viernes, 7 de enero de 2022

‘Los mitos de Cthulhu’, de Alberto Breccia y H.P Lovecraft

 por Andrés G. Muglia








Publicado en revista CULTURAMAS, España, 18 julio de 2021.
https://culturamas.es/2021/07/18/los-mitos-de-cthulhu-de-alberto-breccia-y-h-p-lovecraft/

Alberto Breccia es un mito de la historieta mundial. Comenzando con su primera incursión destacada en 1946, año en que se hizo cargo del dibujo de la tira de aventuras Vito Nervio. Pasando por su memorable Sherlock Time con guión de Héctor Oesterheld, y más tarde con su adaptación de El eternauta también con guión de Oesterheld, en 1969. Por esa época Breccia comienza a mostrarse inconforme con lo que las herramientas (narrativas, técnicas, expresivas) de la historieta clásica podían ofrecerle y a experimentar nuevas y revolucionarias formas de contar una historia mediantes la amalgama entre texto e imagen.

Quizás la muestra más acabada de esas investigaciones plásticas sea Los mitos de Cthulhu, publicado en 1976, una serie de historias de H.P Lovecraft con adaptación del escritor Norberto Buscaglia, reunidas en un solo volumen.

Eludiendo la categoría de novela gráfica, por inadecuada, diremos que Los mitos… es un libro de cuentos gráficos. Cabe la aclaración, sin embargo, de que en Los mitos… no nos encontraremos con el típico texto con algunas ilustraciones diseminadas, como bien hizo Breccia para la célebre colección infantil Billiken, sino con historietas hechas y derechas y algo más; porque el modo en que Breccia y Buscaglia incluyen los textos de Lovecraft en esta obra, va mucho más allá del cómic. Los mitos… es una forma nueva de relato gráfico, que incluye mayor cantidad de texto en las viñetas, alejándose de la historieta y acercándose a la literatura.

Pero no se agota en los textos ni en su modo de administrarlos la revolución que perpetra Breccia y compañía en Los mitos…, sino que las imágenes reflejan una inagotable voluntad por investigar los límites de lo que un lector, de historietas o de literatura, puede aceptar. Ya prefiguraba esta inagotable búsqueda de los límites, la versión que de El eternauta hizo Breccia con destino a su publicación en episodios en la revista de gran tirada Gente. Sus experimentos gráficos fueron tales, que la dirección de la revista presionó a Oesterheld para que a su vez reprimiera las locuras de Breccia y lo hiciera volver al camino de lo inteligible. Pero “el viejo” era ingobernable y no transigió, por lo que las entregas se vieron drásticamente abreviadas hasta deformar la parte final de la historia de un modo lamentable.

Lejos de matar ese germen, Breccia lo alimenta en Los mitos… y lo lleva hasta lugares que, seguramente, ni él mismo imaginaba. Es así como todo el libro es una suerte de desesperado tour de force por buscar un lenguaje que casara no solo con el estilo de Lovecraft, sino individualmente con cada una de sus historias.

El dibujante y teórico del cómic estadounidense Scott McCloud, señala en su libro Cómo se hace el cómic. El arte invisible, que existen dos tipos de artistas de la historieta: los que encuentran un estilo y lo repiten en cada una de sus obras, y los que investigan perpetuamente nuevas formas de expresión, nunca satisfechos con contar todas sus historias de una sola manera. Breccia era indudablemente de estos últimos. Los mitos… lo expresa de un modo ejemplar, porque cada historia de Lovecraft se verá reflejada de un modo diferente, en una permanente pesquisa por encontrar la mejor forma de narrar gráficamente. Por momentos se tiene la sensación de que no uno, sino varios artistas, crearon esa maravilla que es Los mitos…, por la diversidad de estilos y de técnicas que Breccia ensaya en cada uno de los textos.

Se puede adivinar un camino, como el del in crescendo de una obra de la mal llamada música clásica, que comienza en el primer cuento, El horror de Dunwich. Ese camino gráfico inicia con lo esencial de la historieta, el negro de la tinta y el blanco del papel. Breccia comienza a utilizar la primera sin claroscuros, ni en aguada ni en textura de líneas y con predominancia del blanco del papel. Pero a mitad de la historia introduce otra técnica, ya sea pastel o grafito, quizás carbonilla, para introducir ese claroscuro. Para el final de la historia ese grafito, y la oscuridad que sobreviene en consecuencia y que cambia la clave tonal del comienzo, se hace dueño de las imágenes. Este derrotero y cambio de técnica en medio de una historia, es sintomático de la búsqueda técnica y expresiva que representa de un modo tan acabado Los mitos… en la obra de Breccia.

En el Llamado de Cthulhu el artista opta por la tinta en manchas y aguadas, combinándola con trazos de plumín y creando un lenguaje de texturas inesperadas para narrar este escenario de “ciudades ciclópeas y gigantescos monolitos” en el que se desenvuelve el relato. Tal es el impulso de esta experimentación constante que en El ceremonial, El color que cayó del cielo y sobre todo, en La sombra sobre Innsmouth, Breccia empuja las fronteras de su lenguaje volcándose decididamente a la abstracción en muchas de las imágenes. Esto lleva como objetivo graficar de algún modo los monstruos que Lovecraft omite describir acabadamente (un recurso que el escritor estadounidense utilizaba a menudo) y deja librados a la imaginación del lector. Los que Breccia consigue son igualmente difusos y tanto o más sobrecogedores.

Para los que gusten de las historias de terror, los guiones de Lovecraft les brindarán lo que buscan. Para los que disfruten la historieta, encontrarán en Lo mitos… al mejor Breccia. Y a los cultores de las Artes Plásticas para los que todavía el cómic no tiene certificado de arte con mayúscula, les recomiendo que se den una vuelta por Los mitos…, para que vean lo que un gran artista pudo hacer con recursos parecidos a los que alguna vez utilizaron los endiosados pintores del expresionismo abstracto, para llenar galerías y vender sus obras con certificado expedido por el establishment.

 

‘Allí donde van nuestros padres’, de Shaun Tan

 por Andrés G. Muglia











Publicado en revista CULTURAMAS, España, 11 de julio de 2021.
https://culturamas.es/2021/07/11/alli-donde-van-nuestros-padres-de-shaun-tan/

En ese libro maravilloso que es El cine según Hitchcock, basado en una larga entrevista que Francois Truffaut le hizo al director británico donde, como cinéfilo y como director él también, lo lleva a comentar casi rollo por rollo toda su obra cinematográfica; sorprende una afirmación de Hitchcock. Es la que dice que el cine perdió mucho cuando pasó de mudo a sonoro. Esa frase deja perplejo a cualquiera que considere positivo que el cine o cualquier otro lenguaje adquiera una nueva dimensión expresiva, máxime cuando esta dimensión incluye la palabra.

