miércoles, 27 de marzo de 2013

CHERRY. ASPLEY CHERRY-GARRAD: VIDA DE UN EXPLORADOR.
Sara Wheeler
RBA Libros S.A., para National Geographic, Barcelona, 2004


 

Tiro al blanco

Comprado en mesa de ofertas en la cadena de librerías El Aleph. De algún modo este libro inauguró un interés nuevo por un tema que me fascina, que es bastante amplio y se relaciona con todo lo que tenga que ver con la Antártida y la historia de su exploración. De esta misma colección tengo un libro sobre los viajes de James Cook (bastante flojito), y comprados en la misma mesa de ofertas, un viaje contemporáneo de una periodista a la Antártida (más o menos), y una joya escrita por un capitán ruso que se perdió en el Ártico y anduvo boyando sobre el hielo no se cuántos meses. Ya me ocuparé de este último en próximas reseñas.

La autora

Wheeler es una autora contemporánea, nacida en Bristol, Inglaterra, en 1961. Estudió lenguajes clásicos y modernos en Oxford. Su obra más conocida Terra Incognita es el fruto de su viaje y estadía por seis meses en la Antártida. Evidentemente interesada en la vida en las zonas más frías de nuestro planeta escribió, luego de una extenso periplo por Rusia, Alaska y Groenlandia: The Magnetic North: Travels in the Arctic.

El libro

Este libro, comprado por puro pálpito porque me gustó la cubierta y al hojearlo intuí interesante el tema, es la biografía (sorprendentemente la primera y única) de Apsley Cherry-Garrard; uno de los exploradores británicos que junto al capitán Robert Falcon Scott, partieron hacia la Antártida en el año 1910 con la intensión de ser los primeros en plantar bandera en el polo sur magnético.

El interés que reviste la vida de Cherry lo da el hecho de que fue el autor de El peor viaje del mundo, libro que relata lo acontecido en aquel trágico viaje en el que Scott y otros cuatro compañeros de expedición perdieron la vida. Fueron muchos los que escribieron su versión de los hechos, pero fue el libro de Cherry el que trascendería las generaciones como el mejor sobre la exploración antártica que se ha escrito. Los críticos no varían demasiado en su opinión en este sentido.

Lo más interesante sin embargo, y lo que impulsa la biografía de este explorador devenido en escritor, es el hecho que la suya no es ni de cerca una figura corriente dentro de su grupo de exploración, ni de ninguno de los que más tarde o más temprano desafiaron los rigores del país antártico. Ni militar, ni marino, ni científico; Cherry era en realidad un joven hacendado de veinticuatro años, en boca de sus compañeros de excursión "un millonario y un caballero". Su hacienda de Lamer contaba con más de cinco mil hectáreas, y tenía muchas propiedades más que le permitieron vivir cómodamente de rentas de principio a fin de su vida.

El joven Apsley, miope, retraído y sin saber bien que hacer para entretenerse en su vida de niño rico con tristeza, conocería en la casa de su primo a Bill Wilson, mano derecha de Scott en sus dos viajes a la Antártida. Wilson era zoólogo, ilustrador y hombre religioso apreciado por todos los que lo conocían (Wheeler lo pinta como una especie de santo). El joven Apsley le cayó bien y su deseo de ir en la expedición hizo que Wilson lo propusiera a Scott como "ayudante adaptable". Hubo idas y vueltas. Primero se le pidió a Apsley que aportase 1.000 libras y luego que aún así no había lugar para él; sin embargo Cherry dejó hecho el depósito aún sin posibilidad de ir a la Antártida, como apoyo al proyecto. El gesto impresionó al capitán, que reconsideró su decisión y finalmente lo llevó con él. No se equivocaba Scott, Cherry resultó ser uno de los hombres más valiosos del grupo.

En rigor la parte más interesante de la biografía de Wheeler es un resumen apretado de El peor viaje del mundo. Básicamente el primer año de la expedición fue para Cherry el mejor de su vida, a pesar de la dureza de las condiciones en la Antártida, y de ser uno de los tres miembros que realizaron una exploración de invierno a las colonias de pingüinos que casi les cuesta la vida (estaban a -60 grados y se les voló la carpa). El segundo año fue el peor. En ese ínterin el grupo de cinco hombres que se dirigió al polo (al principio serían cuatro pero Scott decidiría la incorporación de uno más a último momento) murió al regresar.

Aquí es donde explota definitivamente la vida de Cherry-Garrad para nunca más recomponerse. A lo largo del camino al polo los exploradores habían dejado depósitos de reabastecimiento de los que dependía su vida. El viaje era en realidad una sucesión de rectas entre depósito y depósito. Sobre la que sería la fecha del final del viaje del grupo polar, Cherry tenía órdenes de ir hasta el depósito más importante llamado de una tonelada por la cantidad de alimentos allí reservados, y esperar allí con perros de tiro a que llegaran los exploradores. Los perros eran vitales y no debía arriesgarlos por nada del mundo. Sin embargo la desorganización de la expedición le había hecho una broma pesada a Cherry: habían olvidado dejar en el depósito comida para los perros. Para colmo una vez allí, el compañero destinado a ayudar a Cherry enfermó gravemente y lo puso a éste en la encrucijada de, o salvarle la vida volviendo con él a la cabaña principal, o esperar allí al grupo polar poniendo en serio riesgo la vida del otro. La otra opción, dejar a su compañero y dirigirse hacia el sur en busca de los exploradores (para acelerar su retorno con los perros) no era posible porque no tenía comida para los animales. Podría haber avanzado de todos modos, matando algunos de los perros para dar de comer a los otros, pero tenía estricta orden de cuidarlos. Finalmente Cherry decidió volver a la cabaña y salvar a su compañero. De todos modos según sus cálculos los hombres del grupo polar no estaban retrasados y presumiblemente no habría peligro para ellos una vez que llegaran al depósito de una tonelada.

A veinte kilómetros al sur del depósito, Scott, Wilson y Bowers; supervivientes del grupo original, morían por congelamiento e inanición dentro de su carpa. El resto de su vida Cherry se estuvo preguntado si había hecho todo lo posible, si su decisión no había matado a su capitán y a sus dos mejores amigos.

A los veintiséis años Cherry volvió a Inglaterra como un veterano explorador antártico. Según sus cálculos había sido el miembro del grupo con más millas hechas en trineo (esto quería decir tirando de uno). Por otro lado paso también a ser parte de la leyenda de la muerte de Scott, que fue usada por el imperio como parábola de la fuerza y la determinación de la raza británica (a pesar de que Amundsen, un explorador noruego, había llegado al polo un mes antes que él). Durante un tiempo Cherry fue atacado por opinólogos de toda laya, intencionados y mal informados, que le echaban la culpa de la suerte de sus compañeros. Esto fue durísimo para él.


El resto de la biografía de Wheller reseña la posterior vida de Cherry. Su amistad con su vecino de Lamer, George Bernard Shaw (único escritor en la historia que recibió el Novel de literatura y el Oscar), que lo ayudó a redactar El peor viaje de mundo, que fue un éxito de ventas desde el primer momento. A través de esa escritura, Cherry evidentemente morigeró una obsesión que lo perseguiría de por vida y que sería quizás la causante de sus brotes psicóticos durante la década del cuarenta, y de posteriores ataques de depresión que lo dejaban por meses postrado en cama. Ángela, una joven de veintidós años a quien desposó cuando él contaba los cincuenta y tres, fue a su vez esposa, confidente y enfermera. Su hipocondría, su desconfianza hacia todo y todos, su desconcierto de hacendado agrícola que veía como Inglaterra se dirigía hacia un futuro que no comprendía (el imperio se terminaba, la oligarquía latifundista con él y Cherry con ella), más sus constantes recaídas en sus enfermedades reales o imaginarias, no hicieron más que profundizar su mirada hacia el pasado; aquellos dos años que lo obsesionaban. Todavía en sus últimos días seguía haciendo anotaciones y comentarios en las márgenes de sus diarios antárticos, como buscando una respuesta que lo dejara descansar y que nunca encontraría.

