unidos imagina de la mafia? No hay mafioso rubio, son todos morenos, James Caan es medio coloradón, pero se cuidan de mostrarlo bastante en musculosa para que se vea que es bien peludo y con modales de orangután.

En el Padrino II la cosa se retuerce un poco sin Brando, que la palmó en la película anterior (linda escena de Brando colgando el equipo en el medio de un huerto mientras juega a perseguir al nieto). Pacino ya es EL MALVADO. Creo que incluso logra ser más malo que Don Vito Corleone, que es un malo un poco teatral, con su cara de bulldog y susurrando todo el tiempo la mala dicción característica de Brando. Es casi impensable que Pacino con tan poco: tan poco cuerpo, tan pocos gestos, tan poco diálogo, logre ser tan horrorosamente siniestro. Lo ayuda mucho el director. En la escena en la que su hermana, en pleno velorio de su madre, le pide que se reconcilie con su hermano Fredo, la iluminación lo hace prácticamente todo. Pacino sentado en un sillón reclinado hacia atrás, con una luz dura de costado y la cámara tomándolo de abajo. ¡Mamita que susto que da! Una o dos escenas, nunca violentas, siempre sutiles: cuando le cierra la puerta en la cara a su ex esposa Kay (Diane Keaton) el día que descubre que viene a su casa a escondidas a ver a los hijos de ambos; o cuando lo muestran por la ventana entre sombras mientras espera oír el disparo que va a matar a su hermano Fredo, y al escucharlo baja lentamente la cabeza (es lo único que se mueve en toda la penumbra de la pantalla) como si dijera: “ya está, estoy vengado” y sintiera alivio por eso.  El Michael Corleone del Padrino II le hace sentir miedo a Nosferatu, a Dark Vader y al hombre de la bolsa.

Pero El padrino II no es solamente Pacino. La película se basa en una compleja estructura de flashbacks que muestran la historia de Vito Corleone personificado al principio por un pibito inexpresivo y después por Robert de Niro, y que alternan con la historia de Michael Corleone. Lo mejor, de nuevo, la ambientación. Aunque también se basa en estereotipos: la llegada a América (¿así le dicen los estadounidenses no?) con todos los inmigrantes en el paquebote mirando como ganado la estatua de la libertad (violines infaltables de fondo), las calles llenas de gente haciendo quilombo a los gritos, los mismos italianos comiendo cantidades industriales de tallarines, etc. Como sea, lo de Pacino es cercano a lo perfecto y salva un poco todo.

Lamentable la escena final (flashback esta vez de Michael Corleone) de la familia (James Caan resucitado) que espera a un Brando que nunca llega porque evidente y acertadamente reusó filmar esta segunda parte. ¿Si nadie extrañó a Vito Corleone en esta película por más que lo nombren hasta el hartazgo, para qué ponerse en off side con semejante escena? Incomprensible.

Y sí, problemas de guión, que los hay los hay. Por ejemplo este mafioso que traiciona a Michael Corleone llamado Frank Pentangeli (el actor Michael Gazzo), que se muestra toda la película como un bruto gritón, siempre enojado, medio borracho, estereotipo italiano a la décima potencia. En su última escena cuando ya está perdido  tiene una charla con Robert Duvall, donde citan al Duche y se ponen a hablar de la historia del imperio romano, y de cómo los romanos perdonaban a la familia de los traidores si estos se suicidaban. De buenas a primeras el energúmeno Pentangeli se convierte en un gran lector (lo dicen en la misma escena) y erudito acerca de temas históricos. Increíble. Lo único que hubiese justificado ese volantazo al argumento y al espíritu del personaje hubiera sido poner antes, al principio de la peli por ejemplo (como se dejan pistas en una novela policial), alguna referencia a su hábito lector, y hacerlo de paso menos imbécil, bruto y brabucón, ya que era tan léido. Digo que se yo.