Tiene su jugo seguir ese camino que propone Hitchcock y que consiste en indicar las desventajas antes que las (al parecer evidentes) ventajas del cine sonoro. La más importante: el cine deja de ser universal. Introducido el diálogo, las traducciones (subtitulado o doblaje mediante) son obligadas. Se sabe, una obra basada solo en imágenes podrá saltearse el inconveniente del idioma, si el autor tiene el talento para expresarse con esa limitación. 

Shaun Tan, un artista gráfico nacido en Australia en 1974, parece entender muy bien la objeción de Hitchcock a la palabra, de la que prescinde completamente en Allí donde van nuestros padres (también traducida como Emigrantes), novela gráfica publicada en el año 2006.

En el género en que se desenvuelve Tan, el de la ilustración y la historieta, existe también una fuerte vinculación con la palabra. Algún desprevenido puede definir a la historieta, precisamente, como la conjunción de palabra e imagen. Por lo que, la operación de Tan en Allí donde… es de una incidencia análoga a la que tendría un director de cine que renunciara al sonido en pleno siglo XXI. Como si eso no le bastara, y en vena de este viaje a los lenguajes del pasado como recurso narrativo, Tan prescinde también del color, o mejor, lo utiliza a su favor limitándose a una paleta en tonos sepia que le conviene, y mucho, para contar su historia. La sensación que se tiene al pasar las páginas del fascinante Allí donde… tiene una resonancia de película muda y también de álbum de fotos ajadas donde se reconocen los rasgos de nuestros antepasados.

No es Tan quien descubre este recurso, eso está claro. Existen antecedentes como la novela visual God´s man que el artista estadounidense Lyn Ward, experto xilógrafo, publicó en 1929. Allí narra, con un lenguaje visual cercano al expresionismo, el destino de un artista que, como el Fausto de Goethe, firma un pacto con el diablo. Ward se sirve de 139 grabados en madera para contar esta edificante y puritana historia del hombre descarriado y condenado. Shaun Tan necesita unas cuantas más para contar la suya, elaborada en base a una técnica mucho más sutil y cálida que la de Ward, y que se desarrolla en dibujos detallados y muy elaborados.

Hasta aquí hablamos del lenguaje narrativo elegido por Tan para contar su historia, pero no mencionamos el tema, que se actualiza dramáticamente en nuestro tiempo. Todos los días vemos en los medios masivos, noticias acerca de los problemas mundiales en relación a enormes cantidades de personas que deciden migrar, aún sin tener un lugar seguro al cual arribar. Algunos países cierran sus fronteras y dan la espalda a esa problemática. En este sentido la obra de Tan habla al corazón de un problema de acuciante actualidad. No obstante, la migración que narra Tan en Allí donde… es una muy diferente a la actual, es la migración de la época en que países como EE.UU., Argentina o Australia, estimulaban la llegada de inmigrantes a sus tierras. 

Consciente de que escribo para un medio europeo, hago este inciso. En Argentina, donde nací y desde dónde envío estos artículos, la inmigración fue decisiva para configurar el país que somos actualmente. Después del genocidio que fue la Campaña al Desierto de fines del siglo XIX y que intentó terminar con los pueblos originarios hacía el sur de la Patagonia; Argentina promovió una política de puertas abiertas que la convirtió en un país diferente. Más allá de consideraciones de las políticas actuales o pasadas, todos o casi todos los argentinos tenemos en nuestra historia, de nuestros padres, abuelos o más atrás (más abajo) en el árbol genealógico, un antepasado inmigrante. Basta leer una guía telefónica (qué antigüedad) para encontrar apellidos italianos, españoles, vascos, libaneses, portugueses y de muchos otros orígenes mixturados. Quizás por eso esta obra de Shaun Tan tiene para mí o para cualquiera nacido por estos rumbos, un impacto especial.

Sin embargo, Tan no se queda en narrar la historia de un migrante y su familia. Enseguida de comenzar introduce elementos de un fuerte simbolismo, como las sombras inquietantes de una silueta monstruosa (¿la guerra? ¿el hambre) que acecha el pueblo desde donde parte el migrante. Esos elementos van ganando la narración, hasta desembocar en el fantástico país al que llega el protagonista luego de muchas jornadas de viaje en barco (representadas magistralmente por fotogramas de diferentes cielos). Con este país surrealista de reminiscencias orientales, Tan refleja la perplejidad permanente del migrante que desconoce las costumbres, el lenguaje, la comida y hasta los extraños animales de este onírico destino. Es notable cómo con ese recurso de introducir elementos fantásticos, el autor refleja lo difícil de la adaptación de todos los migrantes a lo largo de la historia.

Allí donde… es una obra digna de leerse-mirarse. Llena de sensibilidad, simbolismo, poesía y bellas imágenes. Para acercarse a otra forma de narrar. Muda, pero llena de significado.   

 

‘Una mente prodigiosa’, la vida de John Nash por Sylvia Nasar

 por Andrés G. Muglia











Publicado en revista CULTURAMAS, España, 23 de mayo de 2021.
https://culturamas.es/2021/05/23/una-mente-prodigiosa-la-vida-de-john-nash-por-sylvia-nasar/

Pocas veces un film ha sido tan poco fiel al libro en el que se basó como en el caso de Una mente brillante (que así se conoció en Latinoamérica) protagonizada por Russel Crowe y estrenada en el año 2001. No obstante, la película es muy buena y, paradójicamente, el libro de Nasar también lo es, pero por razones completamente diferentes. Me explico. Si de algo peca la versión cinematográfica del drama de John Nash, joven matemático estadounidense promesa de su generación que sufrió de esquizofrenia buena parte de su vida, es de simplificar ad absurdum la compleja historia de Nash. Es como una biografía de Nash para niños, pero que conserva a pesar de su simplificación la esencia del drama.

