sábado, 21 de septiembre de 2013

Palabras y fotografías, Alexander Solschenitzin por Andrés G. Muglia Palabras y fotografías, Alexander Solschenitzin
por Andrés G. Muglia

"Los que sobrevivimos a los campos de concentración no somos verdaderos testigos. Esta es una idea incómoda que gradualmente me he visto obligado a aceptar al leer lo que han escrito otros supervivientes, incluido yo mismo, cuando releo mis escritos al cabo de algunos años. Nosotros, los supervivientes, no somos sólo una minoría pequeña sino también anómala. Formamos parte de aquellos que, gracias a la prevaricación, la habilidad o la suerte, no llegamos a tocar fondo. Quienes lo hicieron y vieron el rostro de la Gorgona, no regresaron, o regresaron sin palabras".
Primo Levi (escritor, Italia). (1)

Alexander Solschenitzin, escritor ruso de apellido imposible que fue premio Novel de literatura en el año 1970. Temeroso de no poder volver a su patria (de que no lo dejaran entrar), Solschenitzin demora hasta el año 1974 para buscar su galardón. Había sido preso político del régimen stalinista durante ocho años. Víctima, pero con voz, y la suerte justa para poder contar en sendos y desgarrados libros los abusos a los que fueron sometidos millones de seres humanos encarcelados y enviados a los campos de concentración del Archipielago Gulag; tal como bautizó lúcidamente a la red de prisiones a la que aplicaba un término topográfico.  

Solzhenitsin crece en medio de la revolución rusa, en 1925 es un niño fotografiado, inocente, con una escopeta de juguete en la mano.


Para 1938 la fotografía lo muestra con la mirada de un estudiante, idealista, esperanzada, puesta en el futuro; ya se insinúa el mentón adelantado y orgulloso.


En 1942 es un soldado, el rostro más delgado, marcado por los pocos años, la mirada firme y el mentón más aún.


En la foto de marzo de 1943 es el teniente Solschenitzin, comandante de la batería de reconocimiento sonoro, su rostro es duro, desafiante, aventurero; un hombre de acción, tal vez un violento.


La fotografía de junio de 1946 nos deja, sencillamente, sin palabras. Ensayemos una explicación.


En 1943, en plena guerra mundial, Solschenitzin participa de la batalla de Kursk, la mayor batalla de tanques de la historia; y que sería el último intento de Hitler por sostener el frente este. En febrero de 1945, en pleno avance del ejército rojo hacia Berlín, Solschenitzin es arrestado en Prusia, por supuesta conspiración contra el régimen. La conspiración consistía en una serie de cartas intercambiadas con un amigo de la infancia, también en el ejército, donde se atrevían a criticar al gobierno. Solschenitzin es condenado a ocho años de trabajos forzados, pena considerada como leve en la Rusia de la época.

La fotografía de junio de 1946 nos muestra a Solschenitzin después de diez y seis meses de estar en cautiverio. La imagen es la de un hombre al que le han quebrado el alma.

En ese período de tiempo, el joven Solschenitzin comprendió que en un instante la vida puede cambiar para siempre. Fue sometido a torturas y vejámenes. Jamás tuvo un juicio en el cabal sentido de la palabra. Se lo trasladó constantemente de un lugar a otro del "archipiélago" sin una explicación ni ninguna garantía. Allí conoció cientos de destinos como el suyo. Compartió con ellos las celdas, algunas en las que se hacinaban de tal modo que tenían que turnarse para dormir o dormir de pie. Viajó en los trenes para presos, hacia la basta Siberia, donde se sacaban de los vagones, en las sucesivas paradas, los cadáveres de los que no soportaban el viaje.

Todo eso retrata una simple foto. La foto de alguien derrotado por la vida. Temeroso. Perdido para el mundo y para sí mismo. Que ha conocido un feroz castigo sin sospecharlo, sin verlo venir, confiado tal vez en el aura que había grajeado como héroe de la batalla de Kursk.

Una fotografía más, en el destierro, en el año 1954. Casi tan elocuente como la anterior, el rostro atravesado de marcas de sufrimiento que ya no se borrarán. La mirada parece estar pidiendo auxilio. No importa que en el 2009 el primer ministro Putin lo recibiera con honores, las fotografías dan testimonio de alguien que bajó al infierno y que volvió para contarlo, pero que dejó parte de sí en ese viaje. Volvió después con imágenes, con sensaciones, con pesadillas recurrentes y miedos irracionales. Cosas que vivirán emboscadas y siempre latentes. Cosas que no podrán borrar los apretones de manos ni las palmadas en la espalda de los políticos.


(1) Citado en Hobsbawn, Eric: "Historia del Siglo XX", Crítica, Grijalbo Mondadori, Buenos Aires, 1999; pág. 11.

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