jueves, 30 de mayo de 2013

EL SUEÑO DE LOS HÉROES

Adolfo Bioy Casares
Biblioteca Esencial La Nación, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 2005.

 

Tiro al blanco

Este libro salió hace años en una colección del diario La Nación. Publicaban semanalmente un libro de Borges y uno de Bioy Casares, de forma alternada. Compré casi todos los de Borges e ignoré intencionada (y con un secreto orgullo) los de Bioy Casares. Ahora encontré este clásico en una mesa de saldos y lo compré como una suerte de resarcimiento póstumo a mi indiferencia del pasado.

El autor

Adolfo Bioy Casares nace en 1914. De familia acomodada, ensaya estudios universitarios en Derecho y luego en Filosofía y Letras. Estos quedaron truncos por su desilusión con el mundo académico. Luego de eso se retira a una estancia de su familia donde se dedica fundamentalmente a la lectura. A partir de los años ´30 forma parte del grupo de intelectuales que se reúnen en torno a la figura de Victoria Ocampo, quien funda la revista SUR, que será referente de la intelectualidad argentina e internacional. En este círculo Bioy Casares conoce a Jorge Luis Borges; a quien lo unirá una amistad de cincuenta y seis años, hasta la muerte de Borges en Ginebra.

La colaboración y el intercambio intelectual con Borges marcarán su carrera y su obra. En ocasiones sus admiradores se han dado a la tarea de defender su literatura y reivindicar su valía como escritor, en contra de esta suerte de eclipse que se da entre Bioy Casares y la figura rutilante de su amigo íntimo. El premio Cervantes, casi al final de su carrera, vino a confirma esta posición que, sin embargo, se resiente cuando uno encuentra que el universo literario de ambos escritores se entrecruza constantemente. Compartieron el gusto y muchas veces la escritura de literatura fantástica y policial; además de la erudición y el gusto por una suerte de sátira sobre estos mismo géneros.

En el terreno personal Bioy Casares se casó con Silvina Ocampo, otra personalidad que vivía a la sombra de una más arrolladora: la de su hermana Victoria. No obstante esto es conocido su perfil enamoradizo (por decirlo de algún modo) que lo llevó a tener numerosas historias paralelas a su matrimonio. Hechos que en el ámbito estrictamente literario no tiene la menor importancia, pero que incluyo aquí de modo caprichoso y a título de dar una pincelada de humanidad a tanto dato biográfico.  

El libro

Este análisis podría bien no haber existido, podría haberse extinguido simplemente ante la presencia de mi anterior artículo Borges y Bioy Casares en el Sueño de los Héroes; de publicación reciente. Sin embargo me quedaron algunas cosas en el tintero y me parecía justo (sino con ustedes conmigo mismo) exponerlas aquí.

El estilo. El sueño de los héroes es una novela corta, estructurada en múltiples capítulos de extensión breve. Esto le da un ritmo que impulsa al lector a ir de uno a otro sin agotar su atención ni caer en el aburrimiento. El estilo de Bioy Casares se compone de frases largas que a veces ocupan párrafos enteros. Un recurso reiterado, es la larga enumeración de objetos o detalles de un escenario o personaje; como instantáneas de partes o sinécdoques adicionadas en un método que recuerda al cubismo pictórico; que compone el todo con pequeños detalles. El autor se manifiesta en ocasiones, en una atareada omnipresencia, con frases como "esta historia que les cuento" etc. Así parece conocer la historia de principio a fin e insinúa que el sinuoso camino que Gauna, el protagonista, se ve impulsado a transitar se llama, a secas, destino.

El sueño... es en realidad una novela policial, pero sin un crimen que contar. En los rudimentos de la justicia se da el axioma: sin cadáver no hay crimen. De lo que se derivaría: sin crimen no hay novela policial. Sin embargo Bioy Casares se las arregla para disponer de los recursos del policial sin un crimen; aunque para ser justos si hay algo de policial: existe un misterio.

La trama surge de una situación sencilla que se resuelve al principio y en pocos capítulos. Emilio Gauna, joven ayudante de mecánico, gana dinero en las carreras de caballos. Resuelve, ya que se trata de dinero "dulce", gastárselo en noches de juergas con sus amigos del Club Platense y un tal Dr. Valerga, que se intuye aunque no se explicite, un antiguo guapo devenido en concejero de los calaveras en formación.

El nudo sucede en tres noches sucesivas del carnaval de 1927. Gauna despierta de esas noches en la casa de los cuidadores de botes en los lagos de Palermo. No recuerda casi nada (estuvo todo el tiempo borracho); salvo que conoció una "máscara" (una joven disfrazada y enmascarada) en el cabaret Armenonville, de la cual tal vez se enamoró. Cuando se reencuentra con sus amigos estos no le ayudan a recordar. Al contrario, parecen conspirados en ocultarle los hechos de esas noches, que Gauna recuerda vagamente como las mejores que ha vivido. La conspiración es ruda y pareja y lo desanima en su designio de rememorar lo que pasó.

Luego Gauna conoce a Clara, actriz en ciernes y la hija del Brujo Taboada, reputado adivino barrial, quien es su momento ha tenido unas misteriosas palabras con Gauna sobre su destino (que son un indicio, lo comprendí después). Se enamora de Clara sin quererlo y finalmente se casan. Antes de ello hay una suerte de engaño de parte de Clara que perpetuamente tortura los celos de Gauna, a quien el amor lo vuelve suave y le veda dar un portazo y abandonarla. Urde en cambio tortuosas venganzas para humillarla y dejarla, que nunca lleva a cabo.

Finalmente y luego de largo tiempo casado y alejado de sus amigos, la suerte de nuevo le sonríe en las carreras. Gauna resuelve reproducir la larga jornada del carnaval de 1927, junto a la misma compañía, con la esperanza de recordar lo olvidado y reencontrar a la máscara. A riesgo de perder el amor de Clara traza con la ayuda de Valerga y sus amigos el mismo camino pretérito. En su transcurso comienza a recordar los hechos sentidos como maravillosos en su  vago recuerdo y advierte que son escenas miserables y patéticas. El Dr. Valerga y sus amigos se revelan como personajes violentos, crueles, a veces cobardes o genuflexos. Gauna reconstruye con minuciosidad sus pasos de 1927 y por fin llegan al Armenonville. Allí, casi como continuación de esta suerte de magia que parece atravesar el relato, encuentra a la máscara; que es, como habrán podido ya adivinar los lectores, incluso con los pocos datos brindados en este resumen, la propia Clara.

Cuando dijimos que El sueño... era una novela policial sin crimen, era porque como en los relatos de misterio, Bioy Casares va dejando pistas que llevan al lector hasta la conclusión final. Y estas señales están dispuestas como en los textos de este género, para que el lector reconstruya una estructura donde han sido sugeridos subrepticiamente todos los hechos que se precipitan en el desenlace. Precisamente, el género policial es una suerte de juego establecido entre el escritor y el lector donde el primero desafía al segundo, en base a indicios (algunos concretos y otros falsos, para despistar) a reconstruir la historia y llegar a una conclusión final que por lo regular queda desmentida. Precisamente el juego es ocultar una segunda trama subyacente (que sólo el escritor es capaz de desentrañar) para sorprender al lector que ha sacado conclusiones erróneas. Todas las sospechas señalaban al amante de la señora asesinada, pero resulta que el culpable es el mayordomo.

Bioy Casares construye esa segunda trama, haciéndonos pensar que la historia fundamental es este desdoblamiento de Clara en los dos personajes que enamoran a Gauna. Esta parte de la historia se basa en el juego entre el impostor de identidad oculta y el personaje real. Para dar un ejemplo: Clark Kent y Superman, o Peter Parker y el hombre araña. Clark Kent quiere que Luisa Lane se enamore de él, sin embargo ella lo hace del inefable e ingrávido Superman. El problema que surge es que: Clark Kent sigue deseando que se enamore de Clark Kent y no de su alter ego; paradójicamente su enemigo es él mismo. Aquí ocurre exactamente igual. Clara se casa con Gauna, pero en realidad no lo tiene completamente, no es completamente suyo porque él sigue enamorado de la máscara (ella misma) desde que la conoció, borracho, tres años antes. Como siempre, al final de la obra, la heroína revela su identidad y la trama parece completarse.