Por el contrario, el libro de Nasar, biografía no autorizada que se mantuvo por un buen tiempo entre los libros más vendidos de la lista del New York Times, revela la complejidad de la vida y la mente de Nash. Mientras que el film edulcora u omite detalles escabrosos de la personalidad y el proceder del genio, el libro se impone la tarea, a veces penosa para el lector que descubre que la persona sobre la que lee no le simpatiza, de mostrar todas las aristas más complejas de un hombre impredecible que más adelante se precipitó hacia la locura.

Nash era y se reveló desde muy temprano como el prototipo del genio. Aunque su genialidad residiera, de algún modo, en no seguir los cánones establecidos por el que otras mentes brillantes de su época (verbigracia su mentor Oppenheimer) obtenían sus resultados. Precisamente la genialidad de Nash residía en su forma inesperada de encarar los problemas de un modo que evoca al pensamiento lateral que tanto se ha popularizado en nuestros días. En los suyos, sus métodos y su forma de pensamiento, además de su personalidad extravagante, eran mirados con extrañeza por sus colegas, que a lo sumo lo toleraban sin lograr establecer una verdadera amistad con él.

Competitivo, ambicioso, muy consciente de su inteligencia, el joven Nash resultaba altanero y chocante. Estudiante brillante, muy pronto las principales universidades le ofrecieron becas como profesor e investigador, pero la que él más ambicionaba, Harvard, nunca lo llamó. Se conformó entonces con colocarse en Princeton, centro que por aquel entonces contaba con una plana de matemáticos e investigadores de enorme prestigio, entre ellos Einstein, y que acogió al extravagante Nash.

El libro de Nasar describe de un modo estimulante el mundo académico estadounidense de la posguerra. El modo en que los científicos disputaban sus becas, se insertaban en las diferentes universidades que se los disputaban como a estrellas del deporte, o trabajaban para un Departamento de Defensa norteamericano sediento de cerebros que le ayudaran a ponerse en ventaja en la naciente Guerra Fría. La vida en Princeton, la placidez y comodidad con que los matemáticos y físicos pasaban sus días enseñando e investigando en la universidad, a la sombra de la mirada paternal del mayor genio del siglo XX, Albert Einstein, que hacía sus paseos por los campos de Nueva Jersey como un mito viviente que los estudiantes de posgrado veían pasar con veneración, tiene en la descripción de Nasar un aire idílico. 

Sin embargo, no le fue fácil al joven Nash cuadrar con el perfil del investigador y docente americano promedio. Sus tendencias homosexuales no le ayudaron en el lance y aunque no fue perseguido ni soslayado por ellas, luchó parte de su vida por rechazarlas, lo que lo llevó incluso a casarse para poder seguir escalando académicamente.

Donde sí se encontraba cómodo Nash era en la sala de profesores. Porque allí se desarrollaba una inveterada tradición de los académicos matemáticos: los juegos de mesa. Nash y muchos de sus colegas eran fanáticos del Go, un milenario juego de estrategia a base de un tablero cuadriculado y fichas, que causaba furor en Princeton. Pronto Nash desarrolló su propia versión, que dejaría perplejos y entusiasmados por su enorme originalidad a los entusiastas del juego. El Go Nash pronto ganó adeptos entre los lúdicos profesores y la genialidad de Nash trascendió entre sus compañeros, una vez más a través de un camino extravagante. Su pasión por los juegos llevó a Nash a escribir un trabajo científico titulado, precisamente, Teoría de los juegos, que pasó sin pena ni gloria luego de ser publicado y pronto se olvidó; pero que a la postre sería el motivo por el que en 1994 un rehabilitado Nash recibiera el premio Nobel de Economía.

Pero nos estamos adelantando. Antes de eso Nash tuvo una compleja relación con su madre, mantuvo relaciones homosexuales clandestinas que lo llevaron a ser detenido por la policía (así era en esa época), llevó adelante una conflictiva pareja con una enfermera llamada Eleanor Stier con quien tuvo su primer hijo John, al que nunca le prestó la mejor atención, se casó con una bella científica salvadoreña de clase acomodada con quien tuvo a su segundo hijo John (sí, leyó bien) y finalmente, cuando el torbellino de esa vida tan variada parecía por fin perfilar su profesión a lo que él tanto ansiaba (reconocimiento, premios, dinero) se le salió la cadena y comenzó a dar muestras de una creciente esquizofrenia.

Después de eso, Nash tuvo una larga serie de internaciones en instituciones cada vez de peor calidad (su esposa y su madre ya no contaban con dinero suficiente para clínicas privadas) bajo condiciones algunas veces tan deplorables que sus ex compañeros llegaron a juntar dinero para solventar mejores tratamientos. Hay que recordar que por aquella época las medicinas antipsicóticas no estaban desarrolladas y los tratamientos psiquiátricos parecían pensados más para torturar que para curar: electroshock, coma insulínico, lobotomía, etc.

Para la década del ’70 circulaba por los parques de Princeton un sujeto al que apodaban «el fantasma». Solía bajar a la biblioteca de la universidad y anotar en los pizarrones extensas ecuaciones, entremezcladas con comentarios sobre teorías conspiratorias. Algunas de esas anotaciones eran tan brillantes que sus colegas las registraban aunque no las comprendieran cabalmente. El fantasma no era otro que Nash, que vivía de una beca universitaria que algunos amigos le consiguieron más por piedad que por tener esperanza de que se recuperara.

Sin embargo, con el tiempo Nash comenzó a interesarse en los ordenadores que, por aquella época de prehistoria digital, contaba la universidad. Consiguió un permiso para utilizarlos, y aunque al comienzo sus investigaciones no tenían un objetivo determinado, poco a poco comenzó a sacar provecho de esa interacción y con el tiempo, inesperadamente para muchos y, sobre todo, para él, volvió a investigar en un sentido académico y a publicar. La historia de esta rehabilitación que él mismo llevó a cabo es inexplicable desde un punto de vista médico. Nadie sabe en realidad cómo hizo Nash para evadirse del infierno en el que estaba atrapado hacía décadas. Lo cierto es que en 1994, como si se tratara del final de una buena película, Nash recibió el premio Nobel por un trabajo que había escrito décadas antes un joven que, en muchos sentidos, no era el mismo que el hombre que recibió el premio en su nombre.

