Jean de Cars
Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1985
Tiro al
blanco
Conseguí
este librito en una mesa de ofertas; golpe de suerte o de intuición, fui
recompensado con una historia fascinante.
El autor
Jean des
Cars es un periodista y escritor francés nacido en 1943. Ha escrito en medios
masivos como Le Figaró y París-Match. Es considerado como un especialista en la
historia de las familias de la nobleza europea.
El libro
Normalmente
alterno los géneros literarios por los que transito. Este libro, biografía
histórica bien documentada de quien fue llamado el "ultimo rey de
Europa", vino a llenar un espacio entre un libro de viajes y una novela.
No defraudó. Al contrario, y lo mejor que puede hacer un libro, abrió otras
puertas, inauguró otras inquietudes en donde seguir investigando. Por ejemplo,
la rica y tortuosa relación de Luis II con Richard Wagner, de quien fue
mecenas, me hizo interesar en el controvertido músico y estuve varios días
acompañado en el auto con walkirias y tristanes e isoldas.
El libro
está bien escrito. Es atrapante y es el antónimo de los mamotretos, pródigos en
fechas y lugares, que uno puede llegar a enfrentar cuando se sienta a leer un
libro de historia. Porque eso es este libro. No es un folletín ni una biografía
novelada que resalte los aspectos singulares de la vida de este rey singular.
Al contrario, es un ensayo bien plantado y documentado, que trata de explicar
ciertas conductas originales de un rey que parece atrasado con respecto a su
época; recordemos que murió en 1886.
Baviera es
en los tiempos del nacimiento de Luis II, uno de los reinos más importantes de
lo que luego se transformaría, a impulso del célebre mariscal Bismarck, en
Alemania. Situada en el sur, fértil en elevaciones y montañas de ensueño
(imaginemos el paisaje de la Novicia Rebelde) Baviera es católica y su rey,
profundamente, también lo es. Prusia, al mando de Guillermo I (tío de Luis) y
de la mano de Bismarck, empuja la región hacia la unificación de lo que sería,
luego de la guerra franco-prusiana, el 1er. Reich. Luis II, que primero se
opone a Prusia, debe ceder finamente, y pone sus tropas a disposición de
Bismarck. Esta posición, que sería primero criticada por los opositores a Luis,
resultaría a la larga beneficiosa para Baviera, porque por su colaboración
Prusia respetaría luego de la unificación una cierta autonomía del reino de
Baviera (le dejaría usar su propia moneda, conservar su red de correos y sus
ferrocarriles).
Pero nos
estamos adelantando. Luis II asume su responsabilidad como rey antes de los
veinte años. Su padre Maximiliano II muere inesperadamente a sus cincuenta y
tres. Luis, joven retraído, de porte majestuoso (medía casi dos metros), que
rehuía la compañía de la gente, queda al frente del reino de Baviera. Era,
según decían las damas de la época, un joven bello; con su lánguidos ojos
azules dirigidos en general hacia los cielos (hay muchas fotografías que lo
muestran en esa peculiar contemplación) y sus maneras distinguidas cultivadas
en las artes y el teatro. Era, además, homosexual. Esta inclinación, combinada
con su ferviente fe católica, configurarían una lucha interna que se
desarrollaría durante toda su vida; en la que alternativamente cedía a la
tentación de la carne, y anotaba en su diario no volver a hacerlo con palabras
conmovedoramente arrepentidas. Luis II luchó contra su naturaleza hasta el
último de sus días.
Desde el
principio de su reinado Luis se muestra como un joven peculiar. Su inclinación
a la ensoñación lo lleva a apreciar el teatro y la ópera por sobre todas las
artes. Su primer acto de gobierno luego de su coronación, es enviar a un
emisario en busca de Richard Wagner, su ídolo musical. El emisario demora en
encontrar a Wagner, que viene dejando un tendal de deudas por toda Europa y
trata de borrar sus huellas para que los lobos no lo alcancen. El mensajero,
por fin, cuando la economía y la vida entera de Wagner estaban en banca rota,
logra encontrarlo. Habría que haber estado allí para ver la cara de Wagner ante
el ofrecimiento de este embajador (se trataba de nada menos que un príncipe)
que le venía a salvar literalmente la vida. Días después Wagner escuchaba
azorado de los labios del propio Luis II cómo su vida estaba solucionada
(deudas incluidas) para que él pudiera dedicarse solamente a crear sin
preocupación alguna. En pleno siglo XIX Wagner había encontrado a un mecenas
renacentista.
Las cartas
entre Wagner y Luis II son una exageración escandalosa de alabanzas y
declaraciones de amor. Del lado de Luis II no podemos dudar de su sinceridad,
del de Wagner, y a pesar de la gratitud que le debía a su salvador, vemos a
veces el ojo del calculador. Aunque las cosas no son tan simples. Wagner recibe
con entusiasmo este rey que lo ama, a él y su obra sin distinguir, pero él
tiene sus propias ideas y vicios (muchos). Uno de ellos son las mujeres ajenas.
Wagner sostiene una larga relación con Cósima (la mujer de su director de
orquesta) con la que tendría dos hijos (estando ella todavía casada). El alegre
trío escandaliza a Munich, y Wagner, quien tampoco se abstiene del escándalo,
llamando la atención con sus gastos desaforados y la vida principesca que se da
a costas del estado bávaro, es finalmente expulsado del círculo de Luis II por
dos de sus ministros. Wagner escribe, expresa sus ideas políticas y es un
consejero peligroso para Luis; pero éste, aún en sus momentos de mayor lejanía
personal con Wagner (la que se ensancharía cuando se confirmara su relación con
Cósima), sigue ayudando al músico (con dinero por supuesto) porque ve en la
cristalización de su obra su propio destino como rey y mecenas.
