jueves, 13 de junio de 2013

LUIS II EL REY LOCO DE BAVIERA

Jean de Cars
Emecé Editores S.A., Buenos Aires, 1985


 

Tiro al blanco

Conseguí este librito en una mesa de ofertas; golpe de suerte o de intuición, fui recompensado con una historia fascinante.

El autor

Jean des Cars es un periodista y escritor francés nacido en 1943. Ha escrito en medios masivos como Le Figaró y París-Match. Es considerado como un especialista en la historia de las familias de la nobleza europea.

El libro

Normalmente alterno los géneros literarios por los que transito. Este libro, biografía histórica bien documentada de quien fue llamado el "ultimo rey de Europa", vino a llenar un espacio entre un libro de viajes y una novela. No defraudó. Al contrario, y lo mejor que puede hacer un libro, abrió otras puertas, inauguró otras inquietudes en donde seguir investigando. Por ejemplo, la rica y tortuosa relación de Luis II con Richard Wagner, de quien fue mecenas, me hizo interesar en el controvertido músico y estuve varios días acompañado en el auto con walkirias y tristanes e isoldas.

El libro está bien escrito. Es atrapante y es el antónimo de los mamotretos, pródigos en fechas y lugares, que uno puede llegar a enfrentar cuando se sienta a leer un libro de historia. Porque eso es este libro. No es un folletín ni una biografía novelada que resalte los aspectos singulares de la vida de este rey singular. Al contrario, es un ensayo bien plantado y documentado, que trata de explicar ciertas conductas originales de un rey que parece atrasado con respecto a su época; recordemos que murió en 1886.

Baviera es en los tiempos del nacimiento de Luis II, uno de los reinos más importantes de lo que luego se transformaría, a impulso del célebre mariscal Bismarck, en Alemania. Situada en el sur, fértil en elevaciones y montañas de ensueño (imaginemos el paisaje de la Novicia Rebelde) Baviera es católica y su rey, profundamente, también lo es. Prusia, al mando de Guillermo I (tío de Luis) y de la mano de Bismarck, empuja la región hacia la unificación de lo que sería, luego de la guerra franco-prusiana, el 1er. Reich. Luis II, que primero se opone a Prusia, debe ceder finamente, y pone sus tropas a disposición de Bismarck. Esta posición, que sería primero criticada por los opositores a Luis, resultaría a la larga beneficiosa para Baviera, porque por su colaboración Prusia respetaría luego de la unificación una cierta autonomía del reino de Baviera (le dejaría usar su propia moneda, conservar su red de correos y sus ferrocarriles).

Pero nos estamos adelantando. Luis II asume su responsabilidad como rey antes de los veinte años. Su padre Maximiliano II muere inesperadamente a sus cincuenta y tres. Luis, joven retraído, de porte majestuoso (medía casi dos metros), que rehuía la compañía de la gente, queda al frente del reino de Baviera. Era, según decían las damas de la época, un joven bello; con su lánguidos ojos azules dirigidos en general hacia los cielos (hay muchas fotografías que lo muestran en esa peculiar contemplación) y sus maneras distinguidas cultivadas en las artes y el teatro. Era, además, homosexual. Esta inclinación, combinada con su ferviente fe católica, configurarían una lucha interna que se desarrollaría durante toda su vida; en la que alternativamente cedía a la tentación de la carne, y anotaba en su diario no volver a hacerlo con palabras conmovedoramente arrepentidas. Luis II luchó contra su naturaleza hasta el último de sus días.

Desde el principio de su reinado Luis se muestra como un joven peculiar. Su inclinación a la ensoñación lo lleva a apreciar el teatro y la ópera por sobre todas las artes. Su primer acto de gobierno luego de su coronación, es enviar a un emisario en busca de Richard Wagner, su ídolo musical. El emisario demora en encontrar a Wagner, que viene dejando un tendal de deudas por toda Europa y trata de borrar sus huellas para que los lobos no lo alcancen. El mensajero, por fin, cuando la economía y la vida entera de Wagner estaban en banca rota, logra encontrarlo. Habría que haber estado allí para ver la cara de Wagner ante el ofrecimiento de este embajador (se trataba de nada menos que un príncipe) que le venía a salvar literalmente la vida. Días después Wagner escuchaba azorado de los labios del propio Luis II cómo su vida estaba solucionada (deudas incluidas) para que él pudiera dedicarse solamente a crear sin preocupación alguna. En pleno siglo XIX Wagner había encontrado a un mecenas renacentista.

Las cartas entre Wagner y Luis II son una exageración escandalosa de alabanzas y declaraciones de amor. Del lado de Luis II no podemos dudar de su sinceridad, del de Wagner, y a pesar de la gratitud que le debía a su salvador, vemos a veces el ojo del calculador. Aunque las cosas no son tan simples. Wagner recibe con entusiasmo este rey que lo ama, a él y su obra sin distinguir, pero él tiene sus propias ideas y vicios (muchos). Uno de ellos son las mujeres ajenas. Wagner sostiene una larga relación con Cósima (la mujer de su director de orquesta) con la que tendría dos hijos (estando ella todavía casada). El alegre trío escandaliza a Munich, y Wagner, quien tampoco se abstiene del escándalo, llamando la atención con sus gastos desaforados y la vida principesca que se da a costas del estado bávaro, es finalmente expulsado del círculo de Luis II por dos de sus ministros. Wagner escribe, expresa sus ideas políticas y es un consejero peligroso para Luis; pero éste, aún en sus momentos de mayor lejanía personal con Wagner (la que se ensancharía cuando se confirmara su relación con Cósima), sigue ayudando al músico (con dinero por supuesto) porque ve en la cristalización de su obra su propio destino como rey y mecenas.