 


‘Mi vida al límite’, de Reinhold Messner

 por Andrés G. Muglia











Publicado en revista CULTURAMAS, España, 19 de mayo de 2021.
https://culturamas.es/2021/05/19/mi-vida-al-limite-de-reinhold-messner/

Bajo ese pomposo título encontramos una biografía-entrevista que revela las experiencias, pensamientos y algo de la historia de este mítico aventurero. Sin embargo, si alguien puede ponerle ese título a un libro sin sonar pretencioso ni exagerado, ese alguien es Messner. Estamos hablando de un hombre que subió todas (sí todas) las montañas más altas del mundo. Tiene en su haber 14 “ochomiles” y fue el primero en subir al Everest sin oxígeno. Luego de ese derrotero como montañista se dedicó a las más extravagantes aventuras, como atravesar el desierto de Gobi a pie, y cruzar, también a pie y tirando de un trineo con su equipaje y material de supervivencia, todo el continente antártico de punta a punta. Empresa en la que sucumbió la famosa expedición del capitán Scott que sólo pretendía hacer un “ida y vuelta” al polo en el año 1912.

En esta jugosa entrevista en forma de libro donde Messner le cuenta al famoso reportero Thomas Hüetlin detalles de su vida, el alpinista tirolés muestra buena parte de la batería de comentarios y acciones que lo convirtieron, además de en un celebridad, en un hombre profundamente polémico.

El libro se podría llamar tranquilamente “Mi vida empujando los límites” porque eso hizo precisamente Messner desde que comenzara a escalar en su Tirol natal; primero con su rígido padre que curiosamente lo sometía a él y a sus ocho hermanos a una disciplina férrea, pero veía bien que Reinhold y su hermano menor Günter se arriesgaran en las más aventuradas escaladas. Después, demostrando una pulsión indómita por la aventura, saliendo de aquel valle cerrado al mundo, donde trabajaba matando y pelando pollos en la granja familiar durante parte del día, a buscar nuevas montañas que conquistar; pero no sólo físicas, que son a pesar de peligrosas mucho más fáciles que las otras: las personales, las que son las más difíciles de superar.

Esa búsqueda permanente por la adrenalina, el riesgo y la sensación que sólo los montañistas conocen al hacer cumbre, pero que en realidad tiene su médula en el transcurrir riesgoso, muchas veces mortal, hacia ese objetivo; lo llevó no sólo a las cimas más famosas de la tierra, sino a intentar escalarlas por caminos nunca recorridos, o con dificultades impuestas e impensadas, como subir a las más altas cumbres sin oxígeno.

Desde muy temprano en su práctica como escalador, Messner desafió los límites de su práctica. Un detalle técnico puede dar buena cuenta de su filosofía sui generis y de su rechazo a los dogmas. El joven Messner se destacó por su velocidad en la escalada en roca y paredes verticales, una de las prácticas más difíciles y exigentes del montañismo. ¿Cómo lo hizo? ¿Tenía mejor técnica o más fortaleza que los demás escaladores? No. Simplemente subvirtió el decálogo tácito del buen escalador; en lugar de fijar una clavija en la roca (y asegurar allí su cuerda) cuando ya no podía encontrar un camino seguro por donde subir, es decir cuando estaba en condiciones desfavorables y le resultaba incómodo hacerlo; fijaba su clavijas cuando las condiciones le eran favorables, y así asegurado podía aventurarse rápidamente por trepadas más arriesgadas. Si su intrepidez lo premiaba subía velozmente, si lo castigaba, estaba asegurado por la clavija que había clavado justo cuando ningún otro escalador lo hubiese hecho. Esto habla, además de su voluntad por tomar riesgos y  su espíritu innegable de competencia que muchos le criticaron, de una reflexión profunda y libre de prejuicios sobre una práctica que dominaría como ninguno y que revolucionaría en muchos sentidos.

Otro ejemplo de sus desafíos a los mandatos del montañismo, fue su adopción, luego de varios años de práctica y tras la pérdida de su hermano Günter, en un desesperado descenso en medio de una tormenta tras hacer cumbre en el Nanga Parbat, de una nueva práctica de ascenso en solitario y con la menor cantidad de equipo posible. Messner desafiaba de nuevo a la escala tradicional, fundada en grandes equipos coordinados, cordadas de varios miembros que iban subiendo a las altas cumbres en etapas, con campamentos escalonados y, muchas veces, para que solamente uno o dos de sus miembros hicieran cumbre.

Cansado de esta burocracia montañera, que derivaría más tarde en lo que se dio en llamar “turismo de alta montaña” que Messner siempre deploró, el tirolés fundó la arriesgada filosofía de “andar ligero” en la montaña; con la idea de ser el completo responsable de su triunfo o su fracaso, y en todo caso de su vida, que era la única que arriesgaba en sus aventuras. Su decisión lo llevaría a que su fama creciera cada vez más, pero lo cierto fue que las condiciones que se impuso en la soledad fueron terribles, no tanto por el esfuerzo físico, sino por el condicionante de tipo psicológico de no poder compartir las decisiones que lo llevaran al triunfo o el fracaso, y en el caso de este último, probablemente a la muerte.

Relatar sus correrías, primero con libros y después con documentales, le permitió conseguir lo impensado para aquel niño que pelaba pollos en el Tirol: vivir de su pasión por la escalada y la exploración. Casi todos sus libros han sido un suceso mundial de ventas, y le permitieron, entre otras cosas, comprarse como vivienda un castillo del siglo XIII enclavado (como no podía ser de otra manera) en lo alto de una montaña a pocos kilómetros de Liechtenstein.

Con tantos admiradores como detractores, Messner renunció al montañismo después de conseguir subir a los picos más altos del mundo por los caminos más riesgosos, y se dedicó a otro tipo de exploraciones que le provocaran nuevos desafíos. Atravesó la Antártida a pie, casi muere en el Ártico en compañía de otro de sus hermanos, recorrió el Tibet intentando develar la verdadera historia del Yeti, y finalmente, como si todo aquello no le hubiese bastado, fue representante del Partido Verde por el Tirol del sur en el parlamento europeo. Esto último le presentó uno de sus más grandes desafíos, precisamente porque debía enfrentar y escalar una montaña para él desconocida y resbaladiza: la de la política.

Desencantado por sus años como político, el comienzo del siglo XIX lo encontró organizando diferentes museos sobre montañismo, donde expuso entre otras cosas la enorme colección de arte del Himalaya que ha ido acumulando a lo largo de sus múltiples expediciones. Mi vida al límite es, en cierta forma, un balance de este incansable tirolés que bajó de las montañas para construir museos y contarle al mundo lo importante que es la conquista de lo inútil. 

