viernes, 12 de julio de 2013

CUADROS DE VIAJE

Heinrich Heine
Biblioteca Universal Gredos, Madrid, 2003.

 

Tiro al blanco

Libro comprado en una feria, precio tentador (tampoco regalado) y de título atractivo; esto de los viajes literarios, ya se ha dicho, me puede. Aunque el libro es más que un mero volumen de viajes, porque los caminos son una excusa para dejar volar la imaginación del autor. Edición esmerada sin ser carísima, ojalá uno comprara más libros de esa calidad y ese precio.

El autor

Heine es un autor alemán nacido en Dusseldorf en 1797. Su generación es posterior a la del Romanticismo de Gohete,  que resuena todo el tiempo entre sus líneas. Heine expresa con admiración que cada generación descubrirá nuevas maravillas en la obra del maestro alemán; como si esta fuera una fuente inagotable.

Periodista, ensayista y polemista; colaborador de revistas y folletines de mucha fama entre sus contemporáneos, cuando se tiene que definir a sí mismo Heine se sindica como poeta. Pero también es un brillante prosista, con mucho de ensayo y, sobre todo, y eso lo desmarca del sino trágico del Romanticismo, con gran sentido del humor.

Estudió leyes en Göttingen, pequeña ciudad universitaria de la Baja Sajonia, donde conoció a la mayoría de los personajes que su humor se dedica a retratar. Si pudiésemos transferir el ambiente que Heine crea en sus escritos al ámbito de las artes plásticas, no estaría mal establecer una analogía entre sus obras y las pinturas de Hogart o los dibujos y las esculturas de Daumier.

El libro

Al menos cronológicamente es adecuado etiquetar a Heine como post-romántico. Estilísticamente encontramos elementos que son extraños al Romanticismo, como su afición permanente a darle a todos sus escritos un giro humorístico. Hasta en sus poemas muestra Heine esa veta de fina ironía. Sus Cuadros de viaje son menos descripciones de paisajes y culturas que excusas para que Heine divague en torno a los temas más variados. Como dice el mismo autor en un pasaje:

"No hay nada más aburrido en este mundo que la lectura de una descripción de un viaje a Italia…, a no ser que lo escriba uno mismo; y lo único que puede hacer el autor para que resulte más o menos soportable es hablar lo menos posible de Italia en sí. A pesar de que aplico este recurso sistemáticamente, no puedo prometerte querido lector, gran entretenimiento en los siguientes capítulos."

Lo que deja muy claro sus intenciones a la hora de describir un lugar. La mayoría de estos cuadros, no son más que un escenario, o a lo sumo un disparador para que la brillante mente de Heine parta en un viaje -el verdadero- hacia la reflexión de las cosas más dispares.

Heine es un cínico, pero también es un irreverente. En el tema religioso se ríe permanentemente de los católicos y los critica sin piedad. A los protestantes, religión a la que dice pertenecer aunque evidentemente no la practica, también los hace probar un poco de su humor amargo. Cuenta que una vez jugó a la lotería los números que veía anotados en las pizarras de un templo protestante (donde se apuntan los salmos bíblicos que se leerán ese día) y luego se sintió estafado por un Dios que no era capaz de sugerirle con justeza número ganadores en un simple sorteo.

Los textos de Heine se convierten por momentos en una interminable caravana de caricaturas de personajes de su época. Las más intencionadas, se dirigen específicamente a quienes Heine quiere satirizar. Y como toda buena sátira la de Heine tiene como condición sine qua non la de ser inteligente. Pero, y esto penaliza un poco la obra, la mayoría de los personajes que Heine se aplica en ridiculizar no han trascendido su época. Por lo que los editores y traductores se ven obligados todo el tiempo en proveernos de notas a pie de página, que expliquen un poco quienes son estos fulanos ignotos que el autor se entretiene en martirizar con su pluma. Con esto los textos de Heine pierden actualidad y universalidad; como si su mirada hubiese estado demasiado preocupada en lo contingente de su época, en las rencillas domésticas de los juristas y profesores de la pequeña Göttingen. Sin embargo, si estas descripciones se proyectan hasta generalizar ciertas tipologías y conductas humanas que se repiten en los tiempos, como en la descripción del Marquéz Italiano de Gumpelino con el que Heine se cruza en su recorrido por Italia, la cosa comienza a tener más jugo.

Cada viaje, cada cuadro, tendrá un carácter distinto. Lo que hace que la obra pierda linealidad y se interprete mejor como un mosaico que como una historia. Por citar un ejemplo, el cuaderno dedicado al Mar del Norte, es en realidad un pequeño volumen de poemas. Aquí podemos conocer al Heine poeta, quien, a pesar de no despojarse del todo de su ironía, conserva casi intactas sus fuentes de inspiración románticas. El sentimiento trágico, el espíritu que se pierde en la inmensidad de un paisaje que adivinamos sublime al modo de Kant, el autor extasiado frente a la intensa belleza del entorno.

Esto mismo se repite, pero con otro tono, en los diferentes cuadernos. Antes de entrar de lleno en su materia preferida: la caricatura de personajes, Heine tiene cuidado de dejar anotadas las particularidades de las geografía que transita, sus paisajes y caminos, su flora, las diferencias con su país natal. En Italia describe entusiasmado el hallazgo de naranjas y limones, prácticamente desconocidos en su tierra. El verano alemán, dirá con humor a una dama que conoce en Italia, no es más que un invierno verde. En otras ocasiones Heine, tan agudo a veces, no puede dejar pasar el caer en los estereotipos eurocentristas; la mujer italiana es más un compendio de clichés que un auténtico retrato realista.

Conclusiones

Libro de un escritor brillante pero que, al ser más una serie de pensamientos sobre los más variados temas, a veces, por su extensión (más de quinientas páginas) se hace un poco pesado. No tiene una historia que lo conduzca a alguna parte, ni siquiera un camino, o un itinerario (en términos geográficos). El libro se lee esperando siempre lo que vendrá después, lo cual necesariamente no tiene que ver con lo anterior. A una descripción extensa de una noche pasada en una taberna, sucede un volumen de poemas inspirados en el Mar del Norte, a continuación un viaje a Italia cuyos personajes: marqueses narigudos, primas donas de teatro venidas a menos, un ayuda de cámara que vende boletos de lotería a espaldas de su jefe, parecen recién salidos de una película de Fellini.

A veces, cuando Heine reincide en criticar y ridiculizar a personajes que hoy no han trascendido, el texto se vuelve denso. Más porque dedica una extensión que quizás él juzgó necesaria en su tiempo, pero que hoy día no hace más que entorpecer la lectura.

Escritor famoso en sus tiempos pero que por su estilo satírico no fue tomado demasiado en serio por sus contemporáneos, Heine es recuperado en el siglo XX como uno de los escritores relevantes de la letras alemanas. Como todos los grandes artistas que también fueron grandes humoristas: Mark Twain, Fats Waller, Honoré Daumier; Heine sufrió lo que muchos: que no se tomaran sus palabras demasiado en serio porque estaban dichas a través de una sonrisa.

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