Sin embargo la segunda trama subyacente, la que nos pasó desapercibida y que nos hizo subestimar al autor por la obviedad de los indicios que indican que Clara es la máscara (lo cual es un mero juego de espejos para distraernos); es la inesperada resolución del relato. Porque en realidad Clara había hecho irrupción en la escena de 1927 enviada por su padre, el Brujo Taboada, para desviar el destino de Gauna, el cual era morir esa noche bajo el cuchillo de Valerga. En 1927 Clara logra rescatarlo de su destino. Esa desazón, esa inquietud de Gauna durante esos tres años, sus dudas sobre si es cobarde o valiente, y hasta sueños y vagos recuerdos que lo mostraban peleando a cuchillo con Valerga; tiene relación con lo que el destino le tenía trazado y el rescate que Taboada hace a través de Clara.

Pero en la segunda ocasión Clara no lograr desarmar lo que estaba planeado. Gauna, sobre el último párrafo, se entrega a su muerte casi con felicidad, confirmando que era valiente, concretando con alivio su destino.

Conclusiones

El desenlace es absolutamente borgeano, y que pataleen los defensores de la originalidad de Bioy Casares. El agnosticismo de un destino insobornable, repite conceptos ya encontrados en cuentos como La lotería de Babilonia (el destino es un camello ciego); o más concretamente en La otra muerte y El milagro secreto. En La otra muerte el protagonista, tal como Gauna, logra torcer su destino y tener dos muertes, lo cual empuja a contradicciones en sus biógrafos. En El milagro secreto el personaje principal logra detener su muerte y congelar el tiempo (en pleno fusilamiento) para componer en su mente un texto perfecto, a cuya conclusión sobrevendrá el inevitable, pero postergado, disparo. En El sueño de los Héroes un factor externo (Taboada a través de Clara) posterga el destino de Gauna. Pero en esencia la historia es la misma.

Esto es quizás lo único que pueda reclamarse a esta novela. El libro está contado en el elegante estilo de Bioy, los personajes están bien plantados, como el escenario porteño en pleno carnaval. La lectura es rápida y placentera, con hallazgos pequeños y deliciosos, como golosinas de frases y reflexiones breves. Bioy Casares nos hace caer en la trampa de su policial que no es policial; la primera trama, la del amor y el desdoblamiento de Clara, es la menos importante; la del destino terrible y pospuesto de Gauna, una muerte en duelo y a lo guapo, es la que ha estado oculta y se revela, brillantemente, sobre el final.


miércoles, 22 de mayo de 2013

BORGES Y BIOY CASARES EN EL SUEÑO DE LOS HÉROES


Es extraño cómo se puede revelar la amistad entre dos escritores a través de su literatura. Pero por raro que parezca esto se verifica, sobre todo, en los textos de Bioy Casares. Motivó este apunte la lectura "en clave de comparación" de la novela de Adolfo Bioy Casares El sueño de los héroes. Es de todos conocida la larga amistad que éste mantuvo con Borges, con el que cenaba todos los días, y con quien escribió en colaboración bajo el seudónimo de Honorio Bustos Domecq. Esta amistad, que por despareja en el terreno de la edad (Bioy Casares era mucho más joven) uno se siente tentado a llamar paternidad, se trasluce en el terreno literario. Hay como resonancias de Borges en los textos de Bioy Casares. Una cierta arquitectura del fraseo, una elección de ciertos adjetivos que se entrevé compartida entre los dos escritores.

Sin embargo, el estilo de Bioy Casares es más vital, y por eso sus textos en comparación con los de Borges parecen más "desprolijos", como si fuesen borradores de una escritura que en un futuro y luego de correcciones y omisiones de los superficial y lo contingente pudiese convertirse en otra literatura, precisamente la de Borges.

Los dos comparten el gusto por la tragedia y por la valentía; o por la búsqueda de esa valentía por parte de sus personajes. Preocupación de muchos escritores del siglo XX (verbigracia Hemingway). Gauna, el personaje principal de El sueño de los héroes duda todo el tiempo sobre si es un valiente o un cobarde. Quizás ese tema, que no preocupa demasiado al hombre de hoy en día, fuera central en una época donde cualquier maestro, albañil o ciudadano común, pudiese convertirse en un instante en soldado u oficial en el frente europeo de la primera o la segunda guerra mundial.

Otro elemento que los dos explotan es cierto tono burlón, que sin llegar a ser humorístico se relaciona con una mirada irónica e inteligente (ironía e inteligencia se implican mutuamente) de la vida. Y ese tono aligera en muchos tramos de su literatura la tragedia o la angustia que viven los personajes tanto de Bioy Casares como de Borges.

Dicen que Silvina Ocampo, esposa de Bioy Casares, refería que cuando estaban juntos los dos autores se tornaban insoportables; precisamente porque se comportaban como adolescentes bromistas. Dicen también que la noche en que los dos escritores se conocieron en la famosa casa de Victoria Ocampo, fue tal la empatía que sintió el uno por el otro que pasaron toda la noche charlando entre ellos sin prestar atención a los demás. Lo cual motivó que Victoria se acercara y los espetara: "No sean mierdas y hablen con el invitado"; que por aquel entonces era, si mal no recuerdo, Graham Greene.

Pero, y a pesar de que la literatura de Bioy Casares se ha visto muchas veces en la desventajosa posición de describirse como una obra "a la sombra de" la de Borges, puede decirse a su favor que es más efectivo que su amigo a la hora de construir personajes veraces. Y aunque esto se ve viciado de valoración personal y de gusto, esa literatura de Borges estilísticamente perfecta, deslumbrante de erudición e inteligencia, se ve penalizada a la hora de dar carnadura a sus personajes. Estos son más que personas simuladas, elementos para una alegoría mayor, aquella que se desprende de todos o casi todos los textos de Borges. Dos guapos batiéndose a cuchillo en la madrugada de los arrabales porteños, Cruz poniéndose del lado de su perseguido Martín Fierro en otra madrugada campera, no son más que elementos de una trama superior, de un ensamble literario parecido a la perfección, que los implica. Quizás en ese sentido no pueda hacerse más por ellos, si se profundizara en sus personalidades se perdería el tono general de lo que Borges buscaba: hablar de los grandes temas de la existencia y la filosofía a través de la literatura. En este sentido Bioy Casares parece más "libre" para construir sus personajes, para darle veracidad de existencia, de probabilidad; para apuntalarlos de detalles y hacerlos creíbles al lector. Gauna, el Dr. Valerga, son personajes ficticios que pueden haber deambulado por la noche de los carnavales de 1927. Es verosímil su existencia, y en el caso de Gauna su angustia.

"Gauna vio un dormitorio, con una cama de nogal enchapado, con una colcha celeste y una muñeca negra de celuloide, con un ropero, de igual madera que la cama, en cuyo espejo se repetía la muñeca y la colcha…". La enumeración, algo farragosa, es de Bioy Casares; pero la inclusión del espejo y su esperado funcionamiento que hace innecesaria la frase "en cuyo espejo se repetía la muñeca y la colcha" son de inconfundible cuño borgeano.  Con eso no estamos diciendo necesariamente que todos los espejos, los laberintos y los minotauros incluidos en la literatura universal sean un plagio a Borges. Pero en el caso de Bioy Casares, tan cercano a Borges y su literatura, que en la descripción de un cuarto haya incluido un espejo como elemento inquietante, que activa esa descripción llana y objetiva de un escenario dándole otra dimensión; sugiere una influencia, un homenaje, o un mero horizonte de elementos compartidos.

