Vicente
Blasco Ibáñez
Plaza & Janes Editores, Barcelona, 1979.
Tiro al blanco
La
vida pone al cazador literario en situaciones en las que tiene que estar
siempre alerta; lo hemos dicho ya. En una de esas ocasiones, donde nos perdimos
con parte de mi familia durante largos minutos en una muchedumbre que poblaba
una calle de una ciudad veraniega; accedí, para pasar el tiempo y esperar al
resto de la familia que se había extraviado, a uno de las tantas cuevas de
libros usados que pululan en toda ciudad vacacional que se precie. El tiempo
perdido fue tanto que pude explorar cómodamente el total de las mesas de
ofertas, de las que me llevé algunas joyitas a precio irrisorio. Una fue este
libro.
El autor
Vicente
Blasco Ibáñez fue un novelista español que conoció la fama mundial. Si no lo
sabemos él se encarga de contárnoslo a lo largo del libro, donde reseña sin
asomo de vergüenza o falsa modestia cada uno de los homenajes que le fueron
haciendo en la diversas ciudades visitadas durante el largo viaje al que se aventuró.
Lo
cierto es que algunas novelas de Blasco Ibáñez explotaron a la fama mundial
cuando Hollywood se atareó en llevarlas a la pantalla grande. Las más
conocidas: "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" y, sobre todo,
"Sangre y arena" de la que se han hecho a la fecha unas cuantas
versiones. De las dos películas, las versiones originales, las célebres en vida
del escritor, fueron las protagonizadas por el galán del momento Rodolfo
Valentino.
Lo
gracioso o lo irónico, es que Sangre y
Arena es un libro que Blasco Ibañez no apreciaba mucho; pues pese a su
nacionalidad no gustaba de la tauromaquia, y los estereotipos bastante groseros
que deambulan por la obra no eran de sus preferidos. Como siempre la fama llega
por el camino menos esperado; y ésta y la fortuna que trajo aparejada y que le
permitió a Blasco Ibáñez emprender un crucero alrededor del mundo acompañado de
millonarios estadounidenses, le llegaron, precisamente, por el éxito de esas
obras adaptadas por la fábrica de sueños situada en California.
Blasco
Ibáñez emprende este viaje, que tiene algo de insólito, casi al final de su
vida (moriría pocos años después) sin un motivo preciso y con el único deseo de
pisar lugares que había conocido en su juventud y madurez a través de la
literatura o las noticias.
La obra
La vuelta al
mundo...
tiene la particularidad de ser un concienzudo libro de viajes, a veces algo
agotador por su extensión (757 páginas de apretada tipografía), pero escrito
por un escritor en el pleno uso de su talento. Esto lo convierte en más que un
mero libro de viajes, en el ensayo pormenorizado de un observador lúcido y
sensible, que maneja un bagaje de recursos extraño al mero cronista.
Blasco
Ibáñez se nota un escritor con mayúsculas a la hora de pintar con una
descripción, una metáfora o una simple observación lo profundo de un paisaje o
una sociedad. Patina a veces en el prejuicio, del que no está exento, al
evaluar las costumbres de los pueblos de oriente, medio oriente o África. Se le
puede leer cosas como "razas inferiores"; o generalizaciones absurdas
acerca de la indolencia de ciertos pueblos, o la disposición para el delito de
otros. Todos estos juicios de valor, impensables en un texto de hoy en día,
tiran un poco para abajo el valor del libro; que sin embargo toma verdadero realce
cuando el autor se dedica de lleno a la descripción de los que ve, de a quienes
ve y de su intercambio con todo ese contexto variable e insólito; máxime en una
época donde un viaje de esas características era todavía una aventura; por muy
articulado que estuviera por la empresa (la American Express )
que lo promovía. Todavía el mundo se veía atravesado de enfermedades incurables,
que los occidentales se ponían en riesgo de contraer en tierras extranjeras. Dos
pasajeros que iniciaron viaje en Nueva York quedaron amortajados en el fondo
del mar, atacados por exóticas pestes tropicales.
El
viaje se inicia en 1923 en Nueva York. El itinerario contempla viajar hacia el
sur, cruzar por el canal de Panamá (de reciente inauguración por aquella
época), luego subir a San Francisco y desde allí hacia oriente: Hawai,
Filipinas, Japón , Corea, China y luego Indonesia y la India ; para después navegar
por el mar rojo hasta las costas de África y breve crucero por el Nilo hasta el
Cairo; más tarde Alejandría y cruzando el Mediterráneo Blasco Ibáñez volvía a
su casa monegasca mientras el Franconia, tal el nombre del paquebote, seguía
rumbo hacia América.
La
descripción del barco, casi estrenado en ese viaje, es ya de por sí
interesante. El Franconia era una nave impulsada por motores de combustible
líquido, lo que lo aventajaba sobre sus contemporáneas impulsados a carbón. Era
además una embarcación destinada al esparcimiento de sus potentados clientes,
por lo que no llevaba carga extra (correo, importaciones y exportaciones) lo
que posibilitaba alojar en su interior comodidades impensadas para la época,
como una pileta de natación interna o aire acondicionado en cada camarote. Me
tomé el trabajo de investigar (santa Internet!) el destino del Franconia, y lo
seguí durante las décadas y las empresas y los países hasta que terminó sus
días de servicio, en el año 2008 bajo bandera rusa. Sin duda era un buen y
longevo barco.
Por
otro lado, aunque estamos a casi un siglo de que Blasco Ibáñez diera a la
imprenta sus impresiones de viaje, su libro no pierde actualidad cuando
describe las milenarias costumbres orientales, sus templos y palacios, los
retratos comunitarios de antiguos y sacrificados pueblos que se han sucedido
desde el principio de la historia. Su paso por Japón, Corea y China, deja bien
fundadas las diferencias entre estos pueblos que el occidental se empeña, en su
ignorancia o en su arrogancia, en hacer uno solo; con sus estereotipos del
tintorero, el dueño de supermercado o de tienda de ropa en oferta. Blasco Ibáñez no tenía, o no quería tener,
todos los elementos para apreciar en su real dimensión la importancia de esos
pueblos; a veces es prejuicioso y sus comentarios, como antes señalábamos,
están teñidos de una intolerancia racial que parece común en esa época que
generalizaba y estigmatizaba a un pueblo entero bajo ciertos rasgos negativos.
En
su aspecto positivo el libro, escrito de un modo sensible y ameno, trae ante
los ojos un mundo que a veces parece hecho de sueños. El imaginado por canes y
emperadores que crearon palacios de filigrana de mármol, como el Taj Majal, o
que privados del contacto con el mundo, como el emperador chino, se crearon uno
propio con lagos artificiales, barcos de piedra a prueba de mareos en medio de
esos lagos, ciudades secretas y legiones de chupamedias que le hacían la vida
más fácil.
Conclusiones
Un
libro bien escrito, a veces penalizado por los prejuicios de la época, un poco
largo pero fascinante si se toma con paciencia y considerando que no se va a
leer rápido. Blasco Ibáñez no era un mero best
seller sino un escritor con todo el dominio de su oficio, informado cuando
habla de historia, sensible para trasladar lo que ve a la literatura. Uno que
deja traslucir en lo que escribe, y de manera bastante explícita, sus defectos
y virtudes. No es poco.
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