sábado, 28 de diciembre de 2019
Ocho lagos rusos
Publiqué "Ocho lagos rusos" en la revista cultural CULTURAMAS de España. El link:
https://www.culturamas.es/2019/12/27/ocho-lagos-rusos/
La ciudadela de Antoine de Saint Exupery
Publiqué el artículo "La ciudadela de Antoine de Saint Exupery" en la revista cultural CULTURAMAS de España. El link:
https://www.culturamas.es/2019/12/25/la-ciudadela-de-antoine-de-saint-exupery/
viernes, 13 de diciembre de 2019
Ocho lagos rusos
por
Andrés G. Muglia
Encontré
en una mesa de ofertas de una feria el libro Relatos Escogidos de un ignoto (para mí) Konstantín Paustovski. Me
llamó la atención la calidad del libro: cosido, encuadernado en tela y con
sobrecubierta. Pero lo que más me atrajo la atención fue la editorial: Progreso,
y su procedencia, pues el libro está impreso en Moscú. Intrigado por el
insólito derrotero que le supuse, empecé a investigar y descubrí que la editorial
Progreso había sido fundada en la URSS durante los años ´30 del siglo pasado, con
el objetivo de editar autores extranjeros que no estuviesen traducidos al ruso dentro
del territorio soviético y difundir los propios al exterior. Progreso, junto
con la editorial Mir que editaba textos científicos, llegó a tirar millones de
ejemplares traducidos a cincuenta idiomas que se distribuyeron en todo el
mundo.
Paustovski
fue uno de los autores elegidos por Progreso. Investigando un poco descubrí que
había sido nominado al premio Nobel de literatura en 1965, por lo que no me
encontraba como creía ante un desconocido. Naturalmente al principio del libro,
prologado por el mismo autor, éste hace una pequeña lamida de botas al régimen:
“Finalmente quiero insistir en que mi
formación como escritor y como hombre ha trascurrido en la época soviética. Mi
país, mi pueblo y la sociedad nueva, auténticamente socialista, creada por él son
el fin supremo a que he servido, sirvo y serviré con cada palabra escrita”.
Queda
bastante claro, a mí me queda, por qué la URSS editaba y difundía a Paustovski.
Por otro lado esto no es nuevo. En época de la Ilustración y antes también era
costumbre dedicar los libros al rey, príncipe o mecenas de turno. Y si
Maquiavelo dedicó El Príncipe a
Lorenzo de Médici, por qué Paustovski no lo iba a dedicar a su amo. Tibia justificación
a veces la de la historia y los archivos.
Como
sea, Paustovski no se queda en el alago de bienvenida, sino que lo que escribe
está atravesado por su ideología. ¿Y qué texto no lo está? Se podría inferir a
esta observación. Sus relatos y descripciones, de un estilo romántico que el
autor reivindica, contienen constantes referencias a los logros de la
revolución. Eliminada esa maleza, nos encontramos con algo más profundo y que,
suponemos, llevó a que Progreso difundiera su obra: el amor de Paustovski por
Rusia. Y en esto también conviene su prosa para ser difundida, porque ese amor
lo llevó a ser un incansable viajero de tierras difíciles de conocer para el
occidental e incluso para el propio ruso.
En su
descripción de la región boscosa de Meschora, Paustovski expresa un sentimiento
análogo al de otro enamorado de su tierra: Ernest Wiechert, que tan
hermosamente habla de la Selva Negra en Bosques
y hombres. Es muy del cuño romántico y de estos “neorománticos” tardíos que
aparecen en el siglo XX, el amor por el terreno salvaje, la exploración de este
terreno y la vida rural exaltada en un estilo bucólico. Por esa exaltación
quizás es que el fruto de su obra ha sido tan utilizado por los regímenes
totalitarios para exaltar el patriotismo; indirectamente este tipo de textos convienen
a esos efectos. En el caso de Wiechert sin embargo, eso no fue suficiente para
el régimen nazi, que lo puso en una de sus listas negras y quemó alegremente
sus libros. Paustovski por su parte tuvo mejor suerte con el régimen comunista.