Bioy Casares sí emprende una aventura a la que Borges nunca se asomó. La novela. El sueño de los héroes es una novela corta, aunque también puede tomarse por un cuento largo; tal como la Invención de Morel. Es evidente que la arquitectura de El sueño… no puede desarrollarse en un espacio breve como el de un cuento, necesita el aire de una novela corta, pero naufragaría en una de largo aliento. Casares escribe, sino con concisión, porque su escritura es de frases largas y se atarea muchas veces en consideraciones y descripciones que no hacen a la esencia de lo narrado (aunque  tienen un encanto inconfundible y configuran una parte interesante de su estilo); sí se constriñe en redactar capítulos cortos; a veces de una única página. El sueño… es en tal sentido una novela absolutamente contemporánea, que mantiene la atención con este ritmo rápido de los capítulos que se suceden, muchas veces cambiando repentinamente el escenario para dar una pincelada especifica sobre tal o cual sensación del protagonista en un momento determinado. Por ejemplo la descripción de un estado de ánimo (el desgano, el cansancio de Gauna tras tres noches de juerga) impulsa al autor a escribir todo el breve capítulo sobre la jornada de Gauna en su trabajo como mecánico. Eso obliga a Bioy Casares a crear un escenario verídico, incluir otros personajes difusos (los compañeros de trabajo) y uno más enfocado (el jefe del taller); y una escena que se desenvuelve en ese escenario; todo con el único objetivo de concluir en la frase: "Quería irse a casa a dormir". Donde se manifiesta esta suerte de spleen en el que se sumerge Gauna luego de su aventura y eje de la trama (reventarse mil pesos ganados en el hipódromo en sendas noches de farra compartidas con amigos).

Si bien el riguroso estilo de Borges no hubiese consentido personajes con nombres como el Brujo Taboada o Gomina Maidana, que desarrollan sus destinos ficticios en el El sueño…, y cuyos apodos, por risibles, más se acercan a personajes que pudo haber imaginado Alejandro Dolina (otro gran deudor de Borges); ni tampoco ciertas libertades que se toma Bioy Casares que a veces emparentan el texto con lo coloquial; sí se encuentran, como perlas engarzadas en un tejido basto, estas pequeñas joyas con destellos borgeanos (pido perdón por la recargada metáfora). "Tuvo un secreto placer en contrariarse"; "Antúnez estaba muy nervioso, muy alagado, muy asustado"; "Se encontró, desde luego, muy solo". Es difícil precisar qué parte de esas frases suena a Borges, el estilo de un autor es una suma de cosas definidas que se tornan difusas en el conjunto. Armonizando con otros elementos extra borgeanos, encontramos estas pequeñas obritas de arte, como figuritas adorables danzando en un paisaje laboriosamente elaborado para que ellas se destaquen.

Puede parecer antipático juzgar a una autor a la luz de sus influencias. Sin embargo, Borges mismo vivió refiriendo las propias, y sus recomendaciones y simpatías literarias son un buen camino para introducirse en el mundo de la literatura; si bien el mapa que Borges ofrece tiene mucho de anglosajón.

La controvertida María Kodama tuvo el exceso de describir a Bioy Casares como el "Salieri de Borges". Borges por su lado, comentó en algún momento en una entrevista que, al inicio de su amistad de cincuenta y seis años con Bioy Casares, Bioy era el maestro. Ni una cosa ni la otra; Kodama pecó por atrevida (y SADE la condenó en un acto de desagravio), y Borges elaboró seguramente una broma parecida a la humildad que lo ponía a él por debajo de su amigo. ¿Podemos pensar en una impostura tal que pusiera a Borges como secreto Salieri de Bioy Casares?

Una vez Mick Jagger refirió: "Uno se encuentra con David Bowie y él nos elogia nuestros zapatos nuevos. Tanto le gustan que va y se compra los mismos. Por algún motivo, todos creen después que él fue el primero que los compró". ¿Podrá suceder lo mismo entre Borges y Bioy Casares? ¿Confundimos quién fue maestro de quién? Lo dudo, pero si fuera cierto, sería uno de los últimos y más perfectos chistes de dos brillantes bromistas.

miércoles, 24 de abril de 2013

De cómo adquirir conocimientos


¿Qué es aquello que llaman experiencia, o conocimiento? ¿Es este sedimento de lecturas semiolvidadas que anidamos? ¿Es esta incongruente suma de fragmentos que se pegan a la memoria por quien sabe qué mágicas empatías? ¿Es, en fin, una acumulación lenta, inconciente, sin un objetivo, que vegeta allí adentro de nuestra cabeza y de vez en cuando se asocia con una idea y le da otro color al pensamiento? La melancolía o los minutos perdidos en salas de esperas atestadas, nos hacen (como decía Yupanqui) mirar para adentro y entonces, en este examen desganado, uno se da cuenta de que no es el mismo de hace veinte años. Y no me refiero a las esperanzas y los sueños, ni al cuerpo que se empieza a sentir, sino a aquello que hemos ido aprendiendo a lo largo de las lecturas.

En el caso de este que escribe ese aprendizaje no estuvo acompañado por una enseñanza formal. Mi acceso a todos los barrios de la literatura es la de aquel curioso ensoñado que se asoma a todo balcón creyendo que quizás, más allá, todos los paisajes son bellos como la bahía de Nápoles. Ningún profesor ni catedrático me ha dictado (de dictar, de dictador) lo que era conveniente que leyera. Paralelas a las lecturas obligadas por mis estudios formales, una comunidad heterogénea y vociferante de artistas, poetas, novelistas, historiadores, sociólogos, filósofos, y por supuesto, escritores de tercer y cuarto orden, pululan en la memoria.

En este sentido sólo me he impuesto dos reglas a la hora de seleccionar lo que leo. No marginar ningún tema por ajeno que parezca a mis intereses, y no perder la curiosidad. Hasta ahora esas dos reglas sencillas me han dado buenos resultados. Es raro que algún texto bien escrito me aburra (cualquiera sea el tema que aborde); y es raro que cualquier tema, repito, si está bien escrito, no me interese. Desde luego, ciertos libros especializados y técnicos están fuera del alcance de mi comprensión y por tanto no me aventuro en ellos. Pero aquellos libros de divulgación, aquellos primeros peldaños para entrar en un tema (el átomo, el pingüino emperador o el croché a una aguja) son de mis lecturas favoritas porque los nuevos universos -siempre- son los más atractivos.

Pero, contrariamente a lo que puede suponerse, este sedimento, esta acumulación, no es una bolsa de gatos; un hojaldre sin concierto de conocimientos apilados sin ton ni son. Mi razón o mi sentimiento, con personalísimo afán, clasifica, ordena, tabica todos esos saberes dispersos. Y aunque esos tabiques son bajitos, lo suficiente como para poder saltar de un campo a otro (gracias Bordieu) y que esos saberes se comuniquen y dialoguen entre sí, no quiere decir que no existan. Sin embargo, como ya dije, no he echado mano de ninguna educación formal para esa clasificación, simplemente mi (¿cabeza, mente, memoria?) los dispone de un cierto modo cuya intimidad y génesis ignoro, para que en cualquier conversación yo eche mano de ellos que estupefactos y desubicados se ven impelidos fuera de mi boca, para aterrizar sobre el mantel de un asado, la sala de espera del dentista o el grosero contexto de un colectivo.  Así, me he sorprendido hablando de física cuántica en la cola del supermercado (lo juro), o de relojería con el oculista.

Fácilmente advertirá el interlocutor especializado que mi conocimiento sobre la mayoría de las ciencias y praxis es estrictamente superficial. No obstante eso puedo sostener el engaño, a veces, por períodos de tiempo considerables, sobre todo dejando hablar al otro.  En ese momento es que, como advertido de una trampa no demasiado sutil, pero en la que el interlocutor ha caído por el entusiasmo de hablar del tema que le interesa, hago mi jugada preferida: vampirizar sus conocimientos. Me convierto así en un preguntón inquisidor y detallista, al borde de lo insoportable. Someto al especialista a un interrogatorio entre periodístico y policiaco hasta dejarlo vacío. Lo más curioso de todo: el interlocutor a pesar de agotado se irá feliz. Ha tenido la oportunidad de hablar de lo que le interesa con alguien que se interesa. No como su esposa y parientes a quien tiene hartos con referencias a un tema que ya ha advertido ellos le toleran con paciencia y por cariño.