Conclusiones

Un libro muy interesante, bien documentado. Lo mejor es la parte del viaje a la Antártida, pero también lo es la descripción de la disgregación del imperio, el quiebre posterior a la primera guerra de la imagen de la Inglaterra victoriana. La última parte es un poco pesada, porque Cherry es en realidad un personaje oscuro y denso, atravesado por una experiencia durísima de la que no se puede alejar en toda su vida. Revisando constantemente el pasado y a pesar de tenerlo todo (riqueza -hacía dos cruceros al año-, una mujer joven que lo cuidaba y lo amaba, fama como explorador y después como escritor) torturado hasta el final por la duda de si podría haber hecho algo más para salvar a sus compañeros exploradores.
 

viernes, 22 de marzo de 2013

Artículo: Querido Robinson, 

o de cómo un libro anticipó la ideología de un imperio

por Andrés G. Muglia

publicado en Revista CRANN Nº 28, diciembre de 2007.


Hace poco tiempo he publicado en esta misma revista un artículo acerca de cómo en las obras de arte se filtran datos: sociales, culturales, económicos, de la época en que fue realizada esa obra; lo que Erwin Panofsky trata de indagar en el paso iconológico del análisis de una obra. En este sentido no solamente las obras visuales nos revelan esos contenidos solapados. La literatura, quizás más directamente que las artes plásticas, nos habla de las creencias, los prejuicios y la ideología de un cierto tiempo; quizás incluso, puede llegar a anticipar una ideología que vertebró a una época siguiente a la suya, como en el caso del libro que nos disponemos, amorosamente, a analizar. Mirar detrás de lo evidente, un consejo que, no exentos de cierta jactancia, reincidimos en recomendar.

Existe este libro: “Las aventuras de Robinson Crusoe”, “recreado” por el escritor inglés Daniel Defoe en el año1719. Cuando decimos recreada nos referimos al hecho de que Defoe se basa en una historia real, la del marinero Alexander Selkirk, que presumiblemente habría llegado hasta Defoe a través de un texto de Woodes Roger, el cual da noticias de la suerte de Selkirk cuando naufragó frente a las costas de la isla de Juan Fernández. Robinson Crusoe, o mejor "La vida y aventuras sorprendentes de Robinson Crusoe de York, marinero, ... escrito por él mismo”, como en realidad se llamó el libro,  se cristalizó desde aquel lejano siglo XVIII como una obra inmortal, referente de un género que acogió a toda una serie de prolongaciones y consecuencias del Robinson (algunas incluso de Defoe), que nunca llegaron a tener la fuerza y el misterio que generó la obra original. Ni el mismo Defoe, quien escribió más de 250 obras, ha trascendido a la posteridad si no es por este escrito.

No debe pensarse tampoco que el Robinson de Defoe fue, como el Quijote, una obra fundacional, el inicio de una escuela o un género; había ya antecedentes de historias similares: las aventuras de Pedro Serrano referidas por el inca Garcilazo de la Vega, Simbad el marino y Ulises atraviesan algunos episodios similares. Pero de algún modo Robinson Crusoe cristaliza una historia que interesa a todas las generaciones. Esta historia que, como diría Borges, no es del todo inocente de simbolismo, sino que por el contrario discurre permanentemente entre lo moral y lo didáctico, muestra, como todos lo sabemos, las evoluciones de un hombre que es calificado de disoluto y libertino en los primeros párrafos del libro y que luego de un naufragio queda solo en una isla desierta.

Su suerte, los recursos que utiliza para sobrevivir, su amistad con un nativo que Defoe se vio obligado a admitir dentro de la trama quizás pensando que renovaría el interés del lector, pero que disuelve lamentablemente esta oscura y rica soledad que es en realidad el motivo central del libro y que Defoe desarrolla tan brillantemente al principio de la trama; han llegado hasta nosotros a través de los siglos sin disminución de su energía original. Sin embargo, las conductas de Robinson con las que creemos identificarnos desde el principio de la obra y que nos parecen en algún punto previsibles, no lo son tanto. Crusoe actúa de determinada forma frente a estímulos que quizás podrían causar el efecto contrario. Incluso muchas de sus decisiones o sus reacciones son, si las analizamos detenidamente, antinaturales e ilógicas hasta lo desaforado. No está exento de influjos Defoe cuando escribe su obra, eso es muy claro. La Ilustración naciente, cierta nueva fascinación por la naturaleza, cierta confianza en el trabajo y el progreso que el hombre pueda provocar con él, y sobre todo cierto misticismo cristiano y puritano muy británicos, se entrelazan durante toda la obra con el destino de Crusoe. Esto sin duda influye en su historia, y la fuerza en ocasiones por caminos muy lejanos a la conducta “natural” de un hombre en la más absoluta soledad.

Defoe compuso sin crítica que la pueda mancillar una obra inmortal, y a su modo perfecta. Decimos a su modo porque su objetivo edificante, esperanzador, aleccionador de la fe cristiana, de la perseverancia y de la fe en el ingenio del hombre y su fuerza; parece haberse cumplido tal como Defoe lo pensó. Si cotejamos éste escrito con otros del mismo autor, descubriremos que en esas otras publicaciones Defoe fue mucho más directo en su acento de la fe cristiana, puritano él mismo; en tanto que en Robinson Crusoe su procedimiento es mucho más elíptico y oculto, aunque no secreto. La fascinante historia de Robinson fue por tanto vehículo de otras ideas más densas y menos inocentes que lo que el propio relato denota.

Decíamos que a su modo (pensando en los objetivos de Defoe) la historia de Crusoe es perfecta, pero también completamente falsa, ya que Defoe modifica muchos de los datos originales del destino del desventurado (o afortunado, según como se lo mire) Selkirk. El más importante es el factor temporal, mientras que Selkirk estuvo en la isla aislado durante cuatro años, Robinson Crusoe permanece en la suya durante veintiocho. En ese largo transcurso Robinson, que pese a los constantes reveses de su vida no había tenido antes un verdadero acercamiento a Dios, va viendo en su desgracia la constante intervención de la providencia; eso, sumado a la lectura detallada de una de las Biblias que habían sobrevivido los rigores del naufragio, lo persuade de aceptar su suerte y de encomendarse a su creador. En esta clave la suerte de Crusoe está entendida como un castigo a su anterior vida, donde ignoró los consejos paternos y se dejó llevar por un destino pródigo en aventuras y desarreglos. De allí también lo extendido del tiempo que permanece solo en su isla, pues cuatro años no habría sido suficiente (evidentemente esto juzgó Defoe) para una completa conversión del pecador.

La visión cristiana, anglicana y puritana de Defoe claramente atraviesa el libro, que no desprecia las críticas a la iglesia romana y sus sacerdotes, a quienes el autor compara con los farsantes chamanes de la primitiva religión de su siervo Viernes, que según descripción del "salvaje" mantienen su religión secreta. Defoe sostiene que la iglesia apostólica romana emplea un método análogo (recordemos que en esa época la misa era pronunciada en latín) para provocar la admiración del pueblo ignorante por el clero. Asimismo en otros comentarios muestra su horror por la institución española de la inquisición.

