por Andrés G. Muglia
Publicado en CULTURAMAS de España.
Link: https://www.culturamas.es/2020/10/24/la-paternidad-rechazada-charles-bukowski-y-henry-miller/
Tiempo atrás vi en Youtube una entrevista televisiva a Charles Bukowski. He de confesar que durante mucho tiempo en mi adolescencia leí con fruición de fan todo lo que me caía en las manos que él hubiese publicado. En esa entrevista y para mi desgracia advertí que todo lo que hace interesante a Bukowski como personaje literario: su nihilismo, el apego al alcohol y la indolencia, su procacidad, su sexualidad siempre en primer plano, su sinceridad; puestos en alguien de carne y hueso no son tan atractivos, ni, paradójicamente, tan “reales”. Durante la conversación Bukowski fumaba y bebía vino en un vaso empañado y todo lo que expresaba, los silencios, el ritmo del discurso, los gestos, parecían una coreografía estudiada para decir: “mírenme, así es un outsider y un genio”.
Entre otros temas Bukowski habló sobre Henry Miller. Es habitual, cuando uno lee en cualquier orden a los dos escritores americanos, encontrar una vinculación entre sus textos. Quizás sea su obsesión por describir crudamente los detalles de su vida sexual, su afición a lo escatológico, o sus personajes semiautobiográficos, a través de los que no tienen ningún empacho en contar sus propias miserias. Lo cierto es que la filiación entre ambos es algo evidente. El hecho de que Miller sea cronológicamente anterior a Bukowski hace pensar fácilmente que el primero influyó con su literatura al segundo.
Pero contrariamente a lo que pueda suponerse, con evidente disgusto ante la pregunta, Bukowsky comentó que no le gustaba Miller, que no había tenido suerte leyéndolo y no entiendía toda esa “filosofía” expresada en su obra. Sí entendía cuando Miller escribía sobre su pene, sobre su “gran pene” dijo Bukowski riendo, pero no todo lo demás.
Quedé perplejo ante la respuesta de Bukowski, por varios motivos. El primero es que la vinculación de ambos autores salta a la vista. Por el modo en que describen la realidad, su implicación en ella y, sobre todo, su filosofía ante los hechos: una suerte de distanciamiento ante cualquier cosa que les ocurra, un completo desapego de toda ley moral que les impida hacer los que desean. ¿Bukowski, cuyo refugio era la biblioteca del Congreso, leyó sólo por arriba a Miller, uno de los más destacados escritores de su generación? En sus entrevistas Bukowski también deja claro que no es el personaje que nos quiere hacer creer, sino un escritor y un estudioso que sabe mucho de su oficio. ¿Y apenas leyó unas pocas hojas de Miller que no le gustaron y pasó a otra cosa? Es difícil de creer.
Hasta el día de hoy los únicos dos escritores serios que he leído han dado consejos escritos sobre cómo masturbarse fueron ellos dos: Bukowski con la ayuda de un florero y carne molida y Miller con una manzana a la que se le ha sacado el corazón y se le ha untado crema para las manos.
También los vincula la facilidad con la que consiguen tener relaciones sexuales casuales. Una inclinación de cabeza, una mirada, una breve charla o ni siquiera y a la bolsa. Maratonistas del sexo, campeones que derrotan a las venéreas a golpes de pene, señores absolutos de la fornicación que lo hacen todo el tiempo, en todo sitio, con muchas mujeres, en sucesión y número difícil de creer.
Los dos bardos de toda escatología y miseria posible, rodeados siempre de personajes rocambolescos, con una prosa que hace de todo lugar un basurero lleno de idiotas, no importa si es Los Ángeles, Nueva York o París.
Pero más allá de estos nexos superficiales, estás coincidencias de explicitar todo lo explicitable de la realidad, especialmente sus zonas oscuras, truculentas y políticamente incorrectas; los dos autores se conectan por su forma de ver la vida. Ambos son como un tótem de piedra que se mueve a través de la realidad. Nada: una mujer, un hombre, la pobreza, la abundancia, el amor, la violencia; parecen afectar su esencia. Atraviesan lo que narran autobiográficamente con una especie de indiferencia, de desapego olímpico desde el cual analizan una realidad que carece de una implicación más profunda desde lo emocional. No importa si Bukowski derriba a su padre de un golpe, o si Miller espera su turno para tener relaciones con una prostituta, mientras analiza el accionar del amigo que lo precede y lo describe con el mismo interés con que describiría el funcionamiento de una máquina (de hecho usa esa palabra). Los dos observan al género humano desde una distancia de entomólogo, como si fuera su trabajo de artistas dejar testimonio de un infierno por el que transitan pero del que guardan distancia suficiente como para conservar su lucidez y objetividad.
A su modo, los dos son irreductibles solitarios. El amor no es el eje de ninguna de sus producciones literarias. En cambio sí comparten un profundo cinismo (en el sentido filosófico del término) al concebir una vida sin las restricciones de las relaciones sociales consideradas aceptables por la costumbre.
La diferencia fundamental entre ambos puede encontrarse en que Miller tiene una sólida conciencia de su genio que lo pone (él se pone) en un plano superior para juzgar al otro. Su megalomanía es manifiesta en textos como Nueva York ida y vuelta. En ese sentido Bukowski atraviesa sus pocilgas con menos ínfulas, y aunque es difícil encontrar empatía profunda en sus relaciones, la sensación es que está sumergido un poco más profundamente en la realidad que vive.
Existe un cuento de Bukowski en que el autor narra el encuentro con un escritor consagrado que muchos identifican con Miller. No la pasó bien Bukowski en ese encuentro. Sufrió en carne propia todos los caprichos y desaires del supuesto genio. Quizás como muchos rechazan al padre para poder construirse como individuos, rechazó toda vinculación de su obra con la de Miller. O sencillamente porque había conocido a Miller y éste no le caía bien. Aunque todo esto (todo este artículo) no es otra cosa que una conjetura para entender otro misterio (menor) de esos que nos regalan la literatura y los escritores.
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