Cualquier agrimensor, abogado, zapatero o médico especialista promedio, porta un corpus de conocimientos adquiridos en largos años de estudio y práctica. Aunque parezca sorprendente, buena parte de ellos se pueden condensar en una conversación de sobremesa; ni que hablar de si hay asado y vino de por medio.

Cuando este señor suba al auto que dejó al sol en la tarde del domingo, pletórico porque ha comido bien y ha tenido una charla que disfrutó (aunque fue más parecida a un monólogo), le dirá a su señora esposa:

- Che, que simpático el gordito este… el cuñado de fulano.
- ¿Te parece? Yo le veía cara de boludo - responderá ella con gesto ausente.

El agrimensor pondrá primera y arrancará con un encogimiento de hombros, quizás ignorando que le he robado algo (¿conocimiento, experiencia, saber?); y ese algo caerá, impávido y manso entre tabiques ya preparados. Sentirá la nebulosa sensación de estar acompañado. Una mano peluda se abrirá paso por encima de una de las finas divisiones, escuchará una voz:

- Bienvenido, soy el reglamento de rugby.

jueves, 4 de abril de 2013

BUENOS AIRES VIDA COTIDIANA Y ALIENACION

Juan José Sebreli
Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965.

 

Tiro al blanco

Este libro me llego como un regalo. Un vecino, que se enteró de mi afición por los libros, me obsequió varias cajas llenas. El mejor presente que le pueden hacer a un biblioadicto como yo. Entre ellos (desde luego todos no eran de mi gusto) encontré este conocido ensayo.

El autor

Sociólogo, filósofo, periodista; Juan José Sebreli cuenta con la virtud o el defecto de ser todavía un autor vivo y polémico. Polémico porque no es un pensador que se mantenga al margen de los acontecimientos políticos, sino que se implica en ellos, con su verbo pero también con sus escritos como periodista y en este caso, como ensayista. En estos momentos (momentos que en realidad no interesan porque en pocos años esta misma información será irrelevante) algunos lo sindican como cercano a la corpo (léase Clarín) y opuesto al kirchnerismo. He visto entrevistas que en 2004 lo revelan cercano al López Murphi, Carrió, Bullrich. También lo he escuchado y leído reivindicándose como social demócrata (a la manera de Felipe González), tendencia política que en Argentina lo exime de acción alguna porque es un partido que no existe. Criticado, amado u odiado; a Sebreli parece no importarle, o quizás lo disfrute.

En fin, de algún modo la contingencia de lo político, que lo inserta en estos momentos en uno u otro lugar de un escenario que él mismo no se cansa de comentar; pierde relevancia a la luz de la obra. Cuando Sebreli desaparezca finalmente, su ideología importará en tanto se entremezcle en sus ensayos, pero poco interesará establecer a quién apoyaba políticamente (los nombres de los políticos se olvidan más rápido que cualquier otra cosa), si era protagonista o comparsa. La obra de cualquier escritor trasciende su contingencia, sus amistades o simpatías políticas y en última instancia su época. Borges o Lugones han tenido expresiones y actitudes políticas que hoy resultan criticables por reaccionarias. En sentido inverso (en términos ideológicos) también podemos encontrar multitud de ejemplos: Alberti, Vallejo (más mediatizados por lo simbólico), o Maiakovski. Sin embargo conocer la posición política de un autor o un artista no sirve más que para indicarnos desde dónde nos está hablando, para no sorprenderse con ciertos juicios de valor que puedan emerger dentro de su obra. La calidad de ésta no tiene que ver con eso. Si esto no fuera así sería imposible disfrutar a Wagner o a Heidegger.

Lo que sí importa de la ideología de Sebreli, será la parte de ella que se incluya en su obra como herramienta de desarrollo. En este sentido Sebreli se reivindica, en términos llamémosle "procedimentales", como hegeliano-marxista. Esta aclaración resulta casi redundante cuando vemos que la división de los capítulos que componen Buenos Aires vida cotidiana y alienación responde exactamente a una división de clases al modo marxista.

La obra

Buenos Aires vida cotidiana y alienación, será el libro que en los ´60 lleve a la fama a Sebreli. Lo cierto es que por aquella época (Sebreli mismo lo aclara en alguna entrevista) la sociología no estaba muy difundida en Argentina (el autor pertenece a la primer promoción egresada de la UBA), y este libro, que trata puntualmente de Buenos Aires como ciudad y como escenario de la lucha de clases, tenía que llevar para la época un indudable impacto de novedad. Ayuda en este caso además, que Sebreli escribe bien y transforma lo que podría ser un paper académico dirigido a un puñado de iniciados, en una obra accesible al lector que no tenga idea de qué va lo sociología. Para eso Sebreli echa mano de un estilo cercano muchas veces a una expresión más adecuada a otros géneros, como la novela (una de sus fuentes favoritas) o la poesía. Por otro lado, y en eso hace equilibrio a veces en una frontera que parece extraña a un estudio que si bien no se reivindica científico, bien podría pretenderse académico, los permanentes juicios de valor lo alejan de un mirada objetiva de lo que se empeña en describir.

Esto es bastante patente en el caso del largo capítulo dedicado a la pequeña burguesía y a su protagonista el pequeñoburgués. Sebreli se dedica a destrozar esta "clase" describiéndola como una especie de membrana que se adapta a una oligarquía que admira e intenta imitar, y a un proletariado que desprecia. En esta crítica despiadada a la clase media llega a límites que ponen en duda todo el discurso del autor, como cuando describe al pequeñoburgués como un consuetudinario onanista, basándose en el famoso informe del sexólogo norteamericano Alfred Kinsey (hay una linda película: "Kinsey", sobre su vida) que no se cómo Sebreli extrapola tan ligeramente a nuestra propia realidad. Es evidente que el contexto de la época (principios de los ´60, revolución sexual en puerta, etc.) y la propia ideología del autor, hacen del pequeñoburgués un blanco fácil sobre el cual disparar.

Paradójicamente, lo interesante o mejor, lo picante del ensayo, es precisamente cuando desbarranca su objetividad para usar una ligera pero persistente ironía en la descripción de las realidades que estudia. Así la lupa que pone sobre la realidad o mejor, la realidad que construye (valga la contradicción) en torno a cada clase, tendrá que filtrarse (el lector la tendrá que filtrar) para que la distorsión de esa lente (el juicio de valor del autor): permanente, documentado, a veces convincente; no se nos imponga como verdad. Si se lee en esa clave, el ensayo se disfruta, como precisamente lo que es: una descripción crítica de una sociedad en la que indaga los orígenes que la llevaron a lo que es; utilizando como fuentes no tanto otros estudios sociológicos (pocos había en la época) como fuentes literarias: novelas, poesías; cinematográficas y hasta radiales; además de las históricas.

Lo que más me gustó: el capítulo sobre la oligarquía: un compendio de lo que uno puede encontrar en otras fuentes (por qué la oligarquía se mudo al norte, etc.) más otros datos jugosos; y el capítulo referido al universo lumpen, que describe la evolución de los bajos fondos desde la época del malevaje, aquella misma que cuenta con azorada admiración Borges; hasta el mundo de las villas miserias, surgidas de la emigración interna. Hay dos páginas que se meten con Gardel, ejemplo del lumpen devenido en personaje que se codea con la oligarquía; que prefigura otro estudio más extenso de Sebreli del año 2008: Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos.