 

 


‘Sueños de Bunker Hill’, de John Fante

 por Andrés G. Muglia











Publicado en revista CULTURAMAS; España, 6 de marzo de 2021.
https://culturamas.es/2021/03/06/suenos-de-bunker-hill-de-john-fante/

En la célebre saga de las novelas más conocidas de John Fante, en las que se narran las experiencias de su alter ego Arturo Bandini, Sueños de Bunker Hill ocupa, cronológicamente hablando, el tercer lugar. La primera es Espera la primavera Bandini, novela inaugural de Fante que rebosa debut por los cuatro costados y que no tiene mucho que ver con el resto de la saga. Sí posee el perfil autobiográfico descarnado de las otras novelas, pero en un momento de la vida de Fante-Bandini donde asomarse no provoca el menor interés.

El crecimiento de Fante en una familia de inmigrantes italianos muy pobres, en un pueblo pequeño del medio oeste de los EE.UU., nos regala una descripción prolija y aburrida de todo el odio que Fante-Bandini profesaba por su entorno y su padre; una suerte de Carta al padre de Kafka, ampliada y hecha novela. Razón de más para no incluir este libro inaugural, del que el propio Fante renegaba, como una de sus obras destacadas.

Siguiendo esa secuencia, Pregúntale al polvo, su obra más conocida y segunda de la saga Bandini, encuentra un Fante con un estilo asentado, que sigue teniendo visos de tragedia pero con un tono irónico y un toque de humor que se extraña en Espera la primavera Bandini. Para Sueños de Bunker Hill ese estilo ya es una completa marca registrada de Fante que el lector reconoce con placer. Sueños de Bunker Hill es una continuación en toda regla de Pregúntale al polvo, con un Arturo Bandini que deja un poco el cascarón de chico-escritor-genio-debutante que busca su destino, para mostrar un personaje con más confianza en sí mismo, sólido para aventuras más interesante que pasar hambre o una historia de amor desgraciado con una mesera, ejes de Pregúntale al polvo.

En esta tercera entrega Bandini es un autor editado (ya publicó una novela), y recibe algunos encargos que lo ponen en mejor situación económica. Luego de trabajar como corrector de estilo para un editor delirante que ama a los gatos y deja que reinen en su oficina; conoce a una chica rica con la que comete todas las torpezas que se puedan imaginar. En una memorable escena la testosterona desbordada de Bandini echa todo a perder de un modo que hace que el lector se retuerza de risa y lástima a la vez.

Bandini sigue su derrotero a través de Los Ángeles de los años ´40 y consigue un trabajo como guionista en un estudio de Hollywood. Tiene su propia oficina, una secretaria bella y antipática, un sueldo fabuloso para sus humildes ambiciones, pero ningún trabajo. Su empleador le dice que “conozca el ambiente”, que “se mezcle” y lo obliga a conservarse en las gateras como un brillante suplente al que puede acudir en cualquier momento. Pero Bandini es un escritor joven, un pura sangre que se muere por demostrar su talento y el permanente spleen al que lo somete este trabajo que consiste en no hacer nada, más que ir a cobrar jugosos cheques al banco, comienza a erosionarlo poco a poco.

Frank Edgington, un guionista algo mayor del que se hace amigo, lo espeta a que reflexione: muchos otros escritores querrían estar en su lugar, nada de trabajo y una paga excelente. Por un tiempo Bandini se aplica en adoptar la filosofía de su amigo, se relaja y disfruta en su compañía de los buenos restaurantes o de los oscuros bares, además de conocer a muchas estrellas de la pantalla y guionistas importantes.

Después de un guión fallido al que se aplica durante semanas y cuando la desesperación está por hacerlo explotar, le proponen una colaboración con una antigua guionista, Velda van der Zee. Una alcohólica sexagenaria que solamente habla de las estrellas que ha conocido en Hollywood, a las cuales mezcla en grandes escenas de fábula que jamás ocurrieron. Bandini se da cuenta de que es incapaz de trabajar con Velda. Se reúne con ella día tras día en su gran mansión, solo para tomar cocteles y escuchar las interminables historias de la madura guionista sin poder escribir una sola línea.

Harto de todo, finalmente logra que lo echen de su trabajo a través de escenas llenas del estilo Fante y del sello entre trágico y cómico de Bandini. Se pelea con Edgington y con sus ahorros alquila una chabola de pescadores al borde del Pacífico, en una zona humilde cercana a Los Ángeles, para dedicarse allí de lleno a la escritura. Aquí la novela desbarranca definitivamente y se desliza por un ambiente insólito, que si estuviéramos escribiendo sobre cine se identificaría fácilmente con el de Federico Fellini en Amarcord. En su pobre casucha Bandini es incapaz de escribir y pasa sus días indolentemente haraganeando por la playa. Una mañana llega a la casa contigua a la suya un auto de lujo con un escudo nobiliario pintado en la puerta, que arrastra un remolque de dos ruedas. De él baja el “Duque de Cerdeña”, un luchador italiano del floreciente ambiente del catch.

La relación de Bandini con el Duque es extraña y surrealista. Observa al amenazante luchador ir y venir todo el día por la playa desierta arrastrando a mano el remolque que ha traído, no sin antes cargarlo de arena. Habla con él cuando el otro irrumpe sin llamar en su casa, e incluso le vende poemas que compone en el momento, para que el otro le envíe a su novia.

En Los Ángeles, en los estudios de Hollywood, en su casa de pescadores; en compañía de Edginton, de Velda van der Zeer o del insólito Duque de Cerdeña, Bandini siempre se muestra y se comporta como un pez afuera del agua. Ningún ambiente, ningún elemento, ningún paisaje ni ninguna compañía, tenga las características que tenga, lo encuentran cómodo; no ya feliz, que sería demasiado pedir para el desventurado Arturo. Y esa incomodidad se transmite al lector, que siente una automática empatía con Bandini, aunque su conducta por momentos sea completamente ilógica o le produzca rechazo.

Porque Bandini no es un campeón de la ética, ni un ejemplo a seguir, ni mucho menos un joven que cae simpático a la gente; Bandini es Bandini, genial, tortuoso, patético y siempre perdiendo ante el mundo. Pero perdiendo en sus propios términos, lo cual, si bien puede sonar a triunfo pírrico, lo es al menos de algún género. Quien simpatice con el pobre Bandini y disfrute de sus peripecias, encontrará en Sueños de Bunker Hill una buena dosis de sus inagotables fracasos.

