martes, 1 de septiembre de 2020

‘El resplandor’, de Stephen King

 Andrés G. Muglia


Publicado en revista CULTURAMAS de España:


¿Qué se puede decir de Stephen King que ya no se haya dicho? Autor tan mimado por la cultura popular como denostado por los críticos, auténtica fábrica humana de best sellers, producto y productor de la cultura estadounidense, creador incansable de personajes, escenarios y situaciones de suspenso, terror y fantasía que ya han quedado imbricados en nuestro imaginario como clichés revisitados una y otra vez por escritores, realizadores cinematográficos y lisos y llanos fans.

El resplandor es su tercera novela publicada en 1977. A pesar de que las ediciones de sus novelas anteriores Carrie y El misterio de Salem’s Lot habían sido éxito de ventas en sus ediciones de bolsillo, El resplandor tendría una trascendencia todavía mayor por su éxito en la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick con un inolvidable Jack Nicholson como protagonista. 

Tratando de buscar un escenario diferente al de sus dos primeras novelas que transcurrían o hacían referencia a su Maine natal, King viajó con su familia al estado de Colorado. En medio de ese viaje realizó una escapada romántica con su esposa Tabitha al hotel Stanley, antiguo resort lindante a las Rocallosas. Quiso la casualidad que la pareja llegara justo la noche anterior al cierre de la temporada y que el hotel, con su largos pasillos cuya construcción había escapado apenas por nueve años al siglo XIX, estuviera casi vacío. El matrimonio tuvo que cenar a solas en el desmesurado comedor, mientras escuchaba música grabada que resonaba siniestramente en los corredores. 

En medio de la noche, King se despertó sobresaltado por un pesadilla en la cama que compartían con Tabitha en la habitación 217. Había soñado que su hijo de tres años corría y gritaba desesperadamente por los pasillos del hotel mientras una diabólica manguera para incendios lo perseguía. Mientras fumaba silenciosamente observando a través de la ventana el perfil nevado y alucinante de las montañas, King concibió de un tirón todo el argumento del El resplandor

El escenario de la novela es el hotel Overlook, copia fiel del verídico Stanley. Este hotel, paraíso de temporada de la clase alta norteamericana, queda aislado por la nieve durante la temporada invernal. Jack Torrance, un escritor fracasado y alcohólico que ha sido despedido de su trabajo como profesor universitario por golpear a un alumno, llega al hotel en carácter de cuidador invernal con su familia: su mujer Wendy y su hijo Danny de cinco años. El aislamiento que le proporcionará el hotel es su oportunidad para desengancharse definitivamente del alcoholismo y de lograr superar su bloqueo de escritor que le impide concluir una obra de teatro en la que tiene puestas grandes esperanzas. 

Pero Jack no llega a este aislamiento voluntario en la mejor condición. Al borde del divorcio por un incidente en que le rompió un brazo al pequeño Danny y después de un accidente automovilístico junto a un compañero de juerga, donde borrachos mataron a un ciclista, el atribulado Jack no sabe a ciencia cierta si el tiempo que se prefigura será una cura para él y su familia o una condena. 

Sin embargo Jack es solo uno de los ejes de la trama, el otro es el pequeño Danny, que esplende. ¿Y qué es eso? Danny tiene, como lo describe el cocinero del Overlook, Dick Hallorann (que también esplende), un resplandor, es decir la capacidad de leer el pensamiento y de comunicarse a través de él, pero no solamente eso, también puede predecir el futuro y entrar en contacto con ¿almas? ¿fantasmas? ¿espíritus errantes?, en fin, todo el combo de las historias de terror gótico de las que King es heredero, entre otras cosas. 

Hallorann advertirá cuando conozca a Danny que está frente a un verdadero fenómeno. Le pide que no se acerque a ciertos lugares del hotel, como el patio de juegos para niños o la habitación 217 y que si necesita ayuda le envié un pedido de auxilio (telepático naturalmente) y él vendrá a rescatarlo. 

Porque el Overlook es el tercer eje de la novela, un verdadero protagonista, en el sentido que un ser viviente puede tomar un rol protagónico en una novela. El Overlook está, como cualquier hotel centenario, lleno de historias. Pero las suyas no han quedado como anécdotas en la memoria de quienes las vivieran, o en algún recorte de vida social publicado en el periódico local, sino que se actualizan todo el tiempo en sus pasillos y habitaciones; reviviendo con siniestra vitalidad en momentos en que el edificio queda cercado por la nieve y la familia Torrance no tienen modo de escaparse de él.

Y esa escena rezuman historias truculentas. Las muerta de la habitación 217, que flota en la bañera esperando que algún incauto que esplenda entre a perturbar su descanso para perseguirlo. Los mafiosos asesinados brutalmente en la suite presidencial. La fiesta de fin de año que resuena por los pasillos nocturnos del hotel, mientras el ascensor sube y baja sin parar lleno de voces etílicas y fantasmales que ríen y cantan. Los setos del jardín recortados con formas de animales que ¿parecen? moverse cuando nadie los mira.

Danny, con sus poderes extrasensoriales, es el primer acosado por el hotel. La escena en que la manguera de bomberos lo persigue quedará en los anales de la literatura. Una danza, un juego de escondidas entre el escritor, el personaje y el lector. Porque la manguera nunca se mueve, o quizás sí, o quizás sea solo la sugestión de Danny (¿o la del lector?), con sus temores de niño de cinco años. Más tarde será Jack la víctima del Overlook, que parece saber que es el más débil e influenciable de los tres y usa su debilidad para transformarlo en herramienta, en un autómata que sea el brazo armado en contra de su propia familia.

Desde un principio la amenaza del Overlook se cierne sobre la familia Torrance. Hasta da algo de pena cuando ese globo de tensión explota y por fin hacen aparición los fantasmas que se sugerían hasta mitad de la novela. La obra se vuelve menos sutil pero, en fin, de algún modo debe precipitar los acontecimientos. ¡Y de qué manera! Con un final a toda orquesta con el cocinero Halloran llegando al hotel aislado con toda la fanfarria heroica de la caballería, Jack Torrance persiguiendo a su familia con un palo de Rocket, y el Overlook aullando por cobrarse nuevas víctimas. 

Íntimo y sutil al principio, desaforado al final, un libro que, pese a best seller (y lo digo como si fuera un pecado en lugar de una virtud) está lleno de muestras del talento de un artista que es referencia en su género.



‘KON-TIKI’, de Thor Heyerdahl

 por Andrés G. Muglia


Publicado en revista CULTURAMAS de España:


Estoy muy solo triste, acá,
En este mundo abandonado,
Tengo la idea la de irme
Al lugar que yo más quiera.

Me falta algo para ir,
Pues caminando yo no puedo.
Construiré una balsa
Y me iré a naufragar.

Tengo que conseguir mucha madera,
Tengo que conseguir, de donde sea.
Y cuando mi balsa esté lista
Partiré hacia la locura
Con mi balsa yo me iré a naufragar.

Litto Nebbia, LA BALSA.


Kon Tiki es uno de esos libros que se dejan leer bien por todas las generaciones, especialmente por la gente joven a quien todavía no se le oxidaron los sueños y los impulsos románticos.

Thor Heyerdahl podría ser llamado con la misma justicia investigador, lo mismo que aventurero o escritor. En el año 1938 Heyerdahl, que realizaba estudios en zoología, viajó a la Polinesia a recoger muestras. Allí vivió un año y conoció la cultura que se repite de una isla a otra del extendido archipiélago. Se preguntó, como muchos otros, de dónde habían llegado los antepasados de los indígenas que poblaban las islas. Tal fue su interés, que dejó la zoología y se dedicó a la investigación de estos pueblos y los de la costa de América, para arribar a la conclusión de que ambas culturas tenían un origen común. El punto de contacto: el dios Tiki, que halló repetido en la cultura incaica y la polinesia.