Para El padrino III venía preparado con todo mi escepticismo, pero lo que vi realmente superó todas mis expectativas. Se ve que Pacino no quiso verse de nuevo en sus dos trabajos anteriores, o el propio Pacino se comió a Pacino. El impasible Michael Corleone, siempre medido y amenazante, se ha convertido en un histrión lleno de tics. Pacino es una mezcla de todas sus película, un poco del Shilock de El Mercader de Venecia, un poco del ciego del Perfume de mujer (mira todo el tiempo con esa mirada vacía a un costado del interlocutor ¿por qué lo hace?); todos menos Michael Corleone. ¡Nadie lo respeta! Andy García (impresentable) lo grita en su propio despacho, incluso le arranca la oreja de un mordisco a otro mafioso (Joe Mategna) y a Corleone no se le mueve un pelo. Su hermana (que le pedía por favor no matara a Fredo en el Padrino II y la fajaba el esposo durante toda la película) se la pasa opinando sobre asuntos mafiosos. Para colmo le ponen de hija a Sofía Coppola, la hija del director, que es de piedra. Sus limitaciones para actuar son escandalosas. A Coppola le encanta poner familiares en sus películas. La hermana de Michael Corleone es su propia hermana en la vida real – ¡sí, la esposa de Rocky!-, sus hijos pequeños fueron extras, su padre aparecía en El Padrino tocando el piano en una guarida mafiosa (¿por qué habría un tipo tocando el piano en un aguantadero donde se escondían los mafiosos? Qui lo sa).

Si ya no bastaba con todo esto, el guion se retuerce alrededor de las relaciones de Michael Corleone con el Vaticano, en una especie de intromisión codigodavinchesca de la iglesia y el papado en esta historia mafiosa. Ya en el Padrino II cuando Michael Corleone viaja a Cuba la trama se vuelve difícil de aceptar. En El Padrino III en la escena en que Pacino está debatiendo negocios en una sala del Vaticano en donde todos los personajes se empeñan en explicarle y repetirle al espectador lo que ya sabe (recitándolo en un diálogo absurdo que no hace más que reafirmar que Coppola toma a su público por estúpido) no hubiese sido menos sorprendente que de allí la trama se trasladara a la Luna o al fondo del mar.

¿Y qué pasó con Kay aquella esposa a la que Michael Corleone le cerraba la puerta en la cara y no le dejaba ver a sus hijos? Pues resulta que en El padrino III cuentan que Pacino le confió la educación de sus hijos hasta que ellos fueron mayores (¡?). Kay y Michael tienen un hermoso y tranquilo diálogo donde él le dice que ella está muy bella y ella le dice que no lo odia pero le tiene miedo. ¡No lo odiás si no te dejaba ver a los bambinos! ¡Mala madre! ¿Y qué paso con Robert Duvall, el abogado de la familia, un tipo medido y  leal adoptado por Vito Corleone que lo recogió de la calle cuando era un niño? Se murió (se ve que Duvall tuvo la decencia de no participar de la bazofia) pero está su hijo. Un cura (¡!) que Pacino ubica con sus influencias en el Vaticano. Para sumar bizarrés el nuevo abogado de Corleone es el increíble George Hamilton, una especie de David Copperfield que se durmió en la cama solar. ¿Y qué pasó con la ambientación? ¿Esas increíbles tomas del Padrino II con una ciudad llena de autos de época y gente vestida de America Way of Life? Nada, hasta el minuto 47 (lo miré especialmente) no hay una toma en exteriores. No sé si fue Brando el que dijo allá por los años ’90 que en esa época no se hubiera podido filmar una superproducción como El padrino por lo que hubiese costado. El padrino III lo demuestra con creces, no sé cuánto gastaron en hacerla (lo tengo que googlear) pero parece una película hecha para la televisión.

Lo que más jode de una película, lo que más me jode de una película, son las fallas en el guión. Por ejemplo que un personaje cambie repentina e inesperadamente. Pacino es parco en la primera y la segunda película y un monigote gesticulante en la tercera. O que tenga sorprendentes talentos al medio o al final de la película que no fueron anticipados cuando se plantea el personaje al principio: sabe karate, toca el piano como Franz Liszt, o es un sabio letrado como el mafioso Pentangeli. O que todo el tiempo estén remachando un aspecto de la personalidad del personaje. James Caan es violento e impulsivo, entonces no hay una escena en la que no esté gritando, o jugando de manos, o pegándole un tiro a alguien. También jode que haya cambios injustificados de escenario. Corleone se va a Cuba (lo quieren matar, tiene unos quilombos tremendos en la casa y se va a Cuba a hacer negocios), se ve que Coppola (o Puzo) adoraba la Cuba de los ´50 y la metió (a patadas) en el guión.