Luis II
comienza a hacer más patente la originalidad de su personalidad que algunos
quisieron ver patológica. Su afán por aislarse lo llevan a refugiarse en las
montañas. Allí realiza largos paseos nocturnos en un trineo dorado tirado por
cuatro caballos blancos. Es el comienzo también de su etapa como constructor,
gusto que parece heredar de su abuelo. Su primer palacio, a imitación de las
antiguas fortalezas medievales, se erigirá en lo alto de la montaña.
Neuschwanstein, tal el nombre del famoso palacio, será el que inspire aquel
otro que Walt Disney diseñó como imagen de su propio imperio de fantasías. Luis
también concibió su propia vida como una fantasía realizada.
Neuschwanstein
estará lleno de extravagancias. Por ejemplo una cascada artificial que podía
verse desde la propia habitación del rey. Decoraciones fastuosas y
sobrecargadas (Luis comienza a admirar a los luises franceses y copia su
estética); agua corriente fría y caliente (una avance técnico extraordinario
para la época); además de su propio teatro, donde Luis hace montar las grandes
óperas europeas que se representan para un solo espectador: el rey. No ahorra
fastos y glorias para agasajarse. Come solo y para no ver a los sirvientes
manda crear un dispositivo donde la mesa baja hasta un subsuelo donde se la
sirve y luego sube de nuevo hasta el majestuoso comensal. Aunque en rigor Luis
no come en soledad. Lo acompañan los bustos de Luis XVI y María Antonieta, a
quienes, según versiones poco confiables de los sirvientes que luego lo
traicionarán, Luis les habla animadamente.
Pero el afán
constructor de Luis no parece tener límites. Erige dos nuevos palacios:
Linderhof ; donde hace construir una gruta artificial iluminada eléctricamente,
en la cual navega por la noche en una barca en forma de cisne que se deslizaba
silenciosamente sobre rieles, como el juego de una feria de entretenimientos.
Y Herrenchiemsee, una reproducción fiel del palacio de Versalles donde, a
pesar de ser su edificio más oneroso y el que lo llevará a la bancarrota y la
pérdida posterior de su corona, Luis II sólo pasa una noche.
Los
favoritos se suceden, escuderos y ayudas de cámara serán la imagen a la que
Luis II adorará y rechazará, alternativamente, lleno de cristiana culpa. El
trato con el rey por parte de sus ministros se vuelve casi imposible. Luis se
niega a recibirlos, y cuando lo hace, pone un biombo para que no lo vean.
Baviera queda en manos del gabinete, que casi ya no consulta a su rey. Sólo una
presencia, Sissi, la famosa emperatriz de Austria y prima de Luis, parece
comprenderlo; ella también es un espíritu original. Un incidente los ha
alejado, en su juventud Luis ensayó casarse con su hermana Sofía, pero la dejó
plantada y sin boda. Más tarde Sissi lo perdona, y es casi su única compañía en
largos paseos nocturnos por el lago Starnberg, en cuyo centro Luis compra una
isla para rescatarla de la tala de árboles, y manda plantar quinientos mil
rosales; la isla pasara a la historia como "la isla de las rosas".
Finalmente
lo dispendioso de Luis, que no se ahorra ningún lujo, como aquel rey sol al que
admira (Apollinaire lo llamará el "rey luna") y ha donado a Wagner no
poco dinero para que éste construyera su ansiado teatro; es traicionado por los
políticos que lo hacen declarar loco. Luis tiene un antecedente cercano, su
hermano Otton se ha vuelto loco y permanece internado durante cuarenta años,
hasta su muerte en 1916. Pero Luis no llegará tan lejos. Internado a orillas
del lago Starnberg actúa de modo perfectamente normal durante su corto
encierro. Los campesinos han salido desaforadamente en su ayuda cuando mandaron
apresar al rey, detalle maravilloso y extraño: los hombres sencillos sentían
cercano a este rey extravagante que podía aparecer en medio de la fría noche
alpina en un albergue para viajeros y hablar afablemente con los parroquianos.
Pero el rey se rinde. Ya no tiene fuerzas para luchar.
La noche del
13 de junio de 1886, Luis pide dar un paseo por el la costa del lago Starnberg.
Su psiquiatra, Bernhard von Gudden, lo acompaña en el paseo, y tal es la buena
conducta que Luis ha demostrado en los últimos días, que parten sin guardias ni
enfermeros. Horas después lo encontrarán a los dos, muertos, dentro del agua.
Las
hipótesis son varias. Lo cierto, Luis ha estrangulado a von Gudden,y
luego ha muerto de una apoplejía en las frías aguas del lago. No se sabe si
intentando suicidarse o tratando de escapar. Uno de los mitos de la muerte del
rey es que Sissí intentó rescatarlo para hacerlo huir a Austria, distante a
pocos quilómetros del lago. Quizás murió tratando de llegar a un bote que lo
esperaba, quizás simplemente se introdujo en las aguas heladas para poner fin a
la deshonra de ser declarado loco. Todavía da que pensar su misteriosa muerte a
historiadores y curiosos que se acercan a ver la cruz erigida en las orillas
del lago Standberg.
Conclusiones
Una historia
fascinante, bien escrita, sobre un rey excéntrico que odiaba la política. Que
usó todos los recursos a su disposición para cristalizar sus fantasías más
delirantes. Y después murió como había vivido, con la intensidad de una
fanfarria wagneriana.
Uno de esos
libros que da lástima que se terminen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario