El cazador literario
Concibo la compra de un libro como el trabajo de un cazador. Pero ese cazador no es consciente de que está cazando; no es una tarea que ha previsto y que cumple en determinado momento. No. El cazador vive en permanente alerta, siempre al acecho. En cualquier esquina imprevista puede surgir una librería de usados, con sus mesas rebosantes de tesoros desordenados, en la cuales comenzar la cacería.
El cazador literario desdeña los libros nuevos. No concibe una cacería dentro de los límites iluminados y fragantes a novedad de las cadenas de librerías que se reproducen en shoppings y avenidas importantes. En cambio, sacia su sed en las librerías oscuras y olorosas a humedad de libros usados, por dinero o por canje de otros libros. Creció en esa selva, sabe como buscar en ella su presa.
Paradójicamente, a pesar de concebir la literatura como algo muy valioso, el cazador literario tiene fijados unos límites presupuestarios muy acotados. Sale de cacería (entra en la librería o revuelve las mesas sobre las veredas) con unas pocas chirolas en el bolsillo. Esto lo obliga a aguzar su percepción de la presa, porque, como es sabido, el libro en oferta es muchas veces el que no vale la pena; o al menos el que ha sido rechazado por el comprador. En este último el cazador busca su presa. Tiene a su favor algún que otro elemento: su conocimiento, y el gusto por la aventura que, en el último de los casos, de salir fallida no afectará sus finanzas.
¡A la caza! Revolver, revolver, revolver. Pero es un revoltijo simbólico, el cazador respeta los libros, hasta los anuarios, hasta los libros de astrología. Todos merecen su cariño y los trata del mismo modo que a incunables. Desarma las torres de libros, las arma a un costado amorosamente. Luego las devuelve a su estado original.
Hay dos tipos de librerías de usados. Las de libreros que saben y las que venden sus libros como cualquier otra mercancía. De las primeras debe alejarse el cazador. Porque si el librero sabe de libros, sus libros también valdrán en términos monetarios. De la librería del segundo hace el cazador su coto de caza. En ese caso tiene la ventaja de saber, quizás, más que el librero; y encontrar en el revoleo de las mesas de saldo, algún que otro tesoro entre tanta novela romántica o de espías, que se ha escapado a un ojo menos entrenado que el suyo.
En este escenario ímprobo el cazador busca esa perla bruta y olvidada en el lodazal. Cuando consigue lo buscado, a veces en estado de lamentable abandono, a veces sin tapas, siempre en quejumbrosa decadencia; el cazador le da nueva vida a su hallazgo. Remienda torpemente las páginas devastadas por el tiempo y los termes, pega hojas dispersas, da una segunda oportunidad a su monstruo. Después lo coloca junto a otros hermanos de batalla, soldados desconocidos, rehabilitados por su amor inexplicable, quizás enfermizo. Su tesoro será sombrío, manoseado y manchado de humedad. Pero adentro, entre esas páginas anémicas, hablan voces dignas de ser oídas, en este y todos los tiempos.
Vaya este blog como humilde homenaje a tantas cosas que nos ha dado la literatura.
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