En 1941 publicó su teoría que fue recibida con escepticismo. Decidió llevar a cabo un viaje que probara que la migración que proponía en su teoría podía llevarse a la práctica con la primitiva tecnología de los pobladores originarios del Perú. Después de alistarse como voluntario en el ejército Noruego durante la Segunda Guerra, Heyerdahl cristalizó su anhelo en 1947.

La expedición, formada por seis miembros de los cuales sólo uno tenía experiencia como marino, se dirigió a Sudamérica. En los bosques de Ecuador se proveyeron de nueve troncos de madera de balsa, los llevaron al Perú y en el puerto de Callao los unieron con cuerdas vegetales de cáñamo formando una balsa; después les pusieron encima una vela cuadrada, una cabaña en la que podía dormir la tripulación (apretada), y un primitivo timón. Con los pertrechos necesarios para un viaje de cuatro meses (y un loro), se hicieron a la mar. Kon Tiki es pues la narración de un viaje de cuatro mil millas a través del Pacífico a bordo de una balsa, cuya entusiasta tripulación sabía poco y nada del arte de la navegación.

Naturalmente las peripecias surgen en un viaje como este, donde el simple hecho de viajar al ras de las olas y con la sola asistencia de la corriente marina y los célebres vientos alisios, hacen de su tránsito algo muy diferente a estar en la cubierta de un barco, a metros de la superficie e impulsados por un motor. Prácticamente los tripulantes se vieron obligados a convivir con la flora y fauna marina que se subía a la balsa con cada ola.

La prosa de Heyerdahl es correcta pero llana, sin brillantez. Uno piensa lo que podría haber hecho un auténtico escritor con un material como este. Sin embargo el libro es interesante, porque narra el intercambio único de los improvisados marinos con un contexto que les era casi desconocido y con un medio de transporte del que tenían todo por descubrir, ya que existía demasiada información sobre el pilotaje de este tipo de embarcación. Por ejemplo, en una balsa es imposible dar la vuelta para recoger algo que ha caído al mar, ésta seguirá la corriente de modo inexorable. Por tanto, los tripulantes debían tener especial cuidado de no caer de la balsa o de realizar inmersiones siempre controladas. Como último recurso arrastraban una larga cuerda atada a la popa. Quien cayera imprevistamente al mar dependía de su destreza para alcanzar ese fino hilo que lo unía a la balsa (y a la vida).

Así de precarios eran todos los recursos orientados a garantizar la seguridad de la tripulación. La lógica de llevar un barco de asistencia a prudente distancia por si la balsa se hundía jamás paso por la mente de Heyerdahl, que apenas si confió en un radio de onda corta para unirlos con la civilización en un eventual SOS. El efecto que esto pudiese tener en una situación de real emergencia era más psicológico que práctico. Es evidente que la racionalidad no gobierna las grandes empresas como esta. Tal vez asistido por este principio, el narrador cuenta cómo él y el resto de los tripulantes dedicaban los días en alta mar a pescar tiburones de tres metros subiéndolos vivos a la embarcación, o a tratar de arponear a un tiburón ballena cuyo largo superaba la eslora de la balsa.

Se diría que de algún modo Kon Tiki es la historia de seis locos lindos con una suerte providencial. Sino no se explica cómo pudieron llegar a puerto (o más bien a chocar con arrecifes de coral) en noventa y siete días sin ninguna baja ni accidente digno de mención. Heyerdahl no pudo convencer a la comunidad científica de su teoría con la prueba irrefutable que suponía su experiencia a bordo de la balsa Kon Tiki. Sin embargo se haría célebre en el mundo por su aventura.