De tal modo entonces, el mensaje religioso y moral vertebra tan eficazmente la novela, que Crusoe se ve impelido por la ideología del autor a verificar ciertas conductas absolutamente contrarias a las que podría suponer el lector en un ser aislado en la más completa soledad y que había llevado hasta ese momento una vida lejana a la visión cristiana del camino de la fe. Robinson no está desnudo en todo el transcurso del libro ni por un momento. A pesar de ser descrita la isla en pleno mar Caribe, cercana a la desembocadura del río Orinoco, y castigada por calores intensos durante la mayor parte del año, a Crusoe jamás se le ocurre desplazarse desnudo por la isla, ni tan siquiera cuando nada mar adentro en busca de los desperdicios del naufragio. Robinson había recorrido en una aventura previa las costas africanas cercanas a Cabo Verde, había comprobado que los miembros de las tribus que habitaban estas costas acostumbraban a ir completamente desnudos, sin duda por el intenso calor. No obstante esto el náufrago no parece tomar nota de este hecho en los largos veintiocho años que transcurre en la isla. Incluso cuando la ropa rescatada del pecio se termina por destrozar a causa del uso prolongado, se cose una especie de traje de ¡pieles de animales!, con la excusa de protegerse del sol. Cuesta imaginarse la ocurrencia de ponerse un tapado de piel en las playas caribeñas durante una temporada de verano recia de sol ; pero Crusoe lo hace con la mayor naturalidad, sin atreverse quizás a mostrar su carne trémula al único testigo que lo observa: Dios, o tal vez el lector.

Hace unos años leí con una sonrisa el aviso de una obra teatral intitulada "Vida sexual de Robinso Crusoe"; ignoro cabalmente el contenido de la obra, sin embargo el título señala otra omisión en el escrito de Defoe. Efectivamente, en toda su estadía Crusoe no siente la menor inquietud de sus instintos, el menor atisbo de sexualidad, la más mínima añoranza del bello sexo ni tan siquiera en los términos que la época podría permitirle. Robinson es desde el primer momento un asceta, aún mucho antes de adentrase en los conocimientos de la Biblia; lo que no llegaría sino años después de su arribo a la isla. Defoe, movido por su religiosidad que obtura los bajos instintos del protagonista, no se permite la menor referencia anterior o posterior del naufragio a cualquier tipo de intercambio de Robinson con mujer alguna. Cualquiera podría suponer que en vista de la descarnada descripción que hace el autor y que sindica a Crusoe como un pecador, éste hubiese optado de la forma más natural por otro tipo de decisiones de las que Defoe lo obliga a tomar. Podemos ensayar algunas hipótesis al respecto.

En primer lugar y como cualquier otro hombre guiado por el "buen juicio" habría optado por permanecer desnudo sin peligro de ofender a ningún eventual espectador; en este ambiente propicio podría haberse liberado de las férreas indumentarias de la época, desde luego mucho más incómodas que las actuales. También, desconociendo al principio la condena de la Biblia hacia Onán, se habría procurado el placer subalterno de la sexualidad solitaria sin mayores contemplaciones y en la más difundida libertad. Quizás y a lo largo de décadas de privaciones en este sentido, habría probado el grueso y áspero amor del reino animal, adentrándose desesperadamente en las prácticas zoofílicas con las cabras y llamas que había domesticado. ¿Podría alguien condenar siquiera por un momento a aquel desventurado por conductas semejantes luego de décadas de abstinencia?

No puede pedirse tan exageradamente que Defoe transparentara de un modo tan explícito los perfiles más sórdidos de la obligada soledad de Crusoe. Los prejuicios de la época, y no sólo los religiosos, están reflejados puntualmente en esta obra. Encontramos claramente representado al mito del "buen salvaje" que había inspirado a Voltaire y otros pensadores y filósofos de la Ilustración, en la figura de Viernes, que a pesar de caníbal abraza con fervor la fe cristiana revelando incluso una inteligencia y profundidad superior a la del encargado de su catecismo, en sus agudos cuestionamientos a ciertas contradicciones que encuentra Viernes (que encuentra Defoe) en la Biblia. Crusoe es entonces y en virtud de la presencia de Viernes, misionero y evangelizador, afirmando sin un atisbo de inocencia, que la mera lectura de las sagradas escrituras son suficientes para acceder al misterio de la fe sin necesidad de intermediarios. Soberbio y solapado ataque protestante a los sacerdotes de la iglesia "romana", como la menciona el autor.

A tal punto son reiteradas las insistentes referencias religiosas que, si no se sintoniza rápidamente las intenciones no demasiado sutiles del autor, constituyen una traba o un impedimento para la fluidez de la trama. Recuerdo que en mi lectura infantil de este libro los constantes soliloquios morales del protagonista, que no terminaba del todo de entender, me desesperaban hasta la llegada de los detalles de su estadía solitaria y de la forma en que sobrevivió, o los métodos empleados para confeccionar sus herramientas, sus vestidos, su morada o procurar su alimento. Pasados los años, nuevas lecturas del libro me han dejado la misma temprana impresión: la verdadera esencia fascinante de la novela no la constituye su agotadora acción ejemplificadora y moral o sus parábolas repetidas, sino ese desafío que supone al hombre ignorante de casi todo recurso, la adversidad repentina y acuciante de tener que sobrevivir sin prácticamente más recurso que sí mismo. ¿Por qué es esto fascinante para el continuo discurrir de las generaciones? Tal vez porque la generalidad de nosotros somos precisamente ajenos a todo recurso para un desafío de éste género; es fácil por lo tanto identificarse con Crusoe; en nuestros términos, nosotros, cada uno, somos Crusoe, al menos potencialmente. Vivir la vida de Robinson a través de la lectura de su historia es liberar simbólicamente esa potencia, participar del mito moderno de la huida de la civilización.

Es cierto de que si a la principal obra de Defoe se la liberara de los impedimentos de su prédica reiterada, su énfasis moralizador y su recurrente pedantería británica que considera a todos los personajes que visitan la isla de Crusoe como "siervos" o "súbditos" de éste, el libro conservaría y potenciaría la esencia de su fascinante poder. También es cierto que si se incluyeran detalles más crudos referidos a la fisiología y la sexualidad, quizás hasta límites escatológicos, del desventurado Crusoe, el libro sería más picante pero más ordinario, menos universal y atractivo; nuestras objeciones están teñidas en ese sentido de cierta falsedad. Es evidente que la obra esconde las contradicciones de su autor y de la cultura de su autor. Con la misma naturalidad que Crusoe evangeliza a Viernes, sobre el final de la trama y en su desenlace, dispara a traición sobre marineros dormidos sin la menor objeción de su conciencia. También y luego de la extensa filípica que nos propina a lo largo de todo el argumento acerca de los valores cristianos, entre los cuales podríamos suponer sin exagerar un fuerte énfasis en el rechazo de lo material en apoyo de lo espiritual, Crusoe se dedica durante el extenso e innecesario epílogo casi completamente a sus intereses comerciales y negocios, aunque premiando generosamente a sus benefactores. Lo puritano y lo comercial, la moral y la conquista colonial, los estereotipos de la época, todo está representado por Defoe en una demostración bastante transparente e inocente de las contradicciones de la cultura británica del siglo XVIII.