 

 



‘Pregúntale al polvo’, de John Fante

 por Andrés G. Muglia











Publicado en revista CULTURAMAS, 3 de marzo de 2021.
https://culturamas.es/2021/03/03/preguntale-al-polvo-de-john-fante/

A veces un buen recurso para descubrir autores que desconocíamos es prestar atención a los comentarios, consejos y gustos literarios de escritores que admiramos. Llegué a John Fante por “consejo” de Charles Bukowski, que siempre fue un admirador incondicional de este medianamente ignoto autor norteamericano. En realidad, que Fante tuviera trascendencia después de su muerte, fue en gran parte gracias a la prédica de Bukowski a favor de su obra. Escribe Bukowski en el prólogo de esta edición de Pregúntale al polvo que me tocó en suerte, que descubrió a Fante revolviendo las estanterías de la biblioteca del Congreso donde no encontraba algo que fuera auténtico y sincero hasta que dio con Pregúntale al polvo y sufrió un auténtica revelación.

Epifanías literarias aparte, contrariamente a lo que pueda suponerse Fante no es de la generación precedente a la de Bukowski, sino su contemporáneo; pues contaba solo diez años más que éste. Se encuentran como resonancias de Fante en la obra de Bukowski; aunque a Bukowski le falta el humor maravilloso de Fante. Además, mientras que el poeta maldito Chinasky se reputa un amante consumado que liga fácilmente en toda condición; el alter ego de Fante, Arturo Bandini, es un fracasado en las lides del amor y el sexo, que huye aterrorizado de las prostitutas después de pagarles, o sostiene amoríos imposibles con mujeres con las que nunca sabe cómo relacionarse.

Pero dejemos ya a Bukowski y hablemos de Bandini, o de Fante, que es lo mismo.

Los padres de Fante habían nacido en Italia, en tanto que él y sus hermanos y hermanas lo hicieron en EE.UU. Esto es importante dentro de su obra. El percibirse a sí mismo como cien por ciento norteamericano; pues desde ese lugar contempla a otras minorías étnicas igualmente descendientes de inmigrantes: mexicanos, filipinos, japoneses; con cierta xenofobia que no se preocupa en disimular. A despecho de que a él lo llamen “macarroni”.

Nacido en un pueblo de Colorado, Bandini-Fante decide buscar suerte en la tierra prometida, que por aquellos años en EE.UU. se llamaba Los Ángeles. Hacia allí se dirige, con sus veinte años, su abundante inexperiencia, su maleta de cartón y su máquina de escribir; pensando en triunfar como escritor. Las novelas de la saga Bandini son una semblanza descarnada de esa ciudad de Los Ángeles en los años ´30 del siglo XX, tal como lo fueron también las de Raymond Chandler.

Basados en las experiencias de Fante como autor novel en California nacen cuatro libros que ya son célebres, conocidos como la tetralogía o la saga de Bandini. Por orden cronológico estos son: Espera a la primavera, Bandini; Pregúntale al polvo, Sueños de Bunker Hill y Camino de los Ángeles. No todos los libros fueron escritos en la misma época y Camino de los Ángeles fue publicado póstumamente recién en 1986.

Si bien Pregúntale al polvo no es el que inaugura la saga, sí es el más conocido. Cuenta en primera persona las peripecias de este poco experimentado Bandini, viviendo en una pensión de mala muerte en Bunker Hill, donde el edificio apoyado sobre la colina desciende en lugar de ascender y Bandini sale de su habitación por la ventana, para echarse sobre el césped a contemplar un futuro que intuye promisorio mientras el hambre le aprieta la tripa.

Pero Bandini ha logrado colocar su relato “Y el perrito rió” en una revista reconocida, de la que compró cantidad de ejemplares que reparte como carta de presentación a todos los que quiere impresionar, que desde luego jamás la leen. Al editor que le ha aceptado el relato, que ni siquiera conoce en persona, le escribe largas cartas desesperadas contándoles sus cuitas mientras sigue luchando con la inspiración y proyecta una novela que nunca se sienta a escribir.

En medio de su lucha por publicar su trabajo, conoce a Camila, una camarera de ascendencia mexicana. Camila es una de las grandes contradicciones de Bandini; por momentos “diosa Maya” y por otros “sudaca” a la que el joven remarca constantemente su condición de auténtico norteamericano (diferencia que Camila rebate porque ella también nació en EE.UU.). Bandini siente una atracción feroz por Camila, que se parece menos al amor que a la obsesión, pero también un profundo rechazo que enmascara un miedo profundo. Porque Camila vive su vida con libertad y Bandini es, a pesar que se reivindique americano de pura cepa, profundamente italiano y severamente católico. Camila libre. Camila morena. Camila que bailotea mientras sirve las mesas y juega con los clientes. Camila nadando desnuda en el Pacífico en mitad de la madrugada. Camila pecado. Y para colmo de males, Camila ama a otro hombre. Un mesero enfermo de cáncer que es lo opuesto al explosivo Bandini.

Rodeado de todas estas fuerzas que lo trastornan y lo desgarran, Bandini trasunta las páginas de Pregúntale al polvo: agobiado por la pobreza y el hambre, mintiendo a su madre en sus cartas, entrando y saliendo de iglesias donde no se atreve a confesarse, fumando marihuana para acompañar a Camila, tratando de no ver que está perdidamente enamorado de ella.

En medio de toda esta confusión su preciado editor le envía un cheque: ha tomado una de sus largas cartas, le ha quitado la introducción y la ha convertido en un cuento que se publicará próximamente. Pero el júbilo que esto provoca viene acompañado por una noticia todavía más explosiva: su editor le pide que escriba una novela. Bandini toca el cielo con las manos en el mismo momento que su relación con Camila le pone los pies en el infierno.

El amor, la literatura, los prejuicios, la Norteamérica de los años posteriores a la gran depresión; todo a través de Bandini. Un personaje fascinante por el que a veces sentimos simpatía y otras desprecio; quizás porque es demasiado humano y contradictorio. Pregúntale al polvo es una novela donde encontramos un Fante en estado puro y que puede ser un buen comienzo para conocer a este autor que Bukowski idolatraba.

