por Andrés G. Muglia
Uno no puede escapar a caer, de vez en
cuando, en lugares comunes. Aunque se quiera ser todo el tiempo original,
aunque reneguemos de las repeticiones y las copias, aunque vociferemos nuestra
condición de libres pensadores.
En ese sentido, cuando pienso en la
imagen de alguien que lee imagino a un tipo cuarentón, sentado en un sillón de
orejas color verde, con una luz puntual enfocada en su libro (puede ser una
lámpara de pie o un velador sobre una mesita). A su alrededor hay una
biblioteca de esas de piso a techo, mucha madera barnizada y por ahí también
algún whiscacho en la mesita y una pipa.
Cuando me viene esa imagen a la mente
pienso que yo, que si puedo reivindicarme de algo, humildemente, puedo hacerlo
de lector (lector diletante pero lector al fin), jamás he leído un libro en esas
condiciones. Lo he hecho en la cama, en el baño, en la cola del banco, en el
colectivo y en el tren, en una pizzería, de parado en una librería, sentado en
el suelo, en un altillo lejano en Bahía Blanca; pero nunca de ese modo. Como
sea, esa imagen que tengo metida en la cabeza, quién sabe a través de qué
nefastos mecanismos, es la de un lector reposado, que paladea la literatura en
un ámbito ideal para el disfrute, un burgués que sabe apreciar la cultura y que
está leyendo seguramente algún artículo de la Enciclopedia Británica.
Charles Bukowsky decía (escribía)
acerca del acto creativo:
"vas a crear trabajando
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con 3 chicos
mientras estas
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo,
vas a crear ciego
mutilado
loco,
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego".
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con 3 chicos
mientras estas
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo,
vas a crear ciego
mutilado
loco,
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos,
inundaciones y fuego".
Yo creo que tranquilamente podría
tomarse este poema con aquellas mismas tijeras con que Tzara creaba los suyos recortando
frases de revistas y libros (¡vamos si nosotros también lo hicimos por consejo
de él!) (por supuesto no resultó igual); tomar esas mismas tijeras decía y
sustituir la frase "vas a crear" por "vas a leer", y la
cosa funcionaría igual de bien.
No hace falta que el contexto nos
apoye para zambullirnos en la lectura. Por el contrario considero que los
contextos más atroces (la silla dura al lado de una cama de hospital, la celda
de una cárcel) son el mejor lugar para conectarse con algo impreso. Si uno
quiere leer va a leer. Si no tiene tiempo lo va a buscar (se lo quitará al
sueño, al amor, a la familia) si no tiene lugar lo va a buscar (escondido en el
baño del laburo, con una linterna adentro del auto en el estacionamiento del
supermercado). Leer es mucho más que mirar televisión o ir al cine, es un
compromiso con uno mismo, con algo que sabemos superior a cualquier
entretenimiento, a pesar de que también y paradójicamente es el mejor
entretenimiento.
¿Entonces a qué viene esta profusión
de sitios de Internet, revistas digitales, concursos y certámenes de "microrrelatos"?
¿Qué es un microrrelato? ¿Un cuento muy corto digamos? ¿Algo como esas maravillas
de un párrafo o dos incluidas en Historia de Cronopios y de Famas? ¿La
condensación de una genialidad concentrada hasta sus últimas consecuencias?
¿Una especie de haiku de la prosa? Y
ya que vamos de preguntones. ¿Qué por Dios es un haiku? ¿Un poemita? ¿Un poemi? ¿Un poe? ¿Un p?
A veces me parece que esta
proliferación del microrrelato está generada por esta vida ¿moderna?
¿posmoderna? ¿post-posmoderna? que nos hemos construido. Sí, todos la
construimos, porque nadie vende algo sin uno que lo compre. Que el microrrelato
no es más que la consecuencia de la vorágine del que no tiene tiempo de leer, y
en lugar de un capítulo o dos de una novela, consume a los apurones un par de
microrrelatos en el teléfono mientras viaja en subte.
Vamos a decirlo de una vez por todas:
si no tiene tiempo de leer, hágaselo. Si no se lo puede hacer, entonces usted
no quería leer.
Siempre ando medio perdido de la novedad
pero no he visto ningún libro de microrrelatos vendiéndose en una librería. ¿El
papel impreso atrasa tanto o es que este nuevo género que llena blogs y
revistas virtuales no es más que el esfuerzo de quienes como "no tienen
tiempo de leer" tampoco tienen "tiempo de escribir"?
Lo mismo para los cuentos y los
concursos de cuentos. Busque usted un concurso que permita más de cinco páginas
a doble espacio (lo que le da un cuento corto corto corto) y se llevará la
palma de Cannes. Yo por mi parte tengo que echar mano a la misma tijera de Tzara
para colar alguno de los míos en un certamen porque tengo la maldita costumbre
de ser de tiro largo para escribir. Y algunos de treinta o más paginitas
seguirán durmiendo en sus carpetas sin que les den siquiera oportunidad de,
como Manet, jactarse de rechazados. ¿Los jurados no tendrán ganas de leer
tanto?