Según James Joyce la historia de Defoe prefigura el imperialismo inglés del siglo XIX, y la imagen de Crusoe es la del prototipo del conquistador británico: independiente, persistente, práctico e inteligente, pero también cruel y sexualmente apático; y Viernes, por supuesto, es el símbolo de los pueblos sometidos al imperio.

La historia de Crusoe lucha contra la trama que teje su época a su alrededor, lucha contra sus prejuicios y sus falsedades, pero es precisamente esa trama la que le da la veracidad de un tiempo de tierras nunca holladas por el pie occidental, de aventuras geográficas y de islas alejadas de las rutas marítimas y por ello doblemente perdidas para el hombre (y el hombre perdido en ellas). ¿Sería hoy creíble una historia como la de Crusoe? ¿Hoy, en la era del GPS, Internet, la comunicación satelital, alguien podría perderse durante veintiocho años sin ser descubierto, rescatado, recuperado? Ya no hay aventura en el viaje, no se necesita ser Marco Polo para ir a la China y cualquier pelafustán medianamente informado va en carpa a Machu Pichu; somos realmente unos tipos afortunados. Pero si queremos naufragar, perdernos de la civilización, alejarnos, irnos definitiva y resueltamente lejos de las márgenes del mundo conocido, deberemos volver a releer la suerte del querido Robinson, porque ese, junto con tantos otros, es un destino que el progreso también nos ha vedado.

jueves, 21 de marzo de 2013

LA ROMANA
Alberto Moravia
Losada S.A., Buenos Aires, 1963.

  

Tiro al blanco

Compra en casa de libros usados. Buscaba un italiano y se vino a casa este autor archiconocido pero que nunca había leído.

El autor

Moravia nace en 1907 en Italia. Crece en una familia burguesa de buena posición económica. Durante su juventud una enfermedad lo obligará a estar postrado por cinco años, lo que le dificulta sus estudios. Apenas podrá recibir el título de bachiller; sin embargo se forma a sí mismo a través de la lectura. En este sentido Moravia es un self made man, algo no demasiado raro en su época pero que hoy suena extraordinario.

A partir de 1929 comienza a publicar. En época del fascismo trabaja como periodista en La Stampa bajo las órdenes de CurzioMalaparte. Más tarde fundará sus propias publicaciones Caratteri y Oggi. Por la misma época algunas de sus novelas, de fuerte contenido social, son censuradas por el régimen fascista.

Posteriormente a la guerra escribirá sus obras más famosas y recibirá varios premios como escritor. Paralelo a ello mantendrá su trabajo como periodista, escribiendo también críticas para cine. Amigo personal de Passolini, fundará con su respaldo la publicación Nuovi Argomenti, revista literaria de gran influencia. En los ´60 varias de sus obras serán llevadas al cine.

Todo el tiempo que leemos la obra de Moravia tenemos la sensación de estar viendo una película del neorrealismo italiano. Pero no es sólo una cuestión contextual. Hay como una voluntad de presentar con todo detalle realista un mundo demolido que intenta reconstruirse, donde los personajes trasuntan de un lado a otro intentando sobrevivir de la mejor manera, dejando la parte del pellejo que por esa época era necesario dejar para poder comer. Todo el tiempo está esa sensación existencialista de que los personajes viven al borde del precipicio.

El libro

Esta famosa obra de Moravia tiene como telón de fondo la Italia devastada tras la guerra. La historia central, contada en primera persona y a modo de memorias, es la de Adriana, una joven romana que ha tenido la suerte (o la desdicha) de nacer hermosa en un medio de pobreza. Todo el tiempo se transparenta en la trama la enorme brecha social entre los ricos y los pobres, brecha que para los últimos es imposible atravesar. Esta belleza de Adriana será una suerte de predestinación que pende todo el tiempo sobre ella. Es la que hace que su madre (que el lector odia desde las primeras páginas), un mal bicho que quiere salir de la pobreza a como de lugar, la empuje todo el tiempo por un camino que no tiene otra salida que la prostitución.

Es su madre la que la hace posar desnuda para un pintor, en un oficio que en esos tiempos llevaba connotaciones impuras. Allí Adriana, una joven inocente que sólo sueña con formar una familia como la que nunca tuvo; se encuentra con Gisella, otra mala influencia que la ayudará a profundizar el camino que ya su madre había trazado. También conoce a Gino, chofer de una familia acaudalada que la conquista y la engaña haciéndola ilusionar con casarse (lo que es imposible porque el ya está casado); y se queda con su "honor". El tema de la virginidad es un eje sobre el que gira buena parte del argumento. Desde luego no es algo que surja del autor, sino que es parte del contexto sexualmente opresivo de esos tiempos. Una vez atravesada esa barrera fuera del matrimonio, Adriana queda manchada, sobre todo para ella misma; es como si la prostitución fuera un paso natural luego del desengaño amoroso. En este sentido la novela es toda una declaración de la moral de una época.

La narración se desenvuelve entre estos personajes que la pueblan, y que parecen puestos allí expresamente para que la vida de Adriana adquiera ribetes cada vez más tortuosos. Hasta desembocar, con la amargura de quien se siente acorralado e inexorablemente condenado de antemano, en la decisión de de prostituirse; decisión que más parece haber tomado la vida que ella misma. En ello ayudará la aparición de Astarita, un poderoso funcionario de la policía política que se enamora de Adriana y la obliga a tener relaciones con él, en una suerte de emboscada preparada por Gisella.

Ya de lleno en su vida de prostituta, Moravia se dedica a describir los mecanismos psicológicos a través de los cuales Adriana consigue superar la dureza de su oficio sin perder su inocencia y la esperanza de una vida mejor. En esto no sale muy bien parado el autor, porque a pesar de haber pergeñado minuciosamente el destino infeliz de la romana (no porque el de la prostituta tenga que serlo forzosamente sino porque Moravia hace de Adriana fundamentalmente una puta triste); se dedica a sugerir una tendencia natural de Adriana hacia el deseo y la voluptuosidad. Una especie de inclinación suya (que tiene algo de lombrosiana) hacia el pecado, que desarma un poco el laborioso terreno de perdición que Moravia le prepara. En esto hay una especie de tensión contradictoria dentro del texto. No se termina de saber si Adriana se hace prostituta porque el contexto la empuja a eso, o porque tiene una inclinación a ello; o simplemente esa inclinación le ayuda a aceptar su destino.

En la segunda parte del libro aparece Mino (diminutivo de Giacomo). Un anarquista de diecinueve años del que Adriana se enamora perdidamente. Este joven, estudiante provinciano de "buena familia", tiene algo que lo comunica con aquel otro personaje, Renaud, de Christiane de Rochefort en su obra El reposo del guerrero. Giacomo es un joven brillante, inteligente, pero igualmente cínico y autodestructivo; incapaz de amar a otra persona que no sea él mismo. Quizás sea el personaje más dañino para Adriana, porque la distrae de su destino de tristeza y resignación pero sólo para sumergirla en un infierno más complejo y tortuoso que ella enfrenta a puro amor.

El desenlace de todo este enredo de personajes, a los que se integran Solsogno, un matón y asesino que Gino le presenta a Adriana; Astarita,  que sale y entra de la trama todo el tiempo, incluso a pedido de Adriana que permanentemente le solicita favores por su destacada posición dentro de la policía; tiene mucho de un aroma a melodrama que bordea todo el tiempo esta novela.

Es destacable de esta segunda parte, un pasaje un poco descolgado donde Adriana visita a Gisella en un piso que le ha "puesto" uno de sus amantes. Moravia demuestra aquí que tiene talento para describir en ese edificio reluciente a funcionalismo, a una Italia rica que resucitaba tras la guerra, en fuerte contraste con esa Italia pobre que buscaba, como Adriana, el modo de sobrevivir.