Un libro que narra una experiencia única. La de cinco soñadores que tratan de ayudar a un sexto a demostrar una teoría que, en última instancia, se empequeñece en comparación con el recurso para demostrarla. La narración refleja bien este viaje en estrecho contacto con la naturaleza, en permanente peligro de estos náufragos voluntarios, cuyo jefe parece minimizar los riesgos que tomaron y se enfoca en describir la magia de interactuar de un modo tan pleno con un medio terrible (porque también navegaron a través de tormentas), y maravilloso (nadar con delfines, ser iluminados en medio de la noche por plancton fosforescente, capturar peces nunca antes vistos). ¿Habrá Heyerdahl reeditado en sus posteriores aventuras, que fueron varias, esta sensación de plenitud que parece transmitir Kon Tiki? Es imposible saberlo, pero al menos no se quedó pensando, como Apsley Cherry-Garrard con la Antártida, en un solo y mismo viaje durante el resto de su vida.


Borges y Bioy Casares en ‘El sueño de los héroes’

por Andrés G. Muglia


Publicado en revista CULTURAMAS de España:

https://www.culturamas.es/2020/08/24/borges-y-bioy-casares-en-el-sueno-de-los-heroes/

Es fascinante cómo se puede revelar la amistad entre dos escritores a través de su literatura. Y esto se verifica, sobre todo, en los textos de Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Motivó este apunte la lectura de la novela de Adolfo Bioy Casares El sueño de los héroes, donde encontré numerosas “resonancias borgeanas”. Es de todos conocida la larga amistad de los dos escritores, que cenaban juntos todos los días y escribieron en colaboración bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq. Esta amistad, que por despareja en el terreno de la edad (Bioy Casares era mucho más joven) uno se siente tentado a llamar paternidad, se trasluce en el terreno literario. Hay como giros de Borges en los textos de Bioy Casares. Una cierta arquitectura del  o la elección de ciertos adjetivos que se entrevé compartida entre ambos.

Sin embargo, el estilo de Bioy Casares es más vital, y por eso sus textos en comparación con los de Borges parecen más «desprolijos», como si fuesen borradores de una escritura que en un futuro y luego de correcciones y omisiones de los superficial y lo contingente pudiese convertirse en otra literatura, precisamente la de Borges.

Los dos comparten también el gusto por la tragedia y por la valentía; o por la búsqueda de esa valentía por parte de sus personajes. Preocupación de muchos escritores del siglo XX (verbigracia Hemingway). Gauna, el personaje principal de El sueño de los héroes duda todo el tiempo sobre si es un valiente o un cobarde. Quizás ese tema, que no preocupa demasiado al hombre contemporáneo, fuera central en una época donde cualquier maestro, albañil o ciudadano común, pudiese convertirse en un instante en soldado u oficial en el frente europeo de la primera o la segunda guerra mundial.

Otro elemento que los dos explotan es cierto tono burlón, que sin llegar a ser humorístico se relaciona con una mirada irónica e inteligente (ironía e inteligencia se implican mutuamente) de la vida. Y ese tono aligera en muchos tramos de su literatura la tragedia o la angustia que viven los personajes tanto de Bioy Casares como de Borges. Dicen que Silvina Ocampo, esposa de Bioy Casares, refería que cuando estaban juntos los dos autores se tornaban insoportables; precisamente porque se comportaban como adolescentes bromistas. Dicen también que la noche en que los dos escritores se conocieron en la famosa casa de Victoria Ocampo, fue tal la empatía que sintió el uno por el otro que pasaron toda la noche charlando entre ellos sin prestar atención a los demás. Lo cual motivó que Victoria se acercara y los espetara: «No sean mierdas y hablen con el invitado»; que por aquel entonces era, si mal no recuerdo, Graham Greene.