Conclusiones

Una mirada sobre Buenos Aires, su historia y su composición social, hasta los ´60. Un trabajo de fuentes tomadas en sentido amplio, como que la novelesca se convierte muchas veces en la principal. Poca estadística, Sebreli advierte al principio que la escuela norteamericana de sociología no es su favorita; y mucho, pero mucho, juicio de valor; a veces, hasta el prejuicio. De ese coctel surge Buenos Aires vida cotidiana y alienación. Interesante, suelto, agradable y rápido de leer. Evidentemente polémico (aún hoy), como el propio autor; y, a veces, veraz. Hasta ocasionalmente se descubre uno mismo o alguien a quien uno conoció, quizás un escenario, inserto entre sus líneas.

miércoles, 27 de marzo de 2013

CHERRY. ASPLEY CHERRY-GARRAD: VIDA DE UN EXPLORADOR.
Sara Wheeler
RBA Libros S.A., para National Geographic, Barcelona, 2004


 

Tiro al blanco

Comprado en mesa de ofertas en la cadena de librerías El Aleph. De algún modo este libro inauguró un interés nuevo por un tema que me fascina, que es bastante amplio y se relaciona con todo lo que tenga que ver con la Antártida y la historia de su exploración. De esta misma colección tengo un libro sobre los viajes de James Cook (bastante flojito), y comprados en la misma mesa de ofertas, un viaje contemporáneo de una periodista a la Antártida (más o menos), y una joya escrita por un capitán ruso que se perdió en el Ártico y anduvo boyando sobre el hielo no se cuántos meses. Ya me ocuparé de este último en próximas reseñas.

La autora

Wheeler es una autora contemporánea, nacida en Bristol, Inglaterra, en 1961. Estudió lenguajes clásicos y modernos en Oxford. Su obra más conocida Terra Incognita es el fruto de su viaje y estadía por seis meses en la Antártida. Evidentemente interesada en la vida en las zonas más frías de nuestro planeta escribió, luego de una extenso periplo por Rusia, Alaska y Groenlandia: The Magnetic North: Travels in the Arctic.

El libro

Este libro, comprado por puro pálpito porque me gustó la cubierta y al hojearlo intuí interesante el tema, es la biografía (sorprendentemente la primera y única) de Apsley Cherry-Garrard; uno de los exploradores británicos que junto al capitán Robert Falcon Scott, partieron hacia la Antártida en el año 1910 con la intensión de ser los primeros en plantar bandera en el polo sur magnético.

El interés que reviste la vida de Cherry lo da el hecho de que fue el autor de El peor viaje del mundo, libro que relata lo acontecido en aquel trágico viaje en el que Scott y otros cuatro compañeros de expedición perdieron la vida. Fueron muchos los que escribieron su versión de los hechos, pero fue el libro de Cherry el que trascendería las generaciones como el mejor sobre la exploración antártica que se ha escrito. Los críticos no varían demasiado en su opinión en este sentido.

Lo más interesante sin embargo, y lo que impulsa la biografía de este explorador devenido en escritor, es el hecho que la suya no es ni de cerca una figura corriente dentro de su grupo de exploración, ni de ninguno de los que más tarde o más temprano desafiaron los rigores del país antártico. Ni militar, ni marino, ni científico; Cherry era en realidad un joven hacendado de veinticuatro años, en boca de sus compañeros de excursión "un millonario y un caballero". Su hacienda de Lamer contaba con más de cinco mil hectáreas, y tenía muchas propiedades más que le permitieron vivir cómodamente de rentas de principio a fin de su vida.

El joven Apsley, miope, retraído y sin saber bien que hacer para entretenerse en su vida de niño rico con tristeza, conocería en la casa de su primo a Bill Wilson, mano derecha de Scott en sus dos viajes a la Antártida. Wilson era zoólogo, ilustrador y hombre religioso apreciado por todos los que lo conocían (Wheeler lo pinta como una especie de santo). El joven Apsley le cayó bien y su deseo de ir en la expedición hizo que Wilson lo propusiera a Scott como "ayudante adaptable". Hubo idas y vueltas. Primero se le pidió a Apsley que aportase 1.000 libras y luego que aún así no había lugar para él; sin embargo Cherry dejó hecho el depósito aún sin posibilidad de ir a la Antártida, como apoyo al proyecto. El gesto impresionó al capitán, que reconsideró su decisión y finalmente lo llevó con él. No se equivocaba Scott, Cherry resultó ser uno de los hombres más valiosos del grupo.

En rigor la parte más interesante de la biografía de Wheeler es un resumen apretado de El peor viaje del mundo. Básicamente el primer año de la expedición fue para Cherry el mejor de su vida, a pesar de la dureza de las condiciones en la Antártida, y de ser uno de los tres miembros que realizaron una exploración de invierno a las colonias de pingüinos que casi les cuesta la vida (estaban a -60 grados y se les voló la carpa). El segundo año fue el peor. En ese ínterin el grupo de cinco hombres que se dirigió al polo (al principio serían cuatro pero Scott decidiría la incorporación de uno más a último momento) murió al regresar.

Aquí es donde explota definitivamente la vida de Cherry-Garrad para nunca más recomponerse. A lo largo del camino al polo los exploradores habían dejado depósitos de reabastecimiento de los que dependía su vida. El viaje era en realidad una sucesión de rectas entre depósito y depósito. Sobre la que sería la fecha del final del viaje del grupo polar, Cherry tenía órdenes de ir hasta el depósito más importante llamado de una tonelada por la cantidad de alimentos allí reservados, y esperar allí con perros de tiro a que llegaran los exploradores. Los perros eran vitales y no debía arriesgarlos por nada del mundo. Sin embargo la desorganización de la expedición le había hecho una broma pesada a Cherry: habían olvidado dejar en el depósito comida para los perros. Para colmo una vez allí, el compañero destinado a ayudar a Cherry enfermó gravemente y lo puso a éste en la encrucijada de, o salvarle la vida volviendo con él a la cabaña principal, o esperar allí al grupo polar poniendo en serio riesgo la vida del otro. La otra opción, dejar a su compañero y dirigirse hacia el sur en busca de los exploradores (para acelerar su retorno con los perros) no era posible porque no tenía comida para los animales. Podría haber avanzado de todos modos, matando algunos de los perros para dar de comer a los otros, pero tenía estricta orden de cuidarlos. Finalmente Cherry decidió volver a la cabaña y salvar a su compañero. De todos modos según sus cálculos los hombres del grupo polar no estaban retrasados y presumiblemente no habría peligro para ellos una vez que llegaran al depósito de una tonelada.

A veinte kilómetros al sur del depósito, Scott, Wilson y Bowers; supervivientes del grupo original, morían por congelamiento e inanición dentro de su carpa. El resto de su vida Cherry se estuvo preguntado si había hecho todo lo posible, si su decisión no había matado a su capitán y a sus dos mejores amigos.

A los veintiséis años Cherry volvió a Inglaterra como un veterano explorador antártico. Según sus cálculos había sido el miembro del grupo con más millas hechas en trineo (esto quería decir tirando de uno). Por otro lado paso también a ser parte de la leyenda de la muerte de Scott, que fue usada por el imperio como parábola de la fuerza y la determinación de la raza británica (a pesar de que Amundsen, un explorador noruego, había llegado al polo un mes antes que él). Durante un tiempo Cherry fue atacado por opinólogos de toda laya, intencionados y mal informados, que le echaban la culpa de la suerte de sus compañeros. Esto fue durísimo para él.


El resto de la biografía de Wheller reseña la posterior vida de Cherry. Su amistad con su vecino de Lamer, George Bernard Shaw (único escritor en la historia que recibió el Novel de literatura y el Oscar), que lo ayudó a redactar El peor viaje de mundo, que fue un éxito de ventas desde el primer momento. A través de esa escritura, Cherry evidentemente morigeró una obsesión que lo perseguiría de por vida y que sería quizás la causante de sus brotes psicóticos durante la década del cuarenta, y de posteriores ataques de depresión que lo dejaban por meses postrado en cama. Ángela, una joven de veintidós años a quien desposó cuando él contaba los cincuenta y tres, fue a su vez esposa, confidente y enfermera. Su hipocondría, su desconfianza hacia todo y todos, su desconcierto de hacendado agrícola que veía como Inglaterra se dirigía hacia un futuro que no comprendía (el imperio se terminaba, la oligarquía latifundista con él y Cherry con ella), más sus constantes recaídas en sus enfermedades reales o imaginarias, no hicieron más que profundizar su mirada hacia el pasado; aquellos dos años que lo obsesionaban. Todavía en sus últimos días seguía haciendo anotaciones y comentarios en las márgenes de sus diarios antárticos, como buscando una respuesta que lo dejara descansar y que nunca encontraría.