Brando decía que Coppola era un imbécil. Y que sus críticas hacia él por hacerlo demorarse en la filmación de Apocalypse Now, retocando el guión hasta volverlo loco y metiéndole magia improvisando en una escena en medio de la oscuridad, eran propias de un imbécil que no entendía que él (Brando) le había salvado el culo (literal) a Coppola, a la película y a un guión flojísimo que sin él se iba al tacho.

Brando era un megalómano, delirante, divo incomprensible y, como no, un genio. Hay una famosa entrevista de Truman Capote a él que recomiendo. Seguramente exageraba y no es un secreto que era inaguantable y terminaba peleado con la mayoría de sus directores, co-actores, etc. Pero algunas cosas dijo ciertas. 1) en el cine de Hollywood no hay nada de arte, es un negocio y nada más. 2) el cine de Hollywood explota y mete en la mente de la gente un sinfín de estereotipos injustos y envenenados. 3) la mayoría de sus guiones y sobre todo los diálogos merecen ser reescritos para ganar veracidad, para que tengan un atisbo, apenas, de verdad. Por eso él reescribía los suyos una y otra vez para desesperación de los productores.  No sé si todo lo que decía Brando era cierto, hay muchas películas de Hollywood que me gustan (sobre todos las viejas) pero sus juicios parecen ajustarse bastante bien a la celebrada trilogía de Coppola.


Al final de mi maratón netflixeana de El padrino me pregunté por qué la trilogía de Coppola, o sino la trilogía, las dos primeras películas son consideradas de lo mejor de la historia del cine. ¿Será por el espectáculo de la ambientación que hay que reconocer por momentos asombroso? ¿Será por el morbo de ver violencia en primer plano, tiros en la cabeza y en la garganta, puñaladas en las manos, mucho estrangulado con cable de bicicleta, sangre por doquier? ¿Será por cuestiones técnicas que desde luego se me escapan? ¿Porque revelaba la secreta historia de la mafia? ¿Por los actores? En fin, no lo sé. Se ve que yo quedé más perplejo por los tiros afuera que por los goles. 

domingo, 12 de febrero de 2017

PRISIONEROS

por Andrés G. Muglia


Existe una literatura cuyo eje es el encarcelamiento. Cuando esa literatura tiene, además del atractivo de contar una realidad que nos es ajena (por suerte), el de poner al encarcelamiento en contexto histórico como herramienta de represión a manos de un poder absoluto, entonces se transforma además en una dolorosa y ejemplar forma de denuncia. ¿Y para qué sirve esa denuncia? En primer lugar, como bien lo dice el título de una de esas obras que nos toca de cerca, para que “Nunca más” el hombre cometa las atrocidades denunciadas. En segundo lugar, y esto en un sentido individual y si se quiere psicológico, para que el que realiza la denuncia, el autor y el afectado en primera persona, tramite por medio de la literatura ese misterioso sortilegio que hace que lo que se saca afuera mediante la confesión, el relato o el grito desnudo y primordial, no pese tanto en el adentro.

El primer contacto con este tipo de literatura lo tuve en mi adolescencia con el libro El sepulcro de los vivos de Fiodor Dostoievski. Recuerdo la impresión que me provocó leer las crueldades a las que eran sometidos los supuestos enemigos del zarismo. El encarcelamiento, la deportación a las temidas estepas siberianas, acaso la muerte. Heredando las prácticas de la policía del Zar, la Checa, después NKBD, es decir la policía secreta del régimen comunista, copiaría casi exactamente los mismos métodos del derrocado Zar para castigar a sus propios presos políticos. La psicótica persecución estalinista de los disidentes también tuvo su cronista. Aleksandr Solzhenitsyn fue encarcelado cuando era teniente del ejército rojo, a raíz de un intercambio epistolar con un amigo donde supuestamente criticaba al gobierno. Por este inocente delito Solzhenitsyn cayó en la máquina del encierro de la URSS a la que él llamó con lucidez el Archipiélago Gulag.