Conclusiones

Novela un poco larga, que uno se siente tentado por momentos a llamar novelón. La prosa de Moravia es sencilla, realista de un modo directo, que sólo se hace más honda a la hora de describir la psicología de los personajes. Ese mismo estilo, un poco seco, es lo que quizás hace al libro algo pesado, además de que es deprimente ver rodar todo el tiempo al personaje de Adriana de una situación mala a otra peor. Lo interesante es el telón de fondo de esta Italia de posguerra; más todas las implicancias de una sociedad fuertemente tabicada y separada por lo económico. La inequidad se hace palpable y de algún modo influye en la trama de la novela a través del destino de los personajes. Este realismo con toques de novelón sentimental, a veces recuerda a Dickens por el infortunado destino de los personajes; pero en el autor inglés se nota el artificio, como si uno estuviese asistiendo a una pieza teatral. Aquí en cambio la realidad se presenta cruda y dura, y los protagonistas dan la sensación que no hacen más que rodar en un escenario que a veces si inclina peligrosamente, hasta dejarlos al borde del precipicio.

martes, 19 de marzo de 2013

KON TIKI
Thor Heyerdahl
Editorial de Ediciones Selectas, Buenos Aires, 1960.

 

Tiro al blanco

Este es uno de esos libros que llegan por herencia. Formó parte del paisaje de mi infancia como los muebles o las macetas de mi casa. Lo comencé a leer no se cuantas veces y lo dejé, a diversas edades. Fue como un termómetro de mi madurez para enfrentar una lectura. Un día, ya grande, recomencé a leerlo y comprendí por fin (o más bien sentí) en donde residía su encanto para que mi viejo lo hubiese conservado tanto tiempo en su biblioteca.

El autor

En rigor Thor Heyerdahl no es un escritor. Podría ser llamado un investigador lo mismo que un aventurero. Nacido en Noruega en el año 1914, en 1947 se hizo famoso por atravesar el océano Pacífico desde Perú hasta la isla de Raroia, en Polinesia,  a bordo de una balsa de troncos. Esto fue para demostrar su teoría de que la Polinesia había sido poblada desde América.

Después de esta primera excursión, planificó una incursión arqueológica de gran envergadura cuyo objetivo era la isla de Pascua. Esta se llevó a cabo en el año 1952; su objetivo era probar que también allí había llegado el hombre desde América.  Más tarde se dedicó a emprender diversas aventuras con embarcaciones fabricadas con las técnicas de las antiguas culturas egipcias y mesopotámicas. Así vieron la luz las embarcaciones de papiro Ra y RaII y el bote Tigris, hecho de caña. Todos concebidos para demostrar diversas hipótesis sobre antiguas migraciones: Ra y Ra II desde Marruecos y a través del Atlántico hasta el Caribe, Tigris desde el valle del Indo a la mesopotamia. En 1970 Heyerdahl cruza el Atlántico a bordo del RaII (la expedición de Ra tubo que suspenderse el año anterior por fallas estructurales) llegando a Barbados. La expedición Tigris se llevó a cabo con éxito en 1977.

El libro

En el año 1938 Heyerdahl, que realizaba estudios en zoología, viajó a la Polinesia a recoger muestras. Allí vivió un año y conoció la cultura que se repite de una isla a otra del extendido archipiélago. Se preguntó, como muchos otros, de dónde habían llegado los antepasados de los indígenas que poblaban las islas. Tal fue su interés, que dejó la zoología y se dedicó a la investigación de estos pueblos y los de la costa de América, para arribar a la conclusión de que ambas culturas tenían un origen común. El punto de contacto: el dios Tiki, que halló repetido en la cultura incaica y la polinesia.

En 1941 publicó su teoría que fue recibida con escepticismo. Decidió llevar a cabo un viaje que probara que la migración que proponía en su teoría podía llevarse a la práctica con la primitiva tecnología de los pobladores originarios del Perú. Después de alistarse como voluntario en el ejército Noruego durante la Segunda Guerra, Heyerdahl cristalizó su anhelo en 1947.

La expedición, formada por seis miembros de los cuales sólo uno tenía experiencia como marino, se dirigió a Sudamérica. En los bosques de Ecuador se proveyeron de nueve troncos de madera de balsa, los llevaron al Perú y en el puerto de Callao los unieron con cuerdas vegetales de cáñamo formando una balsa; después les pusieron encima una vela cuadrada, una cabaña en la que podía dormir la tripulación (apretada), y un primitivo timón. Con los pertrechos necesarios para un viaje de cuatro meses (y un loro), se hicieron a la mar. Kon Tiki es pues la narración de un viaje de cuatro mil millas a través del Pacífico a bordo de una balsa, cuya entusiasta tripulación sabía poco y nada del arte de la navegación.

Naturalmente las peripecias surgen en un viaje como este, donde el simple hecho de viajar al ras de las olas y con la sola asistencia de la corriente marina y los célebres vientos alisios, hacen de su tránsito algo muy diferente a estar en la cubierta de un barco, a metros de la superficie e impulsados por un motor. Prácticamente los tripulantes se vieron obligados a convivir con la flora y fauna marina que se subía a la balsa con cada ola.

La balsa Kon Tiki y Thor Heyerdahl al timón
La prosa de Heyerdahl es correcta pero llana, sin brillantez. Uno piensa lo que podría haber hecho un auténtico escritor con un material como este. Sin embargo el libro es interesante, porque narra el intercambio único de los improvisados marinos con un contexto que les era casi desconocido y con un medio de transporte del que tenían todo por descubrir, ya que no contaban con demasiada información sobre el pilotaje de este tipo de embarcación. Por ejemplo, en una balsa es imposible dar la vuelta para recoger algo que ha caído al mar, ésta seguirá la corriente de modo inexorable. Por tanto, los tripulantes debían tener especial cuidado de no caer de la balsa o de realizar inmersiones siempre controladas. Como último recurso arrastraban una larga cuerda atada a la popa. Quien cayera imprevistamente al mar dependía de su destreza para alcanzar ese fino hilo que los unía a la balsa (y a la vida).

Así de precarios eran todos los recursos orientados a garantizar la seguridad de la tripulación. La lógica de llevar un barco de asistencia a prudente distancia por si la balsa se hundía jamás paso por la mente de Heyerdahl, que apenas si confió en un radio de onda corta para unirlos con la civilización en un eventual SOS. El efecto que esto pudiese tener en una situación de real emergencia era más psicológico que práctico.

Es evidente que la racionalidad no gobierna las grandes empresas como esta. Tal vez asistido por este principio, el narrador cuenta cómo él y el resto de los tripulantes dedicaban los días en alta mar a pescar tiburones de tres metros subiéndolos vivos a la embarcación, o a tratar de arponear a un tiburón ballena cuyo largo superaba la eslora de la balsa.

Se diría que de algún modo Kon Tiki es la historia de seis locos lindos con una suerte providencial. Sino no se explica cómo pudieron llegar a puerto (o más bien chocar con arrecifes de coral) en noventa y siete días sin ninguna baja ni accidente digno de mención. Heyerdahl no pudo convencer a la comunidad científica de su teoría con la prueba irrefutable que suponía su experiencia a bordo de la balsa Kon Tiki. Sin embargo se haría célebre en el mundo por su aventura.