Conclusiones

Un libro muy interesante, bien documentado. Lo mejor es la parte del viaje a la Antártida, pero también lo es la descripción de la disgregación del imperio, el quiebre posterior a la primera guerra de la imagen de la Inglaterra victoriana. La última parte es un poco pesada, porque Cherry es en realidad un personaje oscuro y denso, atravesado por una experiencia durísima de la que no se puede alejar en toda su vida. Revisando constantemente el pasado y a pesar de tenerlo todo (riqueza -hacía dos cruceros al año-, una mujer joven que lo cuidaba y lo amaba, fama como explorador y después como escritor) torturado hasta el final por la duda de si podría haber hecho algo más para salvar a sus compañeros exploradores.
 

viernes, 22 de marzo de 2013

Artículo: Querido Robinson, 

o de cómo un libro anticipó la ideología de un imperio

por Andrés G. Muglia

publicado en Revista CRANN Nº 28, diciembre de 2007.


Hace poco tiempo he publicado en esta misma revista un artículo acerca de cómo en las obras de arte se filtran datos: sociales, culturales, económicos, de la época en que fue realizada esa obra; lo que Erwin Panofsky trata de indagar en el paso iconológico del análisis de una obra. En este sentido no solamente las obras visuales nos revelan esos contenidos solapados. La literatura, quizás más directamente que las artes plásticas, nos habla de las creencias, los prejuicios y la ideología de un cierto tiempo; quizás incluso, puede llegar a anticipar una ideología que vertebró a una época siguiente a la suya, como en el caso del libro que nos disponemos, amorosamente, a analizar. Mirar detrás de lo evidente, un consejo que, no exentos de cierta jactancia, reincidimos en recomendar.

Existe este libro: “Las aventuras de Robinson Crusoe”, “recreado” por el escritor inglés Daniel Defoe en el año1719. Cuando decimos recreada nos referimos al hecho de que Defoe se basa en una historia real, la del marinero Alexander Selkirk, que presumiblemente habría llegado hasta Defoe a través de un texto de Woodes Roger, el cual da noticias de la suerte de Selkirk cuando naufragó frente a las costas de la isla de Juan Fernández. Robinson Crusoe, o mejor "La vida y aventuras sorprendentes de Robinson Crusoe de York, marinero, ... escrito por él mismo”, como en realidad se llamó el libro,  se cristalizó desde aquel lejano siglo XVIII como una obra inmortal, referente de un género que acogió a toda una serie de prolongaciones y consecuencias del Robinson (algunas incluso de Defoe), que nunca llegaron a tener la fuerza y el misterio que generó la obra original. Ni el mismo Defoe, quien escribió más de 250 obras, ha trascendido a la posteridad si no es por este escrito.

No debe pensarse tampoco que el Robinson de Defoe fue, como el Quijote, una obra fundacional, el inicio de una escuela o un género; había ya antecedentes de historias similares: las aventuras de Pedro Serrano referidas por el inca Garcilazo de la Vega, Simbad el marino y Ulises atraviesan algunos episodios similares. Pero de algún modo Robinson Crusoe cristaliza una historia que interesa a todas las generaciones. Esta historia que, como diría Borges, no es del todo inocente de simbolismo, sino que por el contrario discurre permanentemente entre lo moral y lo didáctico, muestra, como todos lo sabemos, las evoluciones de un hombre que es calificado de disoluto y libertino en los primeros párrafos del libro y que luego de un naufragio queda solo en una isla desierta.

Su suerte, los recursos que utiliza para sobrevivir, su amistad con un nativo que Defoe se vio obligado a admitir dentro de la trama quizás pensando que renovaría el interés del lector, pero que disuelve lamentablemente esta oscura y rica soledad que es en realidad el motivo central del libro y que Defoe desarrolla tan brillantemente al principio de la trama; han llegado hasta nosotros a través de los siglos sin disminución de su energía original. Sin embargo, las conductas de Robinson con las que creemos identificarnos desde el principio de la obra y que nos parecen en algún punto previsibles, no lo son tanto. Crusoe actúa de determinada forma frente a estímulos que quizás podrían causar el efecto contrario. Incluso muchas de sus decisiones o sus reacciones son, si las analizamos detenidamente, antinaturales e ilógicas hasta lo desaforado. No está exento de influjos Defoe cuando escribe su obra, eso es muy claro. La Ilustración naciente, cierta nueva fascinación por la naturaleza, cierta confianza en el trabajo y el progreso que el hombre pueda provocar con él, y sobre todo cierto misticismo cristiano y puritano muy británicos, se entrelazan durante toda la obra con el destino de Crusoe. Esto sin duda influye en su historia, y la fuerza en ocasiones por caminos muy lejanos a la conducta “natural” de un hombre en la más absoluta soledad.

Defoe compuso sin crítica que la pueda mancillar una obra inmortal, y a su modo perfecta. Decimos a su modo porque su objetivo edificante, esperanzador, aleccionador de la fe cristiana, de la perseverancia y de la fe en el ingenio del hombre y su fuerza; parece haberse cumplido tal como Defoe lo pensó. Si cotejamos éste escrito con otros del mismo autor, descubriremos que en esas otras publicaciones Defoe fue mucho más directo en su acento de la fe cristiana, puritano él mismo; en tanto que en Robinson Crusoe su procedimiento es mucho más elíptico y oculto, aunque no secreto. La fascinante historia de Robinson fue por tanto vehículo de otras ideas más densas y menos inocentes que lo que el propio relato denota.

Decíamos que a su modo (pensando en los objetivos de Defoe) la historia de Crusoe es perfecta, pero también completamente falsa, ya que Defoe modifica muchos de los datos originales del destino del desventurado (o afortunado, según como se lo mire) Selkirk. El más importante es el factor temporal, mientras que Selkirk estuvo en la isla aislado durante cuatro años, Robinson Crusoe permanece en la suya durante veintiocho. En ese largo transcurso Robinson, que pese a los constantes reveses de su vida no había tenido antes un verdadero acercamiento a Dios, va viendo en su desgracia la constante intervención de la providencia; eso, sumado a la lectura detallada de una de las Biblias que habían sobrevivido los rigores del naufragio, lo persuade de aceptar su suerte y de encomendarse a su creador. En esta clave la suerte de Crusoe está entendida como un castigo a su anterior vida, donde ignoró los consejos paternos y se dejó llevar por un destino pródigo en aventuras y desarreglos. De allí también lo extendido del tiempo que permanece solo en su isla, pues cuatro años no habría sido suficiente (evidentemente esto juzgó Defoe) para una completa conversión del pecador.

La visión cristiana, anglicana y puritana de Defoe claramente atraviesa el libro, que no desprecia las críticas a la iglesia romana y sus sacerdotes, a quienes el autor compara con los farsantes chamanes de la primitiva religión de su siervo Viernes, que según descripción del "salvaje" mantienen su religión secreta. Defoe sostiene que la iglesia apostólica romana emplea un método análogo (recordemos que en esa época la misa era pronunciada en latín) para provocar la admiración del pueblo ignorante por el clero. Asimismo en otros comentarios muestra su horror por la institución española de la inquisición.