Luis II comienza a hacer más patente la originalidad de su personalidad que algunos quisieron ver patológica. Su afán por aislarse lo llevan a refugiarse en las montañas. Allí realiza largos paseos nocturnos en un trineo dorado tirado por cuatro caballos blancos. Es el comienzo también de su etapa como constructor, gusto que parece heredar de su abuelo. Su primer palacio, a imitación de las antiguas fortalezas medievales, se erigirá en lo alto de la montaña. Neuschwanstein, tal el nombre del famoso palacio, será el que inspire aquel otro que Walt Disney diseñó como imagen de su propio imperio de fantasías. Luis también concibió su propia vida como una fantasía realizada.

Neuschwanstein estará lleno de extravagancias. Por ejemplo una cascada artificial que podía verse desde la propia habitación del rey. Decoraciones fastuosas y sobrecargadas (Luis comienza a admirar a los luises franceses y copia su estética); agua corriente fría y caliente (una avance técnico extraordinario para la época); además de su propio teatro, donde Luis hace montar las grandes óperas europeas que se representan para un solo espectador: el rey. No ahorra fastos y glorias para agasajarse. Come solo y para no ver a los sirvientes manda crear un dispositivo donde la mesa baja hasta un subsuelo donde se la sirve y luego sube de nuevo hasta el majestuoso comensal. Aunque en rigor Luis no come en soledad. Lo acompañan los bustos de Luis XVI y María Antonieta, a quienes, según versiones poco confiables de los sirvientes que luego lo traicionarán, Luis les habla animadamente.

Pero el afán constructor de Luis no parece tener límites. Erige dos nuevos palacios: Linderhof ; donde hace construir una gruta artificial iluminada eléctricamente, en la cual navega por la noche en una barca en forma de cisne que se deslizaba silenciosamente sobre rieles, como el juego de una feria de entretenimientos. Y  Herrenchiemsee, una reproducción fiel del palacio de Versalles donde, a pesar de ser su edificio más oneroso y el que lo llevará a la bancarrota y la pérdida posterior de su corona, Luis II sólo pasa una noche.

Los favoritos se suceden, escuderos y ayudas de cámara serán la imagen a la que Luis II adorará y rechazará, alternativamente, lleno de cristiana culpa. El trato con el rey por parte de sus ministros se vuelve casi imposible. Luis se niega a recibirlos, y cuando lo hace, pone un biombo para que no lo vean. Baviera queda en manos del gabinete, que casi ya no consulta a su rey. Sólo una presencia, Sissi, la famosa emperatriz de Austria y prima de Luis, parece comprenderlo; ella también es un espíritu original. Un incidente los ha alejado, en su juventud Luis ensayó casarse con su hermana Sofía, pero la dejó plantada y sin boda. Más tarde Sissi lo perdona, y es casi su única compañía en largos paseos nocturnos por el lago Starnberg, en cuyo centro Luis compra una isla para rescatarla de la tala de árboles, y manda plantar quinientos mil rosales; la isla pasara a la historia como "la isla de las rosas".

Finalmente lo dispendioso de Luis, que no se ahorra ningún lujo, como aquel rey sol al que admira (Apollinaire lo llamará el "rey luna") y ha donado a Wagner no poco dinero para que éste construyera su ansiado teatro; es traicionado por los políticos que lo hacen declarar loco. Luis tiene un antecedente cercano, su hermano Otton se ha vuelto loco y permanece internado durante cuarenta años, hasta su muerte en 1916. Pero Luis no llegará tan lejos. Internado a orillas del lago Starnberg actúa de modo perfectamente normal durante su corto encierro. Los campesinos han salido desaforadamente en su ayuda cuando mandaron apresar al rey, detalle maravilloso y extraño: los hombres sencillos sentían cercano a este rey extravagante que podía aparecer en medio de la fría noche alpina en un albergue para viajeros y hablar afablemente con los parroquianos. Pero el rey se rinde. Ya no tiene fuerzas para luchar.

La noche del 13 de junio de 1886, Luis pide dar un paseo por el la costa del lago Starnberg. Su psiquiatra, Bernhard von Gudden, lo acompaña en el paseo, y tal es la buena conducta que Luis ha demostrado en los últimos días, que parten sin guardias ni enfermeros. Horas después lo encontrarán a los dos, muertos, dentro del agua.

Las hipótesis son varias. Lo cierto, Luis ha estrangulado a von Gudden,y  luego ha muerto de una apoplejía en las frías aguas del lago. No se sabe si intentando suicidarse o tratando de escapar. Uno de los mitos de la muerte del rey es que Sissí intentó rescatarlo para hacerlo huir a Austria, distante a pocos quilómetros del lago. Quizás murió tratando de llegar a un bote que lo esperaba, quizás simplemente se introdujo en las aguas heladas para poner fin a la deshonra de ser declarado loco. Todavía da que pensar su misteriosa muerte a historiadores y curiosos que se acercan a ver la cruz erigida en las orillas del lago Standberg.

Conclusiones

Una historia fascinante, bien escrita, sobre un rey excéntrico que odiaba la política. Que usó todos los recursos a su disposición para cristalizar sus fantasías más delirantes. Y después murió como había vivido, con la intensidad de una fanfarria wagneriana.

Uno de esos libros que da lástima que se terminen.

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