Conclusiones

Un libro que narra una experiencia única. La de cinco soñadores que tratan de ayudar a un sexto a demostrar una teoría que, en última instancia, se empequeñece en comparación con el recurso para demostrarla. La narración refleja bien este viaje en estrecho contacto con la naturaleza, en permanente peligro de estos náufragos voluntarios, cuyo jefe parece minimizar los riesgos que tomaron y se enfoca en describir la magia de interactuar de un modo tan pleno con un medio terrible (porque también navegaron a través de tormentas), y maravilloso (nadar con delfines, ser iluminados en medio de la noche por plancton fosforescente, capturar peces nunca antes vistos). ¿Habrá Heyerdahl reeditado en sus posteriores aventuras esta sensación de plenitud que parece transmitir Kon Tiki? Es imposible saberlo, pero al menos no se quedó pensando, como Apsley Cherry-Garrard con la Antártida, en un solo y mismo viaje durante el resto de su vida.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CAPITANES INTRÉPIDOS
Rudyard Kipling
Editorial Extremadura S.A., España, 2004.

 

Tiro al blanco

No hay nada de hallazgo en este librito. Simplemente quería seguir leyendo a Kipling y compré esta edición, que decirle económica es decirle mucho.

El autor

Kipling es un británico nacido en Bombay en el año 1865. Lleva en sí la contradicción de miles de ciudadanos británicos que no habían nacido en suelo inglés; quizás por eso nunca renegó del mote de "escritor del imperio". A los seis años su padre, un militar británico con ciertas dotes artísticas (era escultor), lo envía junto a su hermana a educarse en un colegio internado en Inglaterra. Al terminar sus estudios, no pudiendo ingresar en Oxford porque no tiene dinero ni promedio para una beca, se dirige a Pakistan, donde comienza a trabajar como periodista. Este trabajo como redactor de artículos le sirve para emprender sus primeros viajes por el mundo. En 1892, ya siendo conocido como escritor, se casa y se muda a Vermont, EE.UU. En campestre aislamiento, solo con su mujer y su primera hija, escribe su obra más célebre e imaginativa: "El libro de la selva".

Kipling fue considerado el escritor británico por excelencia, tildado muchas veces de imperialista, aunque rechazó todos los máximos honores que el gobierno británico quiso concederle (incluso el título de Sir); aceptó si, el premio Novel de literatura de 1907. Tuvo la desdicha de sobrevivir a dos de sus tres hijos, su primogénita muerta de pulmonía en  1899 y su único hijo varón, caído en combate a los diez y ocho años en la Primera Guerra Mundial. Esto lo llevó a escribir artículos críticos hacia la estrategia británica durante la guerra que fueron censurados. Sus últimos años los dedicó a viajar (aunque nunca dejó de escribir) junto a su esposa Carrie, con la que estuvo casado cuarenta y cuatro años, hasta su muerte en 1936.

El libro

Si bien Capitanes intrépidos no está a la altura de lo mejor de Kipling, sí tiene todo lo que lo hizo famoso como escritor. A media distancia entre un libro para jóvenes y uno para adultos, Capitanes intrépidos puede encajar bien en una colección de novelas de aventuras. Tiene además el personaje típico de Kipling como protagonista: un adolescente que debe superar peripecias dignas de un aventurero sin flaquear y echando mano a su inteligencia y valentía, más que a su fuerza; Kim  y El libro de la selva van también un poco de eso.

A mi se me ha antojado hacer de Capitanes intrépidos (digo dentro de mi cabeza y en antojadiza clasificación), una suerte de continuación o de segunda mitad o de libro complementario de Moby Dick. Porque si Moby Dick es (entre otras cosas) la mejor descripción hecha sobre la caza de ballenas, Capitanes intrépidos lo es de la pesca del  bacalao. El Gran Banco de Terranova es el escenario donde transcurre la novela.

El protagonista, Harvey Cheine, malcriado hijo único de un multimillonario americano, cae por la borda de un trasatlántico en el que viajaba con su madre. Milagrosamente un pescador lo rescata en su bote y lo conduce hasta la goleta We´re Here. Allí el capitán Disko Troop (Spencer Tracy recibirá el Oscar en 1938 por su interpretación de este personaje) lo tomará por loco al escuchar sus historias de ricachón, y en lugar de conducirlo a Nueva York, donde Harvey le promete la recompensa de su padre, lo toma como segundo grumete (el último escalafón del barco) y lo pone a trabajar; prometiéndole pagarle treinta y cinco dólares al final de su viaje (Harvey llevaba ciento treinta y seis cuando cae del paquebote - cantidad que por supuesto pierde). Ante la protesta irrespetuosa de Harvey, el capitán le propina el primer golpe de su vida y lo manda a fregar. Harvey se resigna y encuentra en Dan, hijo del capitán y primer grumete, un amigo y un maestro en las artes de la pesca.

La novela, además de una parábola sobre el valor del trabajo para moldear la personalidad de un joven, es una descripción interesantísima y detallada de la vida en un pesquero pequeño (tripulado por ocho hombres) en las gélidas aguas del Atlántico Norte. Su fuerza reside en esa descripción de una tarea durísima y peligrosa, y de la comunidad de goletas que surcaban un mar del que parecían dueñas, en busca del escurridizo banco del bacalao; del que su capitán, con una mezcla de conocimiento e intuición, es experto en encontrar.

Harvey Chaine no sólo ha tenido la suerte de que lo rescatasen, sino de caer en manos de un capitán religioso y puritano que mantiene a su tripulación lejos del alcohol. No se si la cita será auténtica, pero he leído que Winston Churchill (por dos veces Primer Lord del Almirantazgo inglés) decía que la armada británica se basaba en tres pilares fundamentales: la violencia, el alcohol y la sodomía. Harvey Chaine, afortunadamente para él, cae en manos de hombres que no practican ninguno de los tres. Existe sí, en el universo que describe Kipling, referencias al vicio. El barco de un capitán borracho y cargado de deudas, se hunde blandamente en el mar sin dejar sobrevivientes, en no demasiado sutil parábola.

Harvey atravesará una serie de aventuras entre la niebla y los bancos de hielo que rodean Terranova. De allí aprenderá un oficio y sacará las enseñanzas que lo convertirán en otro joven diferente del estirado petimetre que cayó al mar.

Conclusiones

Sin ser un gran libro, Capitanes intrépidos es interesante por el universo que describe. La prosa de Kipling empuja todo el tiempo hacia adelante la historia, que nunca decae en su ritmo. Los personajes, aunque no están analizados profundamente en su psicología, que no es esa la intención del autor, están bien delineados en su personalidad. Kipling no es un estilista, ni provoca admiración en el lector por descripciones, metáforas, siquiera por diálogos agudos. Kipling sencillamente escribe bien y sabe contar una historia. En otras obras más profundas, demuestra talento para crear ambientes ensoñados o poéticos (Puck), aquí sencillamente se propone escribir una aventura con cierta enseñanza o moraleja y lo hace muy bien. Un librito que se lee rápido (con tiempo en una vacación no puede llevar más de dos días) y con el que se puede aprender a pescar bacalao, una enseñanza que uno nunca sabe cuándo puede llegar a ser útil.

martes, 12 de marzo de 2013

LUZ DE AGOSTO
William Faulkner
ABC, España, 2004. Primera edición 1932.

 

Tiro al blanco

Uno más de esta colección del viajero. No entiendo en absoluto que tiene de viajero este libro. Hay un viaje dentro del libro, pero también hay una historia de amor, de crimen, un reverendo retirado, cargas de infantería sureña en el pasado, un montón de cosas y un viaje; que es lo menos relevante.