El archipiélago fue la metáfora con que Solzhenitsyn denominó a esa patria paralela, trama que se sobreponía al extenso mapa de la Unión Soviética, punteada de innumerables presidios. Como en un archipiélago formado por islas, estas otras islas, los centros de encarcelamiento, tenían sus formas, sus costumbres, sus códigos y su lenguaje determinado, una verdadera nación subterránea de desdichados. Entre encarcelamiento y exilio Solzhenitsyn estuvo ocho años en el Gulag, una pena muy menor en términos de la “justicia” soviética de aquellos años. De allí volvió con una historia que contaría al mundo, como testigo privilegiado (triste privilegio) y que le llevaría a ganar el premio Nobel de literatura de 1970 y también a no poder volver a la Unión Soviética hasta bien entrado el siglo XXI.

Pero los presos soviéticos no pertenecían a un grupo ocioso. Muy por el contrario, la mano de obra esclava era una parte importante de la industria naciente de la URSS. Otro libro, precedente y peor escrito que el de Solzhenitsin, daría cuenta de este fenómeno y lo denunciaría a occidente. Yo elijo la libertad, de Victor Kravchenko, publicado en 1943, fue pionero en contar lo que sucedía detrás de la cortina de hierro. Kravchenko era un ingeniero y alto funcionario comunista, que se evadió en ocasión de una visita a los EEUU. En su libro, que sin formar parte de la literatura de encierro sí da buena información acerca del trabajo esclavo en la URSS, cuenta cómo se estructuraban algunas industrias soviéticas y cómo la máquina del régimen; de la que el libro 1984 de Orwell, a la vista de la evidencias históricas, pasaría a ser menos una caricatura que un retrato bastante fiel; perseguía de un modo maniático a través de una red de espías y delatores a todo opositor o sospechoso de serlo, especialmente a sus propios funcionarios.

Nos fuimos del tema escogido para adentrarnos en otras zonas pantanosas de la condición humana, volvamos pues al camino. Siguiendo un orden estrictamente cronológico encontramos otra literatura de encierro en la extraordinaria Trilogía de Auschwitz, del italiano Primo Levi. Esta trilogía está compuesta por los libros Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados.

Levi fue víctima del tristemente célebre campo de extermino estrella de la Alemania bajo el nazismo. Fue para él una suerte, como él mismo lo expresa irónicamente al comienzo de Si esto es un hombre, haber caído en manos de la SS en el año 1944, por lo que “sólo” tuvo que pasar un año en Buna, uno de los campos que formaban Auschwitz (que eran más de cuarenta). Levi, un partisano inexperto, un preso político encarcelado por el gobierno de Mussolini, fue deportado junto con otros 650 judíos italianos hacia las desconocidas tierras polacas. De todos los que viajaban en ese tren hacia la muerte solamente tres sobrevivieron. Cuando regresó y aún antes, Levi tomó como compromiso dar testimonio de lo ocurrido. Esto sucedía en épocas en que todavía se dudaba acerca de la veracidad del holocausto, en que la justicia internacional hacía su trabajo de limpieza de conciencias en la farsa de Núremberg, y en que organizaciones como Odessa facilitaban una cómoda jubilación en Argentina, EEUU y otros países amigos a los criminales de guerra nazi.

Si esto es un hombre es la narración desgarrada, la catarsis de alguien que pasó por el infierno y necesita contarlo. Levi anota con detalle las crueldades de la SS y la meditada forma de quitar la humanidad al otro, de animalizarlo para después matarlo sin piedad en la cámara de gas. Pero también cuenta el modo en que esa deshumanización impone entre los mismos que padecen, la lucha por la supervivencia que diluye la solidaridad, dejando al hombre sólo y en primer plano, peleando contra todo y todos, degradándose e ignorando los códigos morales que se pueden sostener en la vida civil pero no en medio del infierno. Los mejores, los valientes, dice Levi, morían. Sólo quienes tuvieron algún privilegio y una buena dosis de suerte, como el mismo Levi que por ser doctor en Química logró trabajar los últimos meses de encierro en los laboratorios del campo de Buna (que era en realidad el proyecto de una industria química que funcionaría en base a mano de obra esclava), lograron sobrevivir. Entre medio Levi narra el horror y los pequeños detalles del horror. El modo de relacionarse, las costumbres delirantes impuestas por los alemanes, la manera en que se usó a los mismo judíos para el control y el trabajo de matar a sus propios compañeros, de modo de implicarlos y hacerlos “culpables”; y otras mil formas de tormento.