Una
de estas descripciones que Paustovski hace de las tierras baldías de la Rusia
profunda, es la que motiva este humilde apunte. Cito textual:
“Al oeste del territorio de Meschora,
en las llamadas tierras de Boróvaya, hay ocho lagos rodeados de pinos. A ellos
no lleva ningún camino ni senda y sólo se puede llegar allí atravesando el
bosque con ayuda del mapa y de la brújula.
Aquellos lagos tienen una peculiaridad
muy extraña: cuanto más pequeños son, mayor es su profundidad. La del gran lago
Mítinskoe sólo llega a cuatro metros, y en cambio, la del pequeño lago Udiómnoe
es de diecisiete”.
Estos
dos breves párrafos saltaron a mi mente dotados de una extraña resonancia que
no pude comprender al principio. Sin nada fuera de lo común, sin una expresión
especialmente veraz ni mucho menos lírica o poética de lo que trataban,
motivaron sin embargo algunas reflexiones que a continuación intentaré plasmar.
Antes
de estos párrafos Paustovski describe el modo deficiente en que estaba
cartografiada la vasta geografía de Meschora. Consigue un viejo mapa donde va
constatando que la región ha cambiado o no ha sido recorrida a conciencia por
los cartógrafos. Enormes extensiones se encuentran apenas esbozadas y muchas
han mutado, incluso los causes de los ríos han variado de emplazamiento.
Descartada la ayuda de los lugareños que son especialmente ineptos para dar
cualquier referencia que se les pida, Paustovski toma la tarea en sus manos y
se dedica a recorrer la zona impulsado sobre todo por su afición a la pesca. En
compañía de otros aventureros trasunta los bosques, los pantanos, los humedales
de musgo, donde pesca y acampa.
Es de
suponer que visitó personalmente los ocho lagos que describe en su frase. Por
lo inexacto de los mapas también podemos conjeturar que su hipótesis de que los
más vastos eran menos profundos y los más humildes guardaban profundidades
vertiginosas, surgió de sus propias exploraciones. Esto es: remar en bote hasta
el centro de cada lago y echar una sonda para medir su profundidad. Ocho lagos,
ocho sondas echadas al agua, al menos ocho días a uno por lago en el mejor de
los casos; seguramente más días. Días soleados o atravesados por el frío y la
humedad del bosque, sendas abiertas o descubiertas, probables extravíos en la
espesura, anécdotas de encuentros y desencuentros físicos o de temperamento con
sus compañeros de viaje. Una pequeña o gran aventura, según se mire o según se
escriba, puede adivinarse en esos ocho lagos explorados y medidos por
Paustovski.
Pero
toda esa exploración, esa vivencia, está condensada por el autor en dos breves
párrafos, como una frase que describa fríamente un país o un continente. ¿Qué cielos
se habrán fatigado sobre la cabeza de Paustovski y sus compañeros? ¿Cuántos
días lluviosos habrán entorpecido sus andanzas? ¿En qué pastizal se habrá
internado para orinar? ¿Cuál era el olor de ese pastizal húmedo todavía por el
rocío de la madrugada?
Cuántas
cosas que se esconden en la literatura, que sólo es un rayo de luz que se
multiplica en los prismas de nuestra cabeza. Dos breves párrafos encierran un
pedazo de vida palpitante para el que lo pueda ver. Paustovski ya descansa bajo
la tierra rusa o de otra latitud, poco importa. Pero en lugar de pasar ignorado
de todos dejó el rastro de su literatura como registro. Tanto como un perfil
dibujado con lápiz a una persona, será esa literatura al Paustovski real que
vivió, lloró y rio en la lejanas estepas o en las abigarradas ciudades llenas
de historia de la madre Rusia. Pero ese boceto que llenamos de vida en activa
labor los lectores, dice al menos: hubo una vez un hombre en Rusia que se llamó
Paustovski y dedicó al menos ocho días para medir ocho lagos en la mitad de la
nada que a nadie le importaban. Suficiente para justificar una vida o, al
menos, un breve artículo de otro ignoto que casi sesenta años después se dedica
malamente a lo mismo que Paustovski, escribir.
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