El autor

Un peso pesado del siglo XX. Quizás el único americano con auténtico peso en la literatura de ese siglo para reclamar el cinturón de campeón. EE.UU. tiene un puñado de escritores brillantes, pero con Faulkner estamos tratando de igual a igual con Kafka o Joyce (que no es de mis preferidos pero al que reconozco mérito).

Faulkner es el exponente del sureño americano que demuestra que a medio siglo de la guerra de secesión, todavía la división persistía en los EE.UU. Miembro de una de las tantas familias a las que la abolición de la esclavitud no había precisamente beneficiado, se percibe en toda su descripción del sur de EE.UU. , que Faulkner narra como ningún otro con su abrumador talento, un tufillo intolerante que pone todo el tiempo a la gente de color en el lugar del otro. La cultura negra esta imbricada de tal modo en la obra de Faulkner que ésta no podría existir sin esa influencia, perdería toda su esencia. Sin embargo, su mirada es todavía la mirada del amo,  que observa, espía, se inmiscuye en ese otro mundo paralelo; con la curiosidad y el horror del que describe a una criatura que no termina de comprender, o mejor, de apreciar.

En la prosa de Faulkner podemos encontrar no sólo a un escritor absolutamente moderno, cuyos recursos: cambio de punto de vista del narrador y persona, monólogo interior, relato de una misma escena desde personajes diferentes; se entrecruzan forzando la atención del lector. Sino también un estilista, un narrador de largo fraseo lejano a la epístola telegráfica de Hemingway, un meticuloso paisajista de impresiones a la hora de describir un escenario, y un profundo analista de la psicología de los personajes, a los que construye (desnuda) de afuera hacia adentro; descubriéndonos de a poco todos los tortuosos recovecos de sus personalidades. En cada larga parrafada descubrimos, como engarzadas en esta trama llena de riqueza, pequeñas y brillantes metáforas, joyas de un novelista que quiso ser también un poeta, aunque haya editado un solo libro de poemas.

El resultado es sólido pero denso. Se tiene la impresión de estar leyendo algo importante, como lo escrito por los grandes rusos de finales del siglo XIX, pero la trama se recarga por momentos de tal modo: de personajes, de ambiente, de tensión dramática; que parece asediar al lector y llenarlo un poco de ese clima caluroso y desesperado del Misisipi profundo.

El libro

Para mejor situarnos en el escenario (geográfico y social) de la novela podemos decir que es el mismo de las películas "To kill a mockingbird" - "Para matar a un ruiseñor" (Gregory Peck, 1962) y "The grapes of wrath" - "Viñas de ira" (John Huston - Henry Fonda, 1940); aquel que fotografío la sensible cámara de Dorothe Lange en la época de la gran depresión.

De las llanuras polvorientas de Alabama pasamos a la ciénaga nublada de mosquitos, calurosa y opresiva del Misisipi. Este contexto lo llenamos de granjeros de mirada desconfiada en jardinero de jean, de niños descalzos y de mujeres huesudas con vestidos raídos, agregamos unas cuantas casuchas de madera reseca con puertas chirriantes y dos o tres Ford T a cuyo paso saludan negritos sonrientes que juegan sobre la carretera desierta; y ya tenemos el telón de fondo para Luz de agosto. Precisamente éste es el viaje que inaugura la novela. Es el que hace Lena, una veinteañera embarazada que busca con una inocencia que roza lo pueril, a quien ayudo a gestar a su criatura y después apuntó hacia horizontes menos complicados de faldas. Este canalla que se metía a hurtadillas en medio de la noche por la ventana de la receptiva joven, es un tal Lucas Burch, que ella supone, encontrará en algún aserradero de Jefferson según referencias que ha ido recogiendo por el camino.

Gracias a la solidaridad de gente pobre como ella, que la juzga (madre soltera en los años ´30) pero la ayuda, Lena cumple la proeza de llegar a Jefferson a pie y haciendo dedo. Allí se dirige rectamente al aserradero y descubre que su buscado Burch, es en realidad Bunch, y que la pereza de la memoria colectiva ha confundido a los dos. Este último es un ser tranquilo que dedica sus fines de semana a predicar. Lena lo interroga, hasta descubrir que Burch se ha cambiado el nombre por Brown y vive con un vagabundo llamado Christmas (con el que se dedica a traficar wisky) en la trasera del terreno que ocupa la casa de una solterona, la cual es ignorada por el pueblo sospechada de trato con negros. Por supuesto Bunch se enamora de Lena y se promete ayudarla, protegerla y finalmente hacerse cargo de ese niño que sabe que Burch - Brown rechazará.

Bunch, asediado por su repentino amor, consulta a su único amigo, un reverendo retirado llamado Higtower, con el que sostiene largos diálogos de denso contenido. Duda entre ayudar a Lena a buscar a Burch o tratar de quedarse con ella. Pero el relato cambia todo el tiempo la perspectiva y salta de la historia de un personaje a otro. La de Christmas es quizás la más interesante y también la más retorcida. Porque el drama interno de Christmas es la sospecha de que es un mestizo, un hombre que lleva sangre negra. Se establece dentro de Christmas (Faulkner establece) una lucha interna entre esas dos sangres (como una especie de ying y yang delirante y racista) que después precipitará el destino de Christmas; quien (como para complicar más las cosas) sostiene una tirante relación basada en el sexo con la solterona puritana que le da asilo.

El escabroso argumento, donde se entrecruzan todo el tiempo la historia de los personajes, se complejiza porque cada uno lleva una lucha personal, además de la ordinaria contra los problemas que le presenta la vida, y es la peor de todas las luchas: contra uno mismo. Christmas lucha contra su sangre negra, Bunch lucha contra sus deseos de quedarse con Lena vs. su obligación de ayudarla a encontrar a Burch, el reverendo Higtower lucha contra su historia, Lena lucha por dejar de creer en Burch (y no lo consigue). Cómo se desenvuelven los destinos de estos personajes tan embrollados es lo que menos importa, aunque desde luego no todos son finales felices.

Conclusiones

Un libro denso, pero no aburrido. A veces un poco lento. Un ambiente opresivo poblado de personajes torturados; que van enhebrando sus historias personales, contadas con detalle. En medio de todo el estilo también complejo e inconfundible de Faulkner, permanentemente  cruzando el relato con  brillantes metáforas, y largas reflexiones de los personajes o del mismo autor. Interesante además por mostrar los prejuicios de Faulkner que se traslucen en la materia que utiliza para crear los personajes y el ambiente. Si bien no es de sus obras más conocidas lleva el sello inconfundible de un autor que de vez en cuando es bueno visitar.

jueves, 7 de marzo de 2013

LORD BYRON Y OTROS ROMÁNTICOS INGLESES
Byron, Wordsworth, Coleridge
LIBSA, Madrid, 2001.

 

Tiro al blanco

Este libro lo compré en una de las librerías de la cadena El Aleph. Es un edición económica donde la excusa de publicar una obra de teatro de Lord Byron, sirve para agregar a otros dos autores (Wordsworth y Coleridge). Del primero un puñado de bonitos poemas, y del segundo su clásica La balada del viejo marinero. Un librito interesante con una portada espantosa y por un precio mínimo.

Los autores

Brutos exponentes del romanticismo inglés, nos centraremos en Lord Byron, pues la participación de los otros en el libro es poco más que nominal.

