Alain
Fournier
Ediciones
Dintel, Buenos Aires, 1960.
Tiro
al blanco
Verdadero hallazgo en una mesa
de saldos donde, entre cientos de libros, sólo encontré este digno de compra.
Desconocía al autor, pero su biografía impresa en las solapas me resultó
atractiva. Gran compra. De esas que el cazador literario se vanagloria en
hacer, por diez pesitos una novela preciosa.
El
autor
Esta brillante novelita,
lectura de culto entre los años veinte y cuarenta del siglo XX entre los
jóvenes franceses, es la única que escribió el joven Fournier. Periodista y
escritor prometedor, tal como lo atestigua esta obra hoy en día un clásico de
la literatura, Fournier se enroló como soldado en la Primera Guerra Mundial y
murió en Verdún en una de las primeras escaramuzas de la conflagración, cuando
todavía contaba con veintisiete años.
¿Qué podría haber seguido
escribiendo el infortunado Fournier? ¿Cuántas obras suyas nos perdimos gracias
al monstruo siempre horrible de la guerra? Quien sabe. Tal vez no escribiera
más o simplemente publicara bodrios ilegibles, aunque después de leer este
libro uno podría suponer que sí, hubiera sido un autor consagrado y admirado. Lamentablemente
una de las típicas escenas repetidas luego de leer un buen libro, el pensamiento:
"tengo que conseguir otro libro de este autor" no podrá llevarse a la
práctica en este caso.
La
obra
La historia que cuenta el protagonista,
un joven de quince años apellidado Seurel, podría bien ser autobiográfica. Por
datos de la biografía de Fournier sabemos que, efectivamente, el escenario de
la primera parte del libro pertenece al de su infancia y su adolescencia. Basta
leer las descripciones algo melancólicas, casi pintoresquistas, que Fournier
hace de ese escenario: un colegio situado en medio de la campiña francesa
cerca de un pueblo de labriegos y campesinos, en pleno contacto con la
naturaleza; para darse cuenta que este contexto no puede ser una mera
descripción, una cita, una pintura bucólica de un bello paisaje. Sino que es
otra postal, la que tejen los recuerdos de un joven que ve con esa dulce
angustia del niño que se convierte en adulto, como se disuelve el mundo que lo
vio crecer.
El narrador es el hijo único
del profesor del colegio, a medias internado, al que éste llama respetuosamente
Sr. Seurel en lugar de papá. Su madre Millie es la única cuota de dulzura en
este pesado ambiente de corrección y gravedad que impone su padre. La historia
comienza a cobrar interés cuando hace su aparición un joven de diez y siete
años, hijo de una anciana adinerada, que pronto se ganará la admiración de
todos y el apodo del El Gran Meaulnes. Seurel entabla una profunda y duradera
amistad con Meaulnes, un joven aventurero, rapado a la manera campesina,
reservado y de un inconfundible aire romántico. En este sentido Meaulnes es en
realidad un tardío héroe romántico, al modo de Werther. Toma la vida con pasión
y sus promesas por ley, lo que lo llevará lejos de su propia felicidad.
Un hecho sobresale en la
trama. Meaulnes decide tomar prestada una carreta para ir a la estación de tren
de un pueblo cercano en busca de los abuelos de Seurel. La tarea no le ha sido
encomendada a él, quien sin embargo engaña a todos y escapa. Extraño en la comarca,
Meaulnes se duerme en el monótono trayecto y se extravía en la campiña. Llegada
la noche pide ayuda en una granja, pero el caballo se escapa. En busca de él,
aterido de frío y desesperado, Meaulnes da con una extraña mansión donde se
lleva a acabo una más extraña fiesta de bodas.
Aquí está el nudo de la trama.
En esta fiesta cuasi surrealista, donde los principales invitados son niños y
campesinos de la comarca; el rico y excéntrico joven Frantz de Galais desposará
una simple costurera de la que se ha enamorado. Meaulnes, que es descubierto descansando
en una de las habitaciones del semi-abandonado castillo, es invitado por unos raros
personajes a disfrazarse y participar de los festejos. Llevado por este
ambiente onírico donde se suceden escenas a cada cual más estrambótica, y donde
los niños son los que mandan, Meaulnes permanece durante tres días en esta
fiesta, sin siquiera saber en dónde se encuentra.
En un paseo en barco, una de
las distracciones organizadas por los anfitriones, Meaulnes conoce a Ivonne de
Galais, hermana de Frantz, y se enamora de ella. Sin embargo la tragedia
sobreviene. Al final del tercer día Frantz de Galais vuelve a la mansión solo,
la novia ha desertado. Meaulnes lo ve, desde su habitación, redactar una nota
de suicidio; luego se escapa. La fiesta se disuelve de un modo caótico,
Meaulnes ni siquiera tiene conciencia cierta de como retorna al colegio, en medio
de la noche en un carruaje que conduce a
dos niños dormidos.
El resto de la novela es el
intento de Meaulnes por reconstruir el camino que lo llevó a la extraña
mansión; para poder reencontrase con Invonne. Pero su memoria no es suficiente,
el mapa que traza está lleno de lagunas que ni él ni Seurel logran llenar.
Una nueva presencia en el
colegio, la de un titiritero que lleva la cabeza vendada, lo pondrá de nuevo
sobre la pista que busca. Primero enemigo (logra birlarle el preciado mapa con
la ayuda de compañeros que odian a Meaulnes); el titiritero será luego su amigo
incondicional, que le ofrece información sobre la misteriosa mansión; y mejor
aún, sobre el domicilio de Ivonne de Galais en París. Meaulnes promete al
titiritero que siempre que éste lo solicite lo ayudará; sin saber que en su promesa
se esconde su propia perdición. Antes de escapar junto a su compañero de
aventuras (un truán y ladrón de gallinas) el titiritero revela a Meaulnes su
verdadera identidad: no es otro que Frantz de Galais.
Después de esto la novela de
desgrana en una trama cada vez más compleja, donde las casualidades recuerdan a
veces a aquellas demasiado forzadas de las novelas de Dickens. El amor de
Meaulnes por Ivonne, la amista incondicional de Seurel que trabaja para que ese
amor se pueda concretar, y la promesa de Meaulnes a Frantz de Galais, configurarán
un laberinto que traba el destino de los personajes y en el que la trama debe resolverse
de un modo inesperado.
Conclusiones
Una novela corta y magnífica.
Según algunos una obra para jóvenes y adolescentes. Poco importa. Bien escrita.
La trama avanza todo el tiempo sin detenerse. Las naturales interrupciones que
uno puede tener en su lectura, no hacen sino fogonear el deseo de reiniciarla
para saber qué es lo que va a pasar continuación. Con cierto ambiente bucólico
(recuerda un poco el libro Bosques y hombres) y personajes románticos, es de algún modo una obra un poco
anacrónica si la encuadramos en su época (se publicó en la primera década del
siglo XX) sin embargo este anacronismo, y esta especie de sensible melancolía
que parece permanecer todo el tiempo entrelazada en la trama que, sin llegar al
melodrama, bordea todo el tiempo las fronteras de la tragedia; no molesta por
lo bien construida que está la novela. Esta cosa de peripecia trágica, como de
objeto que vemos caer hacia su destrucción sin poder hacer nada, recuerda un
poco a Victor Hugo, y considerando la tradición a la que Fournier por fuerza debía
continuar, no es extraño. Quién sabe qué otras maravillas podría haber seguido
publicando el Gran Fournier si los cañones no se hubieran encariñado con su
carne.
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