La tregua es un libro de descanso luego de Si esto es un hombre. Pero es un descanso lleno de melancolía. La liberación de Auschwitz no tuvo que ver con la festiva actitud de los soldados americanos haciendo la ve de la victoria para los fotógrafos de Life. La liberación de Auschwitz y su constelación de campos de reclusión fue un lento y doloroso despertar donde solamente los enfermos que no habían podido caminar habían quedado atrás. El resto de los reclusos moriría en su mayoría sometido a marchas de exterminio hacia el oeste, obligados por los nazis a escapar del avance del frente ruso con la intención de eliminar al resto de los testigos que podían contar lo que habían visto y sufrido. La fortuna quiso que Levi estuviera en la enfermería cursando una escarlatina y por esa casualidad no fue sometido a una de esas marchas. Pudo sobrevivir gracias a su tesón y su ingenio combinado con el de dos soldados franceses que habían sido recluidos dos meses antes; sobreponiéndose al último y más pesado de los espantos, el de los enfermos muriendo de hambre y sed en el campo abandonado. 

Después la liberación poco organizada por el ejército ruso, las aventuras con compañeros de andanzas italianos, simpáticos estafadores y decenas de personajes más. Los constantes traslados hacia el interior de Europa del este. La permanencia junto a un contingente de miles de italianos en una suerte de cuartel en medio de la estepa, donde vivieron tres meses y donde, con un tono propio del mejor Fellini, Levi narra la vida en esta suerte de delirante falansterio. La restitución a la patria será en el mismo registro, en un tren comandado por un maquinista que no sabía muy bien a donde iba y custodiado por un puñado de soldados rusos adolescentes que pasaban el tiempo jugando con los niños sobrevivientes. Treinta y cinco días duraría ese viaje en tren, epílogo lento y agridulce de la liberación.

Los hundidos y los salvados  completa la trilogía y la remata, cerrando el círculo que Si esto es un hombre y La Tregua habían abierto. En este libro, un Levi ya maduro, como hombre y como escritor, cosecha la experiencia de sus años dando conferencias, charlando con jóvenes y adultos, abrevando en las múltiples fuentes bibliográfica que puntualizaron algunos datos que no estaban claros en época de la publicación de Si esto es un hombre en 1947. En Los hundidos y los salvados Levi intenta un análisis de las diversas facetas del holocausto, y lo hace de una manera tan lúcida y a la vez tan humana, sin pretender ahondar en la motivaciones psicológicas de los opresores ni en la huella indeleble que su accionar dejó en sus oprimidos, que el libro resulta cercano y de algún modo revelador para quienes alguna vez, luego de conocer este y otros terribles episodios de la historia se preguntaron: ¿cómo pueden haber hecho esto?

Entre otras cosas Levi intenta dilucidar esa pregunta. También ensaya una comparación con los campos de castigo rusos, citando a Solzhenitsin, y encuentra que en estos la exterminación era una consecuencia y no un fin en sí mismo como ocurría en los Lager alemanes. También trata el problema de la comunicación en los campos, verdaderos babeles de lenguas y nacionalidades, donde judíos de toda Europa eran encarcelados y donde era vital comprender rápidamente las órdenes que los SS y los Kapos judíos ladraban a los prisioneros.

Por último, y para completar este artículo viciado de extensión, citaremos un libro que quizás sea el menos serio de los aquí mencionados. Y es porque se trata del más famoso, llevado a la pantalla por Hollywood y por si fuera poco, sospechado de ser una gran mentira basada en hechos reales. Se trata de Papillon de Henry Charriere. Esta supuesta novela autobiográfica, publicada en 1969, cuenta en primera persona las peripecias del propio Charriere cuando fue encarcelado por la policía francesa en su colonia carcelaria de Guyana, y su posterior evasión. Aunque es un hecho comprobable que Charriere estuvo preso en Guyana, no es seguro, y a ciencia cierta a quien lee la novela le es difícil de creer, que Charriere haya vivido todas las aventuras que el libro cuenta. En cambio, lo más probable es que haya tomado historias escuchadas en el penal y las haya contado como suyas. Y casi tan seguro como eso es que Charriere no haya escrito Papillon, sino que lo hizo un periodista, un escritor fantasma que conoció durante su vida de hombre libre en Venezuela.