Lord Byron es quizás el arquetipo de la vida romántica. Un aventurero, un dandy, un viajero en épocas donde emprender un viaje era de por sí una aventura. Un libertino cuya vida amorosa escandalizaba a la sociedad inglesa, y de la que aún hoy no se sabe cuánto hay de cierto y cuanto de mito. Denunciado por orgías y por incesto. En realidad estaba enamorado de una hermanastra y por eso, se dice, partió hacia el exilio.

Bisexual, excéntrico, murió en Grecia, hacia donde había ido a luchar por la independencia de un país al que no lo unía más que el amor por su pasado glorioso. Sin embargo su muerte no tuvo nada de heroica. Murió de fiebre y apenas pudo imaginar al enemigo turco por la ventana de su cuarto de enfermo, sin jamás llegar a verlo.

El libro

La primer obra y la que en realidad llena el noventa por ciento de este volumen es Sardanápalo, de Byron. No frecuento mucho el teatro  (o no tanto como otros géneros literarios) y en este caso además, teatro en verso. De todos modos el traductor (la traducción es de 1886) tuvo la decencia de no intentar emular la rima y transcribió una traducción, presumo, bastante literal. De todos modos si bien no la rima, y ni siquiera la métrica han sobrevivido, hay como un esqueleto de esa rima y esa métrica, como una cadencia que juguetea debajo del texto y le da ritmo a la lectura.

Antes de entrar en materia se hace obligatorio hacer un poco de historia, o mejor, de leyenda. Porque Sardanápalo, personaje asimilable a la figura del ultimo rey de Asiria Asurbanipal, es más leyenda que historia. Utilizado por griegos y cristianos como arquetipo de la vida disoluta, libertina y desenfrenada, Sardanápalo es un símbolo además de un personaje.  Lo cierto: Asurbanipal fue un rey culto, se dice el único de su época que sabía leer y escribir, durante su reinado se apoyó a las artes y se creo la biblioteca de Ninive. La leyenda: Sardanápalo era un rey que decidió dedicar su vida a los placeres hedonistas. Sus días eran una larga sucesión de fiestas, orgías y otros placeres mundanos y cortesanos. Se lo acusa constantemente, y Byron lo repite en su texto, de afeminamiento (rasgo aparentemente incompatible con su cargo de monarca de un imperio conquistador). Su famoso epitafio, adornado por las diversas épocas que le han ido agregando frases, decía más o menos: "come, bebe, juega. El alma tras la muerte no tiene ningún placer". Sardanápalo es pues el baluarte de lo que posteriormente los griegos definirían como el carpe diem (no creo que haya que definir este concepto y si no ver La sociedad de los poetas muertos). Como símbolo de esta filosofía, condenada por los cristianos, es recuperado por el Romanticismo, y llevado al arte por Byron en literatura y a la pintura por el famoso cuadro de Eugene Delacroix.

Tras esta breve dilación podemos hablar un poco del argumento. Sardanápalo es efectivamente un rey entregado a los placeres de la vida. Mientras planea su próxima fiesta, su cuñado Salemenes, fiel y bravo soldado, le comenta con preocupación que se está gestando una traición para derrocarlo. Sardanápalo no le presta mucha atención, y prefiere, aduce, continuar siendo un rey pacífico que deplora el carácter conquistador de sus ascendientes.

La traición, efectivamente, se estás gestando por parte de Arbaces, sátrapa (sátrapa=gobernador, satrapía=provincia), y Beleces, sacerdote-astrólogo de la corte. En plena conjura Salemenes los hace prender por la guardia del rey. Pero Sardanápalo opta por perdonar la vida a  los traidores y los manda al destierro. Arbaces vacila en su ambición ante esta muestra regia de perdón, pero Beleces sigue conspirando (parece que Byron prefería a los soldados a los sacerdotes). Como sea Beleces convence a Arbaces y mientras los conducen al destierro se reúnen con las tropas traidoras y atacan el palacio.

Aquí, el monarca acusado tantas veces de afeminamiento, vence su inclinación hacia la indolencia y se convierte en fiero guerrero, que incluso a riesgo de su vida rehúsa usar el yelmo (casco) que se le ofrece para la batalla. Hay idas y vueltas, por momentos parece que vencen los defensores, por ratos los atacantes. Hay también largos diálogos entre Sardanápalo y su amante griega Myrrha. Pero finalmente vencen los traidores, y Sardanápalo, luego de poner a resguardo a la reina Zarina y sus hijos, y de enviar a los pocos fieles soldados que le quedan a llevarse sus tesoros para que no caigan en manos enemigas, muere con su amante. Se inmola en una pira que manda formar alrededor de su trono.

Es evidente que Byron suaviza algunos elementos de la leyenda. Convierte la molicie del monarca en tozudo pacifismo. Luego lo reivindica de su vida de antiguo juerguista transformándolo de un momento a otro en un fiero guerrero, y en un valiente suicida que edifica un holocausto para que se vea desde las lejanías de la historia (según Sardanápalo mismo refiere). Finalmente modifica su propia muerte. Según decía la leyenda Sardanápalo mandó asesinar a su harem y destruir todos sus tesoros para que no cayeran en manos de sus enemigos. Así lo pinta Delacroix, en absorta contemplación de esta orgía de sangre y violencia. Byron en cambio lo transforma en un magnánimo monarca que libera a sus esclavos y soldados y les obsequia sus riquezas, para incluir únicamente en su gesto final a su fiel amante Myrrha que insiste en acompañarlo a traspasar el póstumo umbral.

La muerte de Sardanápalo - Eugene Delacroix

 La historia de Sardanápalo tiene todo lo que el Romanticismo amaba. Lo oriental y lo exótico, la tragedia, la guerra, el amor que se inmola y se extingue en su propia llama (si se me disculpa la metáfora). Byron la escribe con talento. Por momentos la obra sube en ritmo y a pesar de que las refriegas y batallas son tan solo descriptas por personajes que entran y salen de la escena, le dan un brío a la trama que la hacen apasionante; algo que sinceramente no esperaba de una obra de teatro en verso. Por otro lado está sobrevolando todo el tiempo el texto y los personajes un tufillo shakesperiano. El escenario real (real de realeza y no de realidad) las intrigas palaciegas y las traiciones, los largos monólogos donde Sardanápalo perora sobre sus ideales y la inminente caída de un imperio de trece siglos (ignoro de dónde saca Byron el dato, supongo de la difusa arqueología de su época).

En cuanto a lo que Wordsworth y Coleridge aportan al volumen no hay mucho para decir. Sí que Wordsworth me sorprendió gratamente con un puñado de poemas llenos de una profunda melancolía hacia el pasado, un gusto por la descripción ensoñada de la naturaleza y una sensibilidad un poco enfermiza, como todo lo romántico. La balada del viejo marinero de Coleridge es en realidad una historia marinera de fantasmas, en verso y un poco larga. Pero un clásico y referencia de una época. Este barco ebrio (gracias Rimbaud) que trasunta los mares con una tripulación de aparecidos, es evidente inspiración para aquel otro cinematográfico y lleno de FX de Piratas del Caribe. Los dos por momentos, a pesar de contar una historia trágica y terrorífica, despiertan una sonrisa en el espectador-lector, por lo bizarros.

Conclusiones

Hermosa obra la de Byron, por momentos con un ritmo trepidante como de thriller, en otros más monolagada y reflexiva en boca de un monarca que ve caer un imperio de siglos. Entremedio un modo de expresión rebuscado pero atractivo y lleno de color, a veces con algún verso de esos que, como decía Borges, quedan resonando. El apéndice formado por los otros dos autores no desentona, pero parece que fue agregado al final, como para darle un título rimbombante al libro.