De tal modo entonces, el mensaje religioso y moral vertebra tan eficazmente la novela, que Crusoe se ve impelido por la ideología del autor a verificar ciertas conductas absolutamente contrarias a las que podría suponer el lector en un ser aislado en la más completa soledad y que había llevado hasta ese momento una vida lejana a la visión cristiana del camino de la fe. Robinson no está desnudo en todo el transcurso del libro ni por un momento. A pesar de ser descrita la isla en pleno mar Caribe, cercana a la desembocadura del río Orinoco, y castigada por calores intensos durante la mayor parte del año, a Crusoe jamás se le ocurre desplazarse desnudo por la isla, ni tan siquiera cuando nada mar adentro en busca de los desperdicios del naufragio. Robinson había recorrido en una aventura previa las costas africanas cercanas a Cabo Verde, había comprobado que los miembros de las tribus que habitaban estas costas acostumbraban a ir completamente desnudos, sin duda por el intenso calor. No obstante esto el náufrago no parece tomar nota de este hecho en los largos veintiocho años que transcurre en la isla. Incluso cuando la ropa rescatada del pecio se termina por destrozar a causa del uso prolongado, se cose una especie de traje de ¡pieles de animales!, con la excusa de protegerse del sol. Cuesta imaginarse la ocurrencia de ponerse un tapado de piel en las playas caribeñas durante una temporada de verano recia de sol ; pero Crusoe lo hace con la mayor naturalidad, sin atreverse quizás a mostrar su carne trémula al único testigo que lo observa: Dios, o tal vez el lector.

Hace unos años leí con una sonrisa el aviso de una obra teatral intitulada "Vida sexual de Robinso Crusoe"; ignoro cabalmente el contenido de la obra, sin embargo el título señala otra omisión en el escrito de Defoe. Efectivamente, en toda su estadía Crusoe no siente la menor inquietud de sus instintos, el menor atisbo de sexualidad, la más mínima añoranza del bello sexo ni tan siquiera en los términos que la época podría permitirle. Robinson es desde el primer momento un asceta, aún mucho antes de adentrase en los conocimientos de la Biblia; lo que no llegaría sino años después de su arribo a la isla. Defoe, movido por su religiosidad que obtura los bajos instintos del protagonista, no se permite la menor referencia anterior o posterior del naufragio a cualquier tipo de intercambio de Robinson con mujer alguna. Cualquiera podría suponer que en vista de la descarnada descripción que hace el autor y que sindica a Crusoe como un pecador, éste hubiese optado de la forma más natural por otro tipo de decisiones de las que Defoe lo obliga a tomar. Podemos ensayar algunas hipótesis al respecto.

En primer lugar y como cualquier otro hombre guiado por el "buen juicio" habría optado por permanecer desnudo sin peligro de ofender a ningún eventual espectador; en este ambiente propicio podría haberse liberado de las férreas indumentarias de la época, desde luego mucho más incómodas que las actuales. También, desconociendo al principio la condena de la Biblia hacia Onán, se habría procurado el placer subalterno de la sexualidad solitaria sin mayores contemplaciones y en la más difundida libertad. Quizás y a lo largo de décadas de privaciones en este sentido, habría probado el grueso y áspero amor del reino animal, adentrándose desesperadamente en las prácticas zoofílicas con las cabras y llamas que había domesticado. ¿Podría alguien condenar siquiera por un momento a aquel desventurado por conductas semejantes luego de décadas de abstinencia?

No puede pedirse tan exageradamente que Defoe transparentara de un modo tan explícito los perfiles más sórdidos de la obligada soledad de Crusoe. Los prejuicios de la época, y no sólo los religiosos, están reflejados puntualmente en esta obra. Encontramos claramente representado al mito del "buen salvaje" que había inspirado a Voltaire y otros pensadores y filósofos de la Ilustración, en la figura de Viernes, que a pesar de caníbal abraza con fervor la fe cristiana revelando incluso una inteligencia y profundidad superior a la del encargado de su catecismo, en sus agudos cuestionamientos a ciertas contradicciones que encuentra Viernes (que encuentra Defoe) en la Biblia. Crusoe es entonces y en virtud de la presencia de Viernes, misionero y evangelizador, afirmando sin un atisbo de inocencia, que la mera lectura de las sagradas escrituras son suficientes para acceder al misterio de la fe sin necesidad de intermediarios. Soberbio y solapado ataque protestante a los sacerdotes de la iglesia "romana", como la menciona el autor.

A tal punto son reiteradas las insistentes referencias religiosas que, si no se sintoniza rápidamente las intenciones no demasiado sutiles del autor, constituyen una traba o un impedimento para la fluidez de la trama. Recuerdo que en mi lectura infantil de este libro los constantes soliloquios morales del protagonista, que no terminaba del todo de entender, me desesperaban hasta la llegada de los detalles de su estadía solitaria y de la forma en que sobrevivió, o los métodos empleados para confeccionar sus herramientas, sus vestidos, su morada o procurar su alimento. Pasados los años, nuevas lecturas del libro me han dejado la misma temprana impresión: la verdadera esencia fascinante de la novela no la constituye su agotadora acción ejemplificadora y moral o sus parábolas repetidas, sino ese desafío que supone al hombre ignorante de casi todo recurso, la adversidad repentina y acuciante de tener que sobrevivir sin prácticamente más recurso que sí mismo. ¿Por qué es esto fascinante para el continuo discurrir de las generaciones? Tal vez porque la generalidad de nosotros somos precisamente ajenos a todo recurso para un desafío de éste género; es fácil por lo tanto identificarse con Crusoe; en nuestros términos, nosotros, cada uno, somos Crusoe, al menos potencialmente. Vivir la vida de Robinson a través de la lectura de su historia es liberar simbólicamente esa potencia, participar del mito moderno de la huida de la civilización.

Es cierto de que si a la principal obra de Defoe se la liberara de los impedimentos de su prédica reiterada, su énfasis moralizador y su recurrente pedantería británica que considera a todos los personajes que visitan la isla de Crusoe como "siervos" o "súbditos" de éste, el libro conservaría y potenciaría la esencia de su fascinante poder. También es cierto que si se incluyeran detalles más crudos referidos a la fisiología y la sexualidad, quizás hasta límites escatológicos, del desventurado Crusoe, el libro sería más picante pero más ordinario, menos universal y atractivo; nuestras objeciones están teñidas en ese sentido de cierta falsedad. Es evidente que la obra esconde las contradicciones de su autor y de la cultura de su autor. Con la misma naturalidad que Crusoe evangeliza a Viernes, sobre el final de la trama y en su desenlace, dispara a traición sobre marineros dormidos sin la menor objeción de su conciencia. También y luego de la extensa filípica que nos propina a lo largo de todo el argumento acerca de los valores cristianos, entre los cuales podríamos suponer sin exagerar un fuerte énfasis en el rechazo de lo material en apoyo de lo espiritual, Crusoe se dedica durante el extenso e innecesario epílogo casi completamente a sus intereses comerciales y negocios, aunque premiando generosamente a sus benefactores. Lo puritano y lo comercial, la moral y la conquista colonial, los estereotipos de la época, todo está representado por Defoe en una demostración bastante transparente e inocente de las contradicciones de la cultura británica del siglo XVIII.

Según James Joyce la historia de Defoe prefigura el imperialismo inglés del siglo XIX, y la imagen de Crusoe es la del prototipo del conquistador británico: independiente, persistente, práctico e inteligente, pero también cruel y sexualmente apático; y Viernes, por supuesto, es el símbolo de los pueblos sometidos al imperio.