 

 


‘Adiós muñeca’, de Raymond Chandler

 por Andrés G. Muglia











Publicada en revista CULTURAMAS, España, 27 de febrero de 2021.
https://culturamas.es/2021/02/27/adios-muneca-de-raymond-chandler/

Adiós muñeca es la segunda novela de Raymond Chandler. Su héroe Philip Marlowe, que había hecho su primera aparición en El sueño eterno, reaparece en este libro publicado por primera vez en 1940, que tiene una estructura más ambiciosa que su novela debut. Esta vez Marlowe se ve envuelto en una serie de episodios, algunos muy peligrosos y que lo ponen al borde de la muerte, que se suceden dentro de la trama sin que el lector pueda hacer otra cosa que dejarse llevar por la evolución de cada uno, pero sin necesariamente relacionarlos entre sí. Como si Chandler hubiese decidido escribir varias historias, separarlas en capítulos y mezclar todos esos capítulos en una suerte de baraja literaria, para dar finalmente como resultado Adiós muñeca.

Todo comienza con el encuentro fortuito de Marlowe con un hombre llamado Moose Maloy. Un gigante que evidentemente no está en sus cabales y obliga a Marlowe (lo invita entre amistoso y amenazante) a entrar a un bar a tomar una copa con él. Marlowe accede y juntos penetran a un establecimiento que al instante el protagonista advierte es exclusivo para afroamericanos. Con el mismo semblante un poco alelado con que interpeló a Marlowe, Maloy consulta educadamente al matón que viene a expulsarlos del bar, sobre el paradero de una mujer llamada Velma que trabajaba como bailarina en aquel lugar ocho años atrás. Allí nos enteramos que durante ese tiempo Maloy ha estado en la cárcel y que Velma era su antigua novia antes de caer preso. Todos: el barman, el matón (menos amablemente) intentan hacer entender a Maloy que allí no hay ninguna Velma, que ocho años antes ese bar tenía otro dueño y que por esa época era un establecimiento para blancos. Pero Maloy no entiende razones. La violencia estalla y el gigante mata al guardaespaldas para luego, en medio de la estampida de la concurrencia, entrar en la oficina del dueño del bar y, siempre buscando a Velma, asesinarlo también.

Marlowe contempla la dantesca escena con su habitual pragmatismo, intentando no involucrarse pero impidiendo que el barman dispare a quemarropa sobre Maloy con una escopeta recortada que oculta debajo del mostrador. Después de que el estallido termina y todos se han ido, recorre el campo de batalla y entra en la oficina del dueño que ha sido sorprendido por Maloy mientras intentaba sacar un arma para ultimarlo. Advierte que el gigante casi le arrancó la cabeza con sus manos.

Sin quererlo, Marlowe se ve involucrado en este crimen doble y es citado por la policía, a cuyos miembros evidentemente no simpatiza, para testificar. Librado de responsabilidad con respecto al crimen y seguro de que la policía no hará nada por buscar a Maloy, inicia su propia pesquisa para encontrarlo. Investiga al antiguo dueño del bar pero solo encuentra a su viuda, una alcohólica que vive en la miseria y se muestra esquiva cuando Marlowe le hace preguntas sobre Velma.

En medio de este embrollo que lleva adelante por motus propio, Marlowe recibe una llamada de un misterioso personaje, Lindsay Marriot, que le pide vaya a verlo. Marriot contrata los servicios del detective para una misión sencilla, tiene que hacerle las veces de guardaespaldas mientras él paga un rescate a los ladrones que le han birlado un valioso collar a una “amiga” suya. Marlowe es reacio a colaborar con Marriot, pero la paga es buena, así que lo acompaña hasta un descampado donde se realizará el intercambio. En medio de la noche y mientras investiga el terreno, es atacado y dejado inconsciente. Cuando despierta descubre que han matado a Marriot. En tanto investiga el cadáver, una bella y joven pelirroja llamada Anne Riordan, aparece en escena y amenaza al detective con un arma. Después de algunas idas y vueltas, Anne, que es la hija de un policía y se ha acercado a la escena del crimen porque escuchó un disparo, ayuda  a Marlowe a salir del entuerto.

Comienza entonces una segunda investigación del detective para dilucidar quién y por qué mató a Marriot, durante la cual conoce a la dueña del collar robado, Helen Grayle; una auténtica mujer fatal con todas las de la ley y con la que naturalmente Marlowe sostiene una tórrida relación preñada de erotismo. Todo esto con el conocimiento del marido de la señora, un rico hombre maduro que hace ojos ciegos a los deslices de su esposa.

Presentados los abundantes personajes, las dos historias se empiezan a entretejer a un ritmo desconcertante. Marlowe va tras la pista de un narcotraficante relacionado con Marriot, un supuesto gurú al que acuden algunos habitantes de Berverly Hills. Sus investigaciones lo confrontan con este extraño personaje y la vida del detective corre peligro una y otra vez. En medio de todo aquello su relación con Helen Grayle se vuelve cada vez más tortuosa y para colmo de complicaciones la bella Anne Riordan sigue rondando al atribulado detective.

En este laberinto de historias y personajes cruzados, Marlowe se ve sometido a un torbellino de acción al que el lector, tal vez sin comprender del todo lo que está pasando, también se ve arrastrado; hasta llegar a un punto donde de golpe y con una muestra del enorme talento de Chandler, la trama encarrila y todos los elementos de este complejo rompecabezas encajan milagrosamente.

Algunos críticos apuntan que Adiós muñeca es la mejor novela de Raymond Chandler. Sin estar seguro de que esto se verifique, pues mucho depende el gusto de cada uno en este sentido, sí se puede afirmar que es su novela más ambiciosa en cuanto a la estructura narrativa. Con los elementos típicos de la novela negra: gente muy mala, disparos, asesinatos, misterio, mujeres bellas y peligrosas, hombres duros de moral dudosa y el inconfundible estilo de Raymond Chandler, con sus descripciones detalladas (a veces en exceso), sus personajes que hacen pensar en el Hollywood de la época dorada y el escenario inconfundible de los bajos fondos de Los Ángeles que el escritor convirtió en su coto de caza literario. 

 

 


‘Una cruz en Siberia’, de Konsalik

por Andrés G. Muglia

 











Publicado en revista CULTURAMAS, España, 31 de enero de 2021.
https://culturamas.es/2021/01/31/una-cruz-en-siberia-de-konsalik/

Hay varias cosas que admiro de un escritor. Las principales son: que escriba bien, que lo haga profundamente (aunque hable de cosas superficiales), y que no se pueda dejar de leerlo. A veces, la tercera se verifica sin que las otras dos existan. Eso crea una tensión hacia adentro del amor propio del lector que dice: “no puedo seguir leyendo esta bazofia, pero no puedo dejar de hacerlo”. Y es que hay escritores que, escriban sobre lo que escriban: cowboys, seres de otro planeta, amores adolescentes; clavan un anzuelo en el interés del lector y lo arrastran a seguir leyendo página tras página casi en contra de su voluntad. Eso es un talento que hay que reconocer.