Por otro lado existe un libro, menos glamoroso y más llano, la verdadera fuente sobre la que se estructura el texto de Charriere, llamado Guillotina Seca de René Belbenoit. La metáfora del título es suficientemente elocuente, el presidio francés era tan efectivo para provocar la muerte del recluso como el adminículo inventado por Monsieur  Guillotin, y mucho menos sucio. Para quien lee los dos libros el parecido es evidente, con el único detalle de que la obra de Belbenoit, casi desconocida antes de la aparición de Papillon, precede a la de Charriere.

Papillon es menos importante por la trama o la aventura, y hasta por el predecible final heroico con recuperación de libertad incluida, que por mostrar hasta qué punto el sistema judicial y penal francés se deshacía de sus reos enviándolos a morir a los presidios montados en sus colonias en América. Los detalles del encarcelamiento son sobrecogedores, así también como el sistema con que los presos guardaban sus tesoros más preciados (dinero casi siempre) en un supositorio o “estuche” que llevaban siempre encima (no hay que explicar con qué método) y que sorteaba los imprevisibles cacheos y revisiones de los guardias.  

Como sea, auténtico o no, el libro de Charriere está bien escrito en el sentido de que atrapa al lector de principio a fin, un merecido best seller. Pero el detalle de la falsedad de lo que cuenta (no de su escenario, que confirma Belbenoit) hizo que mi entusiasmo por el libro decayera, hasta tal punto que su secuela: Banco, donde el protagonista narra las alternativas de su vida de hombre libre, sigue esperando en mi biblioteca para que lo lea.

Dostoievski, Solzhenitsyn, Levi, Charriere, los tres primeros injustamente, el último por estafador y un supuesto asesinato del que se declaró inocente, fueron víctimas de sistemas de encarcelamiento que envilecían a sus víctimas al punto de convertirlas en animales, enloquecerlas o simplemente quitarles el deseo de vivir. Los tres en ese sentido lucharon, cada cual con sus armas, para sobrevivir. Lo lograron y dejaron crónica de eso y de cómo el hombre es capaz de tratar a sus semejantes, motivado por el racismo, la presión de un sistema autoritario o el simple goce sádico.  En la cárcel o el Lager a ellos se los enjauló, se los castigó, se los humilló, se intentó quitarles el resto de humanidad que pudieran conservar para luego liquidarlos una vez convertidos en cosas sin voluntad.


Quedaría considerar, en época en que el sufrimiento animal es tenido en cuenta de tal modo que los jardines zoológicos comenzaron a cerrar sus puertas, como ocurrió con el zoo de Buenos Aires y de a poco con el de la ciudad de La Plata; cómo es que el hombre no ha descubierto otro sistema mejor y más humano que el de encarcelar, enjaular literalmente como a esos animales, aislar a los delincuentes en condiciones infrahumanas.  ¿No existe otro modo? ¿A nadie le interesa pensarlo? ¿Da miedo pensarlo? Mejor bajar la imputabilidad y sentirse seguros, seguir enjaulando. Pero por un solo inocente que caiga en la trampa, alguno habrá la justicia como toda creación del hombre es falible (por eso la pena de muerte es una paparruchada) valdría la pena pensarlo. 

miércoles, 1 de febrero de 2017

Buenos Aires, gentrificación ¿y después? …


La revista Mejicana (o Mexicana) Los Heraldos Negros, me ha publicado un artículo acerca de la Gentrificación. ¿Y qué es eso? Ahí va un parrafito para ver de que va el tema y la invitación para leer el artículo completo en: http://www.heraldosnegros.org/buenos-aires-gentrificacion-y-despues/

Buenos Aires, gentrificación ¿y después? …

"El primer obstáculo que hay que sortear al acercarse al fenómeno de la gentrificación es definir qué cae dentro de su esfera de influencia. El concepto, tal como lo introdujo Ruth Glass en la década de los sesenta, se refiere al movimiento de “colonización” de barrios populares u obreros por parte de las clases altas, es decir su “aburguesamiento”. De tal suerte, la puesta en valor del antiguo barrio popular expulsa en su dinámica a los vecinos originales, incapacitados de pagar los nuevos impuestos y alquileres devenidos de una revalorización de su hábitat."