La historia de Crusoe lucha contra la trama que teje su época a su alrededor, lucha contra sus prejuicios y sus falsedades, pero es precisamente esa trama la que le da la veracidad de un tiempo de tierras nunca holladas por el pie occidental, de aventuras geográficas y de islas alejadas de las rutas marítimas y por ello doblemente perdidas para el hombre (y el hombre perdido en ellas). ¿Sería hoy creíble una historia como la de Crusoe? ¿Hoy, en la era del GPS, Internet, la comunicación satelital, alguien podría perderse durante veintiocho años sin ser descubierto, rescatado, recuperado? Ya no hay aventura en el viaje, no se necesita ser Marco Polo para ir a la China y cualquier pelafustán medianamente informado va en carpa a Machu Pichu; somos realmente unos tipos afortunados. Pero si queremos naufragar, perdernos de la civilización, alejarnos, irnos definitiva y resueltamente lejos de las márgenes del mundo conocido, deberemos volver a releer la suerte del querido Robinson, porque ese, junto con tantos otros, es un destino que el progreso también nos ha vedado.

jueves, 21 de marzo de 2013

LA ROMANA
Alberto Moravia
Losada S.A., Buenos Aires, 1963.

  

Tiro al blanco

Compra en casa de libros usados. Buscaba un italiano y se vino a casa este autor archiconocido pero que nunca había leído.

El autor

Moravia nace en 1907 en Italia. Crece en una familia burguesa de buena posición económica. Durante su juventud una enfermedad lo obligará a estar postrado por cinco años, lo que le dificulta sus estudios. Apenas podrá recibir el título de bachiller; sin embargo se forma a sí mismo a través de la lectura. En este sentido Moravia es un self made man, algo no demasiado raro en su época pero que hoy suena extraordinario.

A partir de 1929 comienza a publicar. En época del fascismo trabaja como periodista en La Stampa bajo las órdenes de CurzioMalaparte. Más tarde fundará sus propias publicaciones Caratteri y Oggi. Por la misma época algunas de sus novelas, de fuerte contenido social, son censuradas por el régimen fascista.

Posteriormente a la guerra escribirá sus obras más famosas y recibirá varios premios como escritor. Paralelo a ello mantendrá su trabajo como periodista, escribiendo también críticas para cine. Amigo personal de Passolini, fundará con su respaldo la publicación Nuovi Argomenti, revista literaria de gran influencia. En los ´60 varias de sus obras serán llevadas al cine.

Todo el tiempo que leemos la obra de Moravia tenemos la sensación de estar viendo una película del neorrealismo italiano. Pero no es sólo una cuestión contextual. Hay como una voluntad de presentar con todo detalle realista un mundo demolido que intenta reconstruirse, donde los personajes trasuntan de un lado a otro intentando sobrevivir de la mejor manera, dejando la parte del pellejo que por esa época era necesario dejar para poder comer. Todo el tiempo está esa sensación existencialista de que los personajes viven al borde del precipicio.

El libro

Esta famosa obra de Moravia tiene como telón de fondo la Italia devastada tras la guerra. La historia central, contada en primera persona y a modo de memorias, es la de Adriana, una joven romana que ha tenido la suerte (o la desdicha) de nacer hermosa en un medio de pobreza. Todo el tiempo se transparenta en la trama la enorme brecha social entre los ricos y los pobres, brecha que para los últimos es imposible atravesar. Esta belleza de Adriana será una suerte de predestinación que pende todo el tiempo sobre ella. Es la que hace que su madre (que el lector odia desde las primeras páginas), un mal bicho que quiere salir de la pobreza a como de lugar, la empuje todo el tiempo por un camino que no tiene otra salida que la prostitución.

Es su madre la que la hace posar desnuda para un pintor, en un oficio que en esos tiempos llevaba connotaciones impuras. Allí Adriana, una joven inocente que sólo sueña con formar una familia como la que nunca tuvo; se encuentra con Gisella, otra mala influencia que la ayudará a profundizar el camino que ya su madre había trazado. También conoce a Gino, chofer de una familia acaudalada que la conquista y la engaña haciéndola ilusionar con casarse (lo que es imposible porque el ya está casado); y se queda con su "honor". El tema de la virginidad es un eje sobre el que gira buena parte del argumento. Desde luego no es algo que surja del autor, sino que es parte del contexto sexualmente opresivo de esos tiempos. Una vez atravesada esa barrera fuera del matrimonio, Adriana queda manchada, sobre todo para ella misma; es como si la prostitución fuera un paso natural luego del desengaño amoroso. En este sentido la novela es toda una declaración de la moral de una época.

La narración se desenvuelve entre estos personajes que la pueblan, y que parecen puestos allí expresamente para que la vida de Adriana adquiera ribetes cada vez más tortuosos. Hasta desembocar, con la amargura de quien se siente acorralado e inexorablemente condenado de antemano, en la decisión de de prostituirse; decisión que más parece haber tomado la vida que ella misma. En ello ayudará la aparición de Astarita, un poderoso funcionario de la policía política que se enamora de Adriana y la obliga a tener relaciones con él, en una suerte de emboscada preparada por Gisella.

Ya de lleno en su vida de prostituta, Moravia se dedica a describir los mecanismos psicológicos a través de los cuales Adriana consigue superar la dureza de su oficio sin perder su inocencia y la esperanza de una vida mejor. En esto no sale muy bien parado el autor, porque a pesar de haber pergeñado minuciosamente el destino infeliz de la romana (no porque el de la prostituta tenga que serlo forzosamente sino porque Moravia hace de Adriana fundamentalmente una puta triste); se dedica a sugerir una tendencia natural de Adriana hacia el deseo y la voluptuosidad. Una especie de inclinación suya (que tiene algo de lombrosiana) hacia el pecado, que desarma un poco el laborioso terreno de perdición que Moravia le prepara. En esto hay una especie de tensión contradictoria dentro del texto. No se termina de saber si Adriana se hace prostituta porque el contexto la empuja a eso, o porque tiene una inclinación a ello; o simplemente esa inclinación le ayuda a aceptar su destino.

En la segunda parte del libro aparece Mino (diminutivo de Giacomo). Un anarquista de diecinueve años del que Adriana se enamora perdidamente. Este joven, estudiante provinciano de "buena familia", tiene algo que lo comunica con aquel otro personaje, Renaud, de Christiane de Rochefort en su obra El reposo del guerrero. Giacomo es un joven brillante, inteligente, pero igualmente cínico y autodestructivo; incapaz de amar a otra persona que no sea él mismo. Quizás sea el personaje más dañino para Adriana, porque la distrae de su destino de tristeza y resignación pero sólo para sumergirla en un infierno más complejo y tortuoso que ella enfrenta a puro amor.

El desenlace de todo este enredo de personajes, a los que se integran Solsogno, un matón y asesino que Gino le presenta a Adriana; Astarita,  que sale y entra de la trama todo el tiempo, incluso a pedido de Adriana que permanentemente le solicita favores por su destacada posición dentro de la policía; tiene mucho de un aroma a melodrama que bordea todo el tiempo esta novela.

Es destacable de esta segunda parte, un pasaje un poco descolgado donde Adriana visita a Gisella en un piso que le ha "puesto" uno de sus amantes. Moravia demuestra aquí que tiene talento para describir en ese edificio reluciente a funcionalismo, a una Italia rica que resucitaba tras la guerra, en fuerte contraste con esa Italia pobre que buscaba, como Adriana, el modo de sobrevivir.

Conclusiones

Novela un poco larga, que uno se siente tentado por momentos a llamar novelón. La prosa de Moravia es sencilla, realista de un modo directo, que sólo se hace más honda a la hora de describir la psicología de los personajes. Ese mismo estilo, un poco seco, es lo que quizás hace al libro algo pesado, además de que es deprimente ver rodar todo el tiempo al personaje de Adriana de una situación mala a otra peor. Lo interesante es el telón de fondo de esta Italia de posguerra; más todas las implicancias de una sociedad fuertemente tabicada y separada por lo económico. La inequidad se hace palpable y de algún modo influye en la trama de la novela a través del destino de los personajes. Este realismo con toques de novelón sentimental, a veces recuerda a Dickens por el infortunado destino de los personajes; pero en el autor inglés se nota el artificio, como si uno estuviese asistiendo a una pieza teatral. Aquí en cambio la realidad se presenta cruda y dura, y los protagonistas dan la sensación que no hacen más que rodar en un escenario que a veces si inclina peligrosamente, hasta dejarlos al borde del precipicio.