Este tipo de recurso siempre está presente en los “escritores de bestsellers” (categoría antojadiza si las hay), que tienen la virtud de escribir largos novelones y, en contra de todo pronóstico, logran que un lector ocasional de esos que llevan sus novelas a la playa, lea de cabo a rabo una de sus obras de un tirón durante las vacaciones. ¿En dónde reside la magia? No lo sé en realidad y si lo supiera estaría publicando bestsellers. Pero hay algo en el ritmo, en el modo de presentar las escenas, en los personajes un poco estereotipados y sin mucho calado psicológico, en la acción; que nos lleva detrás de estas marionetas que vemos llenas de defectos, en escenas superpobladas de clichés, hacia destinos completamente predecibles pero… que estamos obligados a leer.

Konsalik, así a secas sin nombre de pila adelante, es el seudónimo del escritor Heinz Günther, quien nació en Alemania en 1921 y murió en Austria en 1999. Por imposición de su padre el joven Günther estudió medicina. Más tarde participó en la Segunda Guerra Mundial, como miembro de las divisiones alemanas que tuvieron la mala suerte de ser las que intentaron invadir la URSS. Esos dos rasgos de su pasado configuraron los temas que después desarrolló como Konsalik, por casi doscientas novelas que vendieron más de ciento cincuenta millones de libros alrededor del mundo. Estamos pues ante un escritor de bestsellers en toda regla.

En este sentido Konsalik y Una cruz en Siberia llenan con toda justicia el tercero de los casilleros que mencionábamos más arriba. Cuando se empieza a leer no se puede parar. Los otros dos ítems: calidad y profundidad… en fin, es discutible si Konsalik los completa o no. Una cruz en Siberia es, efectivamente, un novelón de más de quinientas páginas de letra menuda y cuarenta líneas de texto por página. Lo que quiere decir bastante texto. Sin embargo no pesa al lector y nunca se tienen ganas de abandonar la novela por la mitad. La historia comienza en un campo de trabajo para prisioneros forzados en Siberia, quienes colaboran en construir un gasoducto que llevará gas a Europa occidental para llenar de dinero las arcas soviéticas. Esto ocurre aproximadamente en el año 1981, aunque no hay referencias temporales concretas al momento en que se inicia el libro. Uno sabe que no está en la época de los Zares porque hay helicópteros y camiones diesel y que pasamos la segunda mitad del siglo XX porque Stalin murió. Sin embargo las condiciones de los presos siberianos no son mejores que las que Dostoievski describió en el Sepulcro de los vivos, ni de las que contó Solzhenitsyn en el Archipiélago Gulag. En verano trabajan en el pantano de la Taiga bajo un calor inclemente y nubes de voraces mosquitos, y en invierno con temperaturas de menos de cuarenta grados donde el hielo se congela como piedra y los débiles prisioneros mueren para llenar una estadística sobrecogedora a la que nadie presta atención.

Piotr, uno de esos reclusos, fallece absurdamente cuando un durmiente de tren que estaba descargando de un camión cae sobre su cabeza. Pero Piotr no es uno más. En realidad es un sacerdote encubierto que opera dentro del campamento, llevando la palabra de este Dios que el régimen soviético prohibió, a un puñado de feligreses igualmente ocultos. La organización secreta que infiltró a Piotr desde Roma, recluta a otro sacerdote, el padre Olrik, que con un pasaporte falso se infiltrará en Siberia tomando la identidad de un camionero y el nombre de Abukob.

En el campamento 451/1, que regentea el convenientemente siniestro comandante Rassim, Abukov se contacta con los feligreses de Piotr y con la hermosa doctora Larissa Davidovna, también católica, de la que por supuesto se enamora. Muchos personajes pululan en el campamento y la novela: Mustai, un fabricante de refrescos musulmán que actúa como Sancho Panza de Abukov; Iajiaiev, comisario político que informa al régimen, un lascivo personaje que odiamos desde el primer momento; el ingeniero Morosov, que emplea a los prisioneros en el gasoducto y cuenta con una sensual secretaria que pondrá furiosa de celos a la pasional Larissa; y muchos más.

El camionero-sacerdote Abukov provee de alimentos al campamento y mediante oscuros tratos con Grivob, encargado de la cocina, logra escamotear algunas provisiones que mete subrepticiamente para alimentar a sus feligreses. Pero allí no se detiene la imaginación del sacerdote, que tiene una idea arriesgada que puede enmascarar el funcionamiento de su iglesia clandestina: fundar un teatro cuyos actores,  músicos, escritores y tramoyistas son los presos. Los guiones de las obras representadas serán alterados para representar misas delante de las narices de Rassim, Iajiaiev y todos los invitados y reclusos que ignoran las verdaderas intenciones de Abukov.

Para ese momento la historia se mueve por rieles realmente endebles y lejanos a toda factibilidad. Es difícil creer lo que nos están contando, aceptar que un camionero puede organizar semejante circo: Abukov va y viene de prestado en los helicópteros de Morosov buscando cosas para su teatro, consigue firmas, acuerda con un campo de reclusas para que le presten artista mujeres para sus representaciones, y un sinnúmero de detalles casi imposibles de creer. Pero así y todo la novela invita a seguir leyéndola y eso es lo curioso, que uno no se revele contra sí mismo y se obligue a abandonarla.

Hay una buena descripción del escenario, hay ritmo, algo de intriga, variedad, un poco de aventura; pero hay personajes estereotipados, amor apasionado de telenovela, un esbozo de lucha interna de Abukov por mantener el celibato que no se lo cree ni Konsalik y muchos otros defectos. Hay también un modelo estereotipado de la mujer como objeto, que atrasa mucho más de los cuarenta años que tiene la novela (la reclusas del campo de prisioneras son unas ninfómanas que asaltan a los hombres que se les acercan). Pero hay una historia. Y Konsalik tuvo la virtud de hacerla funcionar. ¿Es poco, es mucho? Es ALGO. Y está visto que ese algo lo vieron, por lo menos, los más de ciento cincuenta millones de personas que leyeron este y otros libros de Konsalik.