Pero, y a pesar de que la literatura de Bioy Casares se ha visto muchas veces en la desventajosa posición de describirse como una obra «a la sombra de» la de Borges, puede decirse a su favor que es más efectivo que su amigo a la hora de construir personajes veraces. Y aunque esto se ve viciado de valoración personal y de gusto, esa literatura de Borges estilísticamente perfecta, deslumbrante de erudición e inteligencia, se ve penalizada a la hora de dar carnadura a sus personajes. Estos son más que personas simuladas, elementos para una alegoría mayor, aquella que se desprende de todos o casi todos los textos de Borges. Dos guapos batiéndose a cuchillo en la madrugada de los arrabales porteños, Cruz poniéndose del lado de su perseguido Martín Fierro en otra madrugada campera, no son más que elementos de una trama superior, de un ensamble literario parecido a la perfección, que los implica. Quizás en ese sentido no pueda hacerse más por ellos, si se profundizara en sus personalidades se perdería el tono general de lo que Borges buscaba: hablar de los grandes temas de la existencia y la filosofía a través de la literatura. En este sentido Bioy Casares parece más «libre» para construir sus personajes, para darle veracidad de existencia, de probabilidad; para apuntalarlos de detalles y hacerlos creíbles al lector. Gauna, el Dr. Valerga, son personajes ficticios que pueden haber deambulado por la noche de los carnavales de 1927. Es verosímil su existencia, y en el caso de Gauna su angustia.

Bioy Casares sí emprende una aventura a la que Borges nunca se asomó. La novela. El sueño de los héroes es una novela corta, aunque también puede tomarse por un cuento largo; tal como la Invención de Morel. Es evidente que la arquitectura de El sueño… no puede desarrollarse en un espacio breve como el de un cuento, necesita el aire de una novela corta, pero naufragaría en una de largo aliento. Casares escribe, sino con concisión, porque su escritura es de frases largas y se atarea muchas veces en consideraciones y descripciones que no hacen a la esencia de lo narrado (aunque  tienen un encanto inconfundible y configuran una parte interesante de su estilo); sí se constriñe en redactar capítulos cortos; a veces de una única página. El sueño… es en tal sentido una novela absolutamente moderna, que mantiene la atención con este ritmo rápido de los capítulos que se suceden, muchas veces cambiando repentinamente el escenario para dar una pincelada específica sobre tal o cual sensación del protagonista en un momento determinado.

Si bien el riguroso estilo de Borges no hubiese consentido personajes con nombres como el Brujo Taboada o Gomina Maidana, que desarrollan sus destinos ficticios en el El sueño…, y cuyos apodos, por risibles, más se acercan a personajes que pudo haber imaginado Alejandro Dolina; ni tampoco ciertas libertades que se toma Bioy Casares que a veces emparentan el texto con lo coloquial; sí se encuentran, como perlas engarzadas en un tejido basto, estas pequeñas joyas con destellos borgeanos (pido perdón por la recargada metáfora). «Tuvo un secreto placer en contrariarse»; «Antúnez estaba muy nervioso, muy alagado, muy asustado»; «Se encontró, desde luego, muy solo». Es difícil precisar qué parte de esas frases suena a Borges, el estilo de un autor es una suma de cosas definidas que se tornan difusas en el conjunto. Armonizando con otros elementos extra borgeanos, encontramos estas pequeñas obritas de arte, como figuritas adorables danzando en un paisaje laboriosamente elaborado para que ellas se destaquen.

Puede parecer antipático juzgar a un autor a la luz de sus influencias. Sin embargo, Borges mismo vivió refiriendo las propias, y sus recomendaciones y simpatías literarias son un buen camino para introducirse en el mundo de la literatura; si bien el mapa que Borges ofrece tiene mucho de anglosajón.

La controvertida María Kodama tuvo el exceso de describir a Bioy Casares como el «Salieri de Borges». Borges por su lado, comentó en algún momento en una entrevista que, al inicio de su amistad de cincuenta y seis años con Bioy Casares, Bioy era el maestro. Ni una cosa ni la otra; Kodama pecó por atrevida (y SADE la condenó en un acto de desagravio), y Borges elaboró seguramente una broma parecida a la humildad que lo ponía a él por debajo de su amigo. ¿Podemos pensar en una impostura tal que pusiera a Borges como secreto Salieri de Bioy Casares? Lo dudo, pero si fuera cierto, sería uno de los últimos y más perfectos chistes de